Desde San Lázaro

Zuckermann: discriminación, elitismo e idiocia

Leo Zuckermann corrió a colaboradores como Gibrán Ramírez o a Sabino Bastidas (a quienes les avisó que prescindían de sus colaboraciones durante sus vacaciones).

La incapacidad de algunos analistas, académicos y opinadores que desperdician oportunidades preciosas para cuestionar con certeza al régimen, porque no entienden el tiempo que vivimos, porque concentran y reflejan aquellos aspectos que caricaturiza el oficialismo de sus adversarios: el elitismo, el clasismo, la discriminación.

Es el caso de Leo Zuckermann, exconsejero de Elba Esther Gordillo en el PRI, exanalista político, actualmente conductor-anfitrión de Televisa en el programa diario ‘Es la hora de opinar’, barra en la que la televisora busca incidir en el debate público, quien, en lugar de hacer una crítica inteligente, insulta por una infortunada intervención de la destacada maestra Ana María Prieto Hernández, en Palacio Nacional, durante una sesión vespertina dedicada a defender los libros de texto gratuitos.

Zuckermann tiene una formación académica privilegiada (Oxford, Columbia), considera que sufre discriminación inversa por ser “un güerito de apellido alemán” y tiene, en la boca de la gente, una estabilidad sentimental similar a la de Adán Augusto López. Hizo sus pininos, junto con Juan Pardinas, como asesor político de la entonces secretaria general del PRI, durante la presidencia de Roberto Madrazo, Elba Esther Gordillo. Bajo las órdenes de Fernando González (el yerno de Gordillo), escribían textos para los candidatos del PRI a comienzo de siglo.

Leo lleva un par de décadas en los medios de comunicación. Una de sus principales fortalezas era su amplia convocatoria para reunir en debates y tertulias a una pluralidad de talentos en las mesas de análisis que coordina. Sin embargo, ya no es así, este verano, la televisora para la que trabaja, le ordenó sacar a figuras críticas de la cuarta transformación y equilibrar con voces afines a Morena.

Por decisión editorial de la empresa, Leo Zuckermann apechugó y corrió a colaboradores como Gibrán Ramírez o a Sabino Bastidas (a quienes les avisó que prescindían de sus colaboraciones durante sus vacaciones) y no dijo esta boca es mía, ni siquiera para transparentar una decisión que al final podría ser legítima.

No esperábamos que actuara como lo hizo Leonardo Curzio en el Núcleo Radio Mil, cuando le pidieron que prescindiera de Ricardo Raphael y María Amparo Casar. Curzio, ahora conductor de Radio Fórmula y ADN 40, prefirió renunciar que aceptar una censura de esa naturaleza. El caso de Zuckermann fue más leve, pero perdió autoridad moral. Curiosamente, es Ricardo Raphael el primero en reaccionar ante el más bajo y pueril de los artículos de Zuckermann en Excélsior, intitulado “La maestra idiota”.

En una defensa absurda del individualismo y la meritocracia, lo que hace Zuckermann es desnudar el elitismo y clasismo que lleva en la sangre e insulta y discrimina, sin el mínimo esfuerzo periodístico que sí realizó Raphael: investigar y entrevistar a la maestra normalista Ana María Prieto Hernández.

Cuando alguien insulta, lo hace porque se le agotaron los argumentos o porque la ira lo ciega y no controla su temperamento. Cuando alguien insulta atribuyendo a quien busca ofender características de enfermedades o discapacidades, también discrimina a la población, cuyas características son equiparables para ejemplificar y para dar contenido a su grosero ataque.

La idiocia es un “trastorno mental caracterizado por una deficiencia de las facultades mentales, congénita o adquirida, y en el cual la persona tiene un desarrollo físico normal y una edad mental que no sobrepasa los tres años”.

Fiódor Dostoyevski, en su lograda novela ‘El Idiota’, que caracteriza en su personaje Myshkin al hombre virtuoso por su bondad, transparencia y aquellas cualidades que el escritor ruso atribuye como los principales valores del ser humano, pero son precisamente esas características las que llevan a la alta sociedad de la época y la burocracia zarista a despreciarlo. Sin notarlo, Leo enseña el cobre y, paradójicamente, condena virtudes que cree defender.

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