Las encuestas electorales son un elemento común de las campañas políticas. En periodos electorales se publican diversos resultados de encuestas. Y la diversidad de encuestas suele acompañarse por una discrepancia en los resultados. A la postre, cuando se comparan con el resultado oficial de los comicios, algunos sondeos resultan muy exactos y otros no.
La falta de exactitud suele generar problemas de credibilidad para la demoscopía, en general, lo cual es esperable, pero también para las marcas o empresas, cuyas estimaciones se desvían más de lo aceptable, ya sea por haber errado de manera honesta o por ser ejercicios propagandísticos a favor de alguna fuerza política (aunque hay que señalar que, a veces, las encuestas propagandísticas han salido bien).
Como he planteado en este espacio anteriormente, nuestra clase política ha desarrollado prácticas de usos y abusos de encuestas que en su momento he llamado estrategias ‘encuestocéntricas’. En su nivel más básico, dichas estrategias consisten en hablar de las que les favorecen y descartar o descalificar a las que no. A eso se le llama cherry-picking polls.
La narrativa encuestocéntrica se ocupa de hablar de quién va liderando en las encuestas o quién va cerrando brecha, pero con un tono político. Esa narrativa parece derivarse del periodismo tipo hipódromo, que describe quién va adelante, quién va atrás, quién rebasa o quién se rezaga, centrándose casi exclusivamente en la pregunta de intención de voto, pero con un tono de favorabilidad hacia su causa.
La diferencia con el periodismo de encuestas tipo hipódromo es que las y los políticos no ponen énfasis en la calidad o naturaleza de los sondeos, sino solamente en si sus resultados les favorecen o no. A cualquier sondeo que les favorezca les dan más peso y atención, aun si se trata de sondeos no científicos realizados en Twitter/X o alguna otra red social, o de encuestas que no tienen bases científicas ni metodológicas sólidas. La narrativa política encuestocéntrica enfatiza el dato favorable, pero deja de lado la calidad o la transparencia de los sondeos o, en su caso, descalifica a la encuesta con argumentos técnicos, pero por razones políticas.
Hace poco escuché a una legisladora argumentar que su candidata a la Presidencia había ganado el debate, de acuerdo con diversas encuestas que no eran científicas, sino ejercicios de Twitter o sondeos sin una base muestral o científica. Esos ejercicios son interesantes y legítimos, pero no son encuestas científicas. Por otro lado, es común escuchar que “este arroz ya se coció”, cuando todavía faltan semanas para los comicios. Ultimadamente, el electorado es quien decide.
Lo que hay que tener claro es que aun los sondeos hechos con bases científicas y con rigor metodológico enfrentan retos muy interesantes hoy en día, entre ellos la creciente inaccesibilidad en las encuestas de vivienda, las tasas de rechazo –tanto en encuestas en vivienda como en telefónicas–, posibles sesgos de respuesta de parte del respondiente, efectos de casa encuestadora que reflejan viejos hábitos ante nuevas y cambiantes circunstancias, y la cobertura de los sondeos online, por mencionar algunos.
Los presupuestos y la logística también pueden impactar en todo esto y, por lo que hemos visto en tiempos recientes, los medios de comunicación cada vez ofrecen menos encuestas propias, lo cual está dando lugar a la proliferación de encuestas no periodísticas. Las primeras son las que suelen asociarse con la función democrática informativa de la demoscopía.
Las encuestas pueden ser instrumentos muy valiosos de información y de reducción de incertidumbre, pero sus usos y abusos políticos están minando su función democrática fundamental: la de informar al electorado con la mayor certeza posible sobre cuáles son las opiniones y preferencias del propio electorado.
En estas fechas, los políticos piden el voto y la confianza ciudadanas, pero también incurren en prácticas cuestionables, con un encuestocentrismo narrativo a modo. Pareciera que creen que los resultados de encuestas y no las propuestas son las que convencen a las y los electores. Lo dudo.
Una de las funciones esenciales de las encuestas en una democracia es articular y transmitir las voces de la ciudadanía de una manera informal pero confiable. Las elecciones son los mecanismos formales e institucionales para que dichas voces sean expresadas a través de las urnas y, con ello, distribuyan el poder político.
Las encuestas tienen una noble labor informativa, pero el encuestocentrismo político parece estar minando sus bases de confianza. Esto hay que tomarlo en cuenta para señalar los usos y abusos políticos de las encuestas hoy en día.