Como mucha gente con la que converso habitualmente, estoy convencido de que las estadísticas que se nos presentan todos los días no son indicativas del estado que guarda la contienda electoral: la brecha entre las dos contendientes es mucho más estrecha de lo que se nos dice.
El problema es que muchos procesos electorales presentan esas condiciones, y es en ellos, en los que se dan las cosas por sentadas, que los errores acaban por cobrar precios incalculables.
Francisco Labastida es un político de larga trayectoria, con amplio conocimiento de México, con estatura y credenciales que bien lo pudieron conducir a ejercer una presidencia, seguramente, mejor que aquella que el electorado le concedió a Vicente Fox en el año 2000.
A cualquier persona que haya vivido ese proceso político, a la que se le pregunte su opinión sobre los candidatos, seguramente coincidirá en señalar que el gran error que ese candidato del PRI cometió durante la campaña tuvo lugar en ese debate con el entonces aspirante Fox, en el que equivocadamente se dolió de la manera que aquel lo llamaba: el lastimosamente memorable “me dice mariquita… me dice la vestida”.
En el proceso electoral del 2006, quizá también podríamos hacer un recuento del peso que, en su propio perjuicio, tuvo el “cállate chachalaca” que el candidato López Obrador profanó contra su contrincante, Felipe Calderón. Lo dibujó como un aspirante irrespetuoso, peligroso para un México que, entonces –como ahora–, demandaba confianza y sometimiento a la ley.
En el arte de la política las formas son fondo, y lamentablemente para quienes se dedican a él, pocas veces se ofrecen a sus actores las segundas oportunidades.
Apenas están por arrancar las campañas electorales de este 2024 y hay una, sobre todo, que acaparará la atención de todo el país durante los próximos meses: la que conducirá a Xóchitl Gálvez o a Claudia Sheinbaum a ocupar la titularidad del Poder Ejecutivo de la Unión.
Cada una tiene personalidad distinta. Con sus cualidades y defectos, enfrentarán el escrutinio popular que les puede o no conceder el beneficio de convertirse, o no, en la primera Presidente de México. Solamente una de entre ambas gozará de ese privilegio. Los pasos que deberán dar serán observados y medidos, y un error, un “me dice mariquita” o un “cállate chachalaca”, les puede costar la elección.
No se trata de una cuestión personal, ni menor, porque el plan de gobierno y el diseño de país que cada una representa es diametralmente distinto. Los errores de cada una de estas dos candidatas pueden significar la recuperación del camino democrático de desarrollo nacional, o la continuidad de la ‘cuarta transformación’, lo que sea que ésta signifique.
Es en ese contexto que los brincos de alegría de la candidata Gálvez durante la entrevista concedida a los medios después de su registro ante el INE causan consternación. Es por el momento que atravesamos y lo que significa el éxito o fracaso de su campaña, que la expresión “a huevo”, a micrófono abierto, no puede dejarse pasar como un pequeño desliz de la candidata. La franca y abierta personalidad de la candidata está a prueba y debe afinarse, para demostrar que, así como tiene la capacidad para entenderse con el pueblo, también la tiene para ser jefa de Estado y dirigir a México. Un exceso de su parte le puede costar la carrera.
Tuvo el acierto de acudir a los Estados Unidos de América y, con un discurso fresco, despertar el interés de algunos líderes de ese país. También se adelantó en la atinada decisión de visitar al papa Francisco, imponiendo así el ritmo a la candidata de Morena. Sin embargo, todo el éxito que pudo cosechar con esa travesía desmereció con una sola fotografía: en su encuentro con mexicanos radicados en España, se le vio con Felipe Calderón. ¿Era indispensable?, ¿Ella o su equipo no midieron los negativos que esa asociación representa para su campaña?
A pesar de que la candidata suma los votos de todos aquellos que la favorecerán por oponerse a la continuidad de Morena en el poder, al que ven como la indeseada continuidad del modelo de gobierno de los últimos cinco años, estos serán insuficientes. Abrirán las campañas y la candidata tendrá la oportunidad de presentar su plan de trabajo, sus propuestas de país. Esperemos que la pronta intervención de sus asesores de campaña, de los tres partidos que la postularon, se convierta en un ejercicio propositivo de modulación de su personalidad, un catalizador de su narrativa, que le confiera oportunidades serias para contender contra una candidata que, por el otro lado, estará acompañada por todo el peso del Estado.