Antonio Cuellar

Desunión y violencia cotidiana

Hemos venido atravesando días de confusión, violencia y zozobra, tanto por Ucrania, como por el crecimiento del crimen y la ilegalidad en nuestro propio país.

El elemento esencial de cohesión del Estado, lo que permite su conformación y subsistencia, es la existencia y vigencia de un orden jurídico concebido y diseñado para dar solución a las necesidades, objetivos y anhelos de una sociedad unida, deseosa de tener un propio país.

El arrojo de los ucranianos en la guerra, el motivo que los define en cada día de batalla en los distintos frentes que los escuadrones del Ejército ruso han abierto en su propio territorio, tiene que ver con la convicción unánime de querer tener un país libre y democrático, una identidad propia alrededor de la cual dar la cara a la comunidad internacional como lo que son, un país de raza eslavo, comprometido con la paz y un sistema político más parecido a Occidente, lejano de la visión autoritaria que ha soportado Rusia a lo largo de su existencia.

México celebró el día de ayer el natalicio de Benito Juárez, uno de los héroes nacionales más controvertidos de nuestra historia, pero en el que podría centrarse, sin lugar a duda, el éxito relativo a la consolidación política cierta y definitiva de nuestra independencia –después de una larga guerra intestina.

Un hecho histórico circundó alrededor de su paso por la presidencia de la república, la voluntad innegable de todos los que habitaban en este país, de querer ver lograda la independencia plena de México y la erradicación de poderes extranjeros en la conducción de nuestro destino. Nuevamente, una convicción y objetivo nacional incuestionable.

Hemos venido atravesando a lo largo de las últimas semanas días de confusión, de violencia y de zozobra, tanto por hechos que arroja el estado de guerra en el que se encuentra sumida una nación europea, Ucrania, como también por conflictos que emanan del crecimiento generalizado del crimen y la ilegalidad en nuestro propio país. La continuidad y gravedad de los hechos ocurridos ya no son intrascendentes, se han convertido en una muestra clara de la inestabilidad que provoca la carencia de identidad en las metas y anhelos que deberían de unificar a la sociedad mexicana, la carencia de un verdadero Estado de derecho.

A lo largo de los últimos dos años y medio hemos venido escuchando todos los días un discurso del jefe del Ejecutivo que distingue y divide a todo aquello que sucedió con anterioridad a él, y lo que su administración representa. La diferenciación ha provocado un clima de persecución y desconfianza que daña a la economía, pero peor aún, pone en riesgo la estabilidad de la paz nacional.

Sabedores de la grave distancia existente en el reparto de la riqueza nacional, se ha privilegiado un discurso que pretende reivindicar el derecho de las clases menos privilegiadas para gozar de la igualdad de oportunidades. Sin embargo, a través de programas que reparten dádivas de manera descontrolada, se erradica cualquier posibilidad para que la gente luche y logre alcanzar sus metas por mérito propio, en un proceso de deformación que aniquila la viabilidad y sustentabilidad de la misma idea.

Dos eventos marcarán estos días en forma incuestionable: la violencia descomunal demostrada en el Estadio de Querétaro el sábado 6 de marzo pasado, en el encuentro entre el equipo local y el Atlas, y el proceso democrático para la expresión de la voluntad popular en torno de la revocación de mandato que tanto ha impulsado el propio presidente de la república.

El primero de los dos casos mencionados pone en evidencia el grado de desquiciamiento en que se halla enfrascada la sociedad mexicana por cuanto al odio y el desorden que impera y puede perdurar entre nosotros. Muestra el retroceso y barbarie en el que algunos grupos sociales se desarrollan de manera cotidiana, su falta de voluntad para adecuarse al orden que establece la ley y la incapacidad de las fuerzas del Estado para hacerla cumplir. Es el último en una lista muy larga de eventos que acumulan marchas violentas, tomas de casetas, asaltos en autopistas y vías de ferrocarril y matanza de periodistas, por mencionar algunos, pero destaca por su carácter aparentemente espontáneo y el espacio de convivencia pacífica en el que desafortunadamente se dio.

El segundo ha sido un reto constitucional que tiene a la sociedad dividida, entre los que irán a votar decidida y libremente a favor de la continuación de este gobierno, a la cabeza de Andrés Manuel López Obrador; aquellos que irán a ser conducidos para hacerlo; y todos los que están en desacuerdo con su forma de gobernar al país, que se dividen a su vez entre los que desean que el presidente permanezca hasta el último día de su mandato y cumpla la Constitución; los que quieren que termine cuanto antes; los que participarán y expresarán formalmente su repudio; y los que no participarán en modo alguno el día de la elección, que identifican ahora como un movimiento de ‘abstención activa’, y que tiene el propósito de impedir que se reúna el número de votos mínimos para que el resultado sea vinculante.

Los dos eventos, uno violeto y otro pacífico, pintan al desnudo el contraste existente entre el México al que aspira uno y otro grupo de compatriotas, un fenómeno indeseable y nefasto para la consolidación de nuestro futuro y el de las generaciones por venir, ya que se trata de una división social, nacional, que persistirá aún después de esta administración, y que podría llegar a contaminar el clima de estabilidad necesaria para que el país y su gente goce del progreso y bienestar, precisamente, al que deseamos llegar.

Nunca más que ahora, había sido tan palpable la necesidad de identificar ese deseo común de paz y de mexicanidad que reside en la médula de cada uno de nosotros, para hallar en la brújula que nos guía, el destino y la orientación correcta para conducir la nave. Los mismos ideales que forjaron a la Nación que supo independizarse de un gobierno virreinal que veía por intereses de una corona que residía del otro lado del atlántico, son aquellos que hoy debemos encontrar para retomar un rumbo que nos permita sentirnos orgullosos de haber construido un gran país. La narrativa que se ha venido empleando para guiar la agenda política nacional, está provocando una disociación de ideales en nuestra sociedad que podría convertirse en un cáncer maligno, en una enfermedad terminal.

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