En cualquier otro país, y cualquiera otro gobierno, después de las catástrofes políticas que han sucedido estas últimas dos semanas, en una democracia normal, un presidente democráticamente electo ya hubiera amenazado con un gabinetazo, exigiendo las renuncias para rescatar su sexenio y su legado. Ante las acusaciones de sistemática corrupción, espionaje y reportes del estado de salud de López Obrador, en un país “normal” iniciaría un clamor de investigaciones en contra del mandatario y su gobierno.
Pero México no es una democracia “normal”.
Pero México no es una “democracia normal” y está a punto de ser una democracia disfuncional debido a que Andrés Manuel López Obrador es un autoritario. Por lo tanto, ante las catastróficas filtraciones del servidor de Sedena y el testimonio de cómo el Presidente y su equipo “lavaban” y “extorsionaban” dinero para financiar a AMLO, su familia, su círculo cercano, no habrá consecuencias.
En parte porque los pesos y contrapesos de la democracia mexicana han sido debilitados, gracias, en parte, por él, todo indica que los legisladores del PRI continuarán apoyando a sus colegas de Morena. Con la militarización del país, la discusión sobre el IFE tiene las probabilidades de ser aprobada gracias a algunos legisladores de la oposición. Pero, el factor más importante es que López Obrador sabe que, a esta altura del sexenio, no hay nada ni nadie que lo detenga de asegurar su legado histórico. Excepto la salud del mandatario, las fuerzas armadas y la guerra intestina entre las corcholatas.
Hay pocos mandatarios que pudieran sobrevivir la renuncia de una pieza fundamental para el entramado político, como lo sucedido esta semana con Tatiana Clouthier, que anuncia su renuncia en medio de la negociación comercial del T-MEC. Habrá muchas razones por la renuncia, pero es importante recordar que ella fue jefe de campaña del presidente, y ella seguramente tendrá información relevante de cómo se manejó la contienda electoral.
A menos de dos años de las elecciones presidenciales sería normal que un presidente llevara acabo un cambio radical en su gabinete y asesores, seleccionando aquellas personas que lo apoyarán en el proceso electoral. A menos de 600 días, AMLO debería de haber hecho los cambios necesarios en el gabinete para poder culminar sus proyectos, estabilizar y preparar al país para las elecciones y afianzar su legado.
Pero la realidad es que el presidente no necesita hacer cambios, ya que él es el jefe de campaña, y único portavoz. Más que pedir renuncias, López Obrador necesita asegurar que los secretarios no busquen una salida fácil ante un barco que se hunde. Pero en el caso de las corcholatas, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López, AMLO no puede permitir que renuncien. A estas alturas es difícil encontrar reemplazos leales y, el mantenerlos como canciller y secretario de Gobernación, respectivamente, asegura control sobre la selección del candidato para la presidencia y otros puestos de elección, ya que ambos requieren de hacer campaña para poder ser competitivo en las encuestas para la selección de candidatos.
Claudia Sheimbaum, hoy por hoy, lleva la delantera: es mucho más fácil impactar la opinión pública cuando se es jefa de Gobierno y se tiene un presupuesto multimillonario a tu disposición, como es el caso actual de la jefa de Gobierno. Si algo hemos aprendido del libro “El Rey del Cash” fue la disposición de Marcelo Ebrard, como jefe de Gobierno, de financiar a López Obrador. Y tal vez la corcholata que tiene una ventaja insuperable es Sheinbaum, por el presupuesto de la Ciudad de México que ella controla.
Tampoco hay que descartar que AMLO la traicione de la misma forma en que traicionó a Ebrard. Tal vez busque extender su mandato. Todo es posible con el apoyo de las fuerzas armadas y una Corte Suprema alcahueta. ¿Este comentario parecería una locura? Pero si no hay nada ni nadie que lo detenga, ¿por qué no?
Y aunque el presidente continúa insistiendo en sus conferencias mañaneras que “no pasa nada” y que las filtraciones de Guacamaya y el libro, todo es parte de un complot de los conservadores para debilitar a él y su legado, el presidente subestima el impacto de las filtraciones y el testimonio. Podría ser el inicio del fin de la Cuarta Transformación, o una transición que será caótica y con brotes de ingobernabilidad y violencia. Las filtraciones de las filtraciones de los hacker activistas #Guacamaya y la publicación de “El Rey del Ca$h” no necesariamente ayudan a la oposición “conservadora” ni mejora la posibilidad de que asuma el poder un candidato o candidata de la oposición. Las filtraciones y el libro balconean al Presidente y a Morena iniciando una guerra que debilite al presidente, pero no lo saca de combate.