Antonio Cuellar

Ambiciones personales

La naturaleza propia de las alianzas de partidos constituirá un punto clave del que dependerá que la próxima presidenta de México pueda construir acuerdos para gobernar.

¿Qué México deseamos cosechar a partir del 1 de octubre de este año, cuando dé inicio el período de gobierno de la nueva administración?

Se ha escrito ya sobre la disyuntiva que habremos de enfrentar el 2 de junio, entre la de elegir una dictadura o decantarnos por una democracia. Quizá podríamos agregar un tema más alrededor del cual gira la cuestión anterior, al que nos referiremos en esta opinión: el de las ambiciones personales. Viene a la mente después del tropezón que tuvo la candidata Sheinbaum la semana pasada, al referirse en Los Cabos a la forma en que el presidente López Obrador había llegado a la presidencia por “ambiciones personales”. Un evidente error que después intentó corregir.

El tema de las ambiciones personales… o personalísimas, constituye un elemento relevante en esta elección, y lo debemos asociar con la forma en que las coaliciones entre partidos fueron formadas: tenemos partidos institucionales de un lado, y cacicazgos partidistas por el otro. Esa naturaleza propia de las alianzas de partidos constituirá un punto clave del que dependerá la posibilidad de que la próxima presidenta de México pueda construir acuerdos para gobernar.

Con independencia de cuál sea la candidata que gane la elección, puede anticiparse con relativa facilidad que los partidos que la hubieran acompañado enfrentarán una inevitable división: si gana Xóchitl Gálvez, una candidata cada día más ciudadana y menos partidista, el PRI, el PAN y el PRD deberán reasumir el papel que les corresponde en el espectro político nacional; si gana Claudia Sheinbaum, una candidata cada día más oficial, la fractura de Morena (movimiento que por sí mismo ha estado siempre dividido), será aún más esperable: ningún presidente en el ejercicio del poder ha aceptado los designios impuestos por su predecesor… y ese sería un escenario deseable en este caso, tratándose de la función de gobierno a cargo de quien sería, de ganar la elección, la primera presidenta de México.

La clara distinción entre el desenlace que pudiera llegar a tener la terminación del acuerdo hoy construido entre el PRI, el PAN y el PRD, contra el que han firmado Morena, el PVEM y el PT, se cifra en la naturaleza de cada partido y, sobre todo, en su propia dirección.

Los primeros tres –aún, siendo el PRD una organización relativamente joven– son auténticamente institucionales; sus dirigencias, son nombradas a través de procedimientos democráticos establecidos en sus estatutos, en los que se toma en cuenta el pensamiento y el sentir de quienes militan en sus filas. Dicho de otro modo, el PRI no es propiedad de Alejandro Moreno, el PAN no le pertenece a Marko Cortés y el PRD no se agota en la persona de Jesús Zambrano. Se trata de partidos políticos que gozan de alternancia en sus propias filas, para los que la figura de su presidente constituye un orden temporal.

Curiosamente, el partido en el gobierno y sus satélites tienen la cualidad opuesta: son partidos con dueño. Morena fue fundado y encuentra en el mismo presidente de la República un liderazgo vitalicio inevitable: nadie contradice la voz de su director. El Partido Verde ha perdurado a lo largo del tiempo bajo el mando de Jorge Emilio González; y el PT tiene en Alberto Anaya a su propio presidente vitalicio, como lo comprueba el hecho de ser él quien ocupa el cargo desde 1990, sin jamás haber sido relevado del mismo.

MC, a pesar de que se conduce como un partido ajeno a esa contienda bipolar, se mira con sospecha por su evidente liga con Morena. De llegarse a confirmar muy pronto esa tesis oculta, se convertirá en uno más de los tres partidos asociados. Con iguales características que los anteriores, el partido del águila naranja tiene en Dante Delgado a su propio pastor.

Si Xóchitl gozara de la preferencia electoral y accediera a la titularidad del Ejecutivo federal, el rompimiento de los partidos de la alianza traería una nueva época para México, y creo que podría ser sumamente fructífera y favorable. El hecho mismo de que hayan construido la alianza demuestra la capacidad de interlocución y su disposición abierta a la concesión de postulados para la construcción de un marco jurídico de entendimiento común. No sería la primera ocasión que podría suceder, pues fueron esos tres partidos, entonces, en unión del Partido Verde, los que firmaron el Pacto por México, un acuerdo que redituó un cúmulo sumamente importante de reformas, muy aplaudidas en el contexto internacional.

Si Claudia alcanzara y materializara esa ventaja que asegura tener, y demostrara que su arribo a la presidencia es un “trámite”, deberá desde ahí conformar nuevas alianzas en el Congreso, si es que realmente tiene la intención de ser la primera presidenta del país, y no la enviada que todo el mundo dice que podría ser. ¿Cómo gobernará la presidenta si dependerá del partido ocupado por su predecesor?

Morena se debe fracturar porque sus divisiones internas, su diversidad humana en el origen, la multiplicidad de fuentes de las que provienen sus representantes, acabará por generar un cisma asociado a su materia esencial: la búsqueda del poder. ¿Con quién acabarán aliados los líderes y legisladores del movimiento: con el expresidente, o con la nueva mandataria? ¿Seguirán fluyendo los recursos para favorecer al sempiterno candidato que quedará constitucionalmente impedido para reocupar la silla presidencial, o se dará preferencia a las iniciativas de la presidenta? El rompimiento de las corrientes será inevitable.

Si no fuera de ese modo, ¿Gozará Morena y sus aliados de la capacidad para reconstruir la historia?, ¿Existirán liderazgos de Morena, disociados de Andrés Manuel López Obrador, capaces de diseñar una plataforma de progreso que refleje la personalidad de la nueva presidenta? El desafío lo encontrará ella a la hora de sumar los votos con los que pueda contar.

En la tesitura descrita ¿cuál es el grupo de partidos que más nos conviene tener en el poder? ¿El conjunto de aquellos que podrían haber aprendido de los errores, del riesgo y los peligros recientes, y de la necesaria construcción de un México plural? O, ¿el grupo de aquellos que tienen en la ambición personal de sus líderes el mejor aliciente para continuar impulsando una agenda que, como se ve, tiene en la imagen y nombre de sus dirigentes, y su propio lugar en la historia –al precio que sea–, su principal razón de ser y existir?

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