Pensar en el inicio de la vida es fascinante, ya que ocurren fenómenos y procesos de una complejidad tan extraordinaria que nos permiten comprender su importancia. Uno de estos acontecimientos que llegan a maravillar es el vínculo de apego madre-hijo, el cual surge desde el momento de la fecundación.
Desde ese instante, el cuerpo de la mujer empieza a tener un diálogo con el hijo o la hija que nacerá. Esta comunicación se da a través de señales, que el propio cuerpo de la mujer comienza a brindar para que el embrión inicie su desarrollo. De acuerdo con la colaboradora de Early Institute, docente y divulgadora científica, Natalia López-Moratalla, en esta etapa “se da un intercambio molecular potente, empezando porque la madre reconoce que en su cuerpo hay algo distinto a ella, pero no es peligroso. De ahí que emite señales para que el embrión se implante y empiece a desarrollarse”.
Durante la gestación, el cerebro de la mujer se transforma para cobijar el crecimiento de su bebé, pues hay una liberación tal de hormonas que posibilita que su cuerpo se convierta en un espacio seguro para su hijo o hija.
De hecho, desde el principio, hay un intercambio celular entre madre e hijo que beneficia a ambos. Por un lado, la madre recibe células fetales que rejuvenecen su cuerpo, mientras que el bebé obtiene células que fortalecen su sistema inmunitario. Esta simbiosis genera un lazo afectivo y celular muy poderoso. Incluso, se está estudiando si las células fetales que recibe la madre podrían ayudar en el combate de ciertas enfermedades.
Por su parte, luego de que nace el bebé, también el contacto piel con piel fortalece este vínculo, de ahí la relevancia de la lactancia y contar con un entorno favorable que afiance la relación. El padre también es importante en esta ecuación, ya que si bien la conexión es mucho más profunda entre madre e hijo, el hombre colabora en el adecuado desenvolvimiento del niño o la niña en la sociedad. La diferencia es que la mujer disfruta ese apego desde el principio, en tanto que el hombre se lo va ganando con la convivencia.
Por si fuera poco, los beneficios van más allá. Para la especialista, “el cerebro materno potencia circuitos neuronales, que derivan en una mayor capacidad de atención en las mujeres, lo cual es una aportación a la sociedad”. Esto va de la mano con las ventajas de la maternidad en los ambientes laborales.
Sin duda, el vínculo afectivo madre-hijo es un proceso de un elevado grado significativo por la extraordinaria comunicación que se establece vía celular desde las primeras etapas del embarazo.
Por ello, en Early Institute reconocemos el valor de la maternidad y la importancia de proteger no solo a la mujer embarazada, sino también a su hijo o hija por nacer. Ante nuestro compromiso por favorecer entornos adecuados para el desarrollo de la primera infancia, un paso esencial es asegurar que el binomio madre-hijo se desenvuelva de la mejor manera posible y la evidencia científica forma parte de ese objetivo.