Son muchos los elementos del primer discurso del presidente Donald Trump que deben llamar la atención del mundo entero. La reinstalación del pensamiento supremacista norteamericano impulsa un sentimiento de guerra que alumbra arraigados anhelos expansionistas. La alusión al renombramiento del Golfo de México es tan solo una pequeña muestra de los alcances con los que el nuevo ímpetu nacionalista debe ser calibrado.
Para efectos nuestros, el restablecimiento de la dualidad de géneros, la designación de los cárteles criminales como organizaciones terroristas y la declaración de emergencia para su frontera con México, decisiones todas respaldadas con el estridente aplauso de los asistentes al capitolio, que lo ofrecieron de pie al presidente entrante, hacen evidente la visión y pensamiento del nuevo ocupante de la Casa Blanca, quien encuentra en el orden, el respeto a la soberanía estadounidense y la supremacía de la ley un punto crucial de apoyo para su narrativa institucional.
A diferencia de lo que pudieron ser las amenazas insultantes contra los mexicanos, proferidas durante las campañas que se llevaron a cabo antes de su primera administración, al habernos confundido con los “bad hombres”, las resoluciones ejecutivas firmadas el día de ayer fueron sólidas y frías acciones que definen la gran distancia con la que el presidente Trump ve, más que a México, al gobierno de la Cuarta Transformación.
El problema de la seguridad fronteriza y la defensa de la soberanía estadounidense ocupó el primer lugar de su discurso, pero no estuvo lejos de la necesidad de poner fin a la agenda progresista que causa división entre los norteamericanos, punto este que ha de juzgarse en unión de la recuperación de los grandes valores cristianos y la valentía de las tropas que formaron a lo largo del siglo pasado a esa gran potencia mundial, sin parangón alguno en la historia: ¡El presidente de los Estados Unidos propone conquistar Marte!
Las agendas asistencialistas de los movimientos progresistas a nivel mundial, que son aquellas también ligadas a los movimientos woke o a la defensa del medio ambiente, son las que quedaron bien señaladas como la ideología exactamente opuesta al pensamiento del acaudalado empresario neoyorquino que hoy define el rumbo y la suerte de los mercados mundiales. La agenda del partido demócrata que ha venido impulsándose a través del orbe por gobiernos afines de izquierda, quedó drásticamente sepultada por un presidente que promete acabar con ella y una sociedad poderosa que en forma absolutamente mayoritaria lo respalda.
Es esa, para nuestra fortuna o desgracia, la natural diferencia esencial con la que deberá lograrse una nueva comunicación y entendimiento entre el gobierno de México y la segunda administración Trump. Fortuna, pues, por la vía de su poder económico acabará imponiendo una agenda que obligará a las fuerzas mexicanas a recuperar los espacios perdidos frente a la delincuencia galopante que nos oprime; desgracia, porque la distancia ideológica existente entre los dos gobiernos impedirá un acercamiento suficiente que favorezca la construcción de políticas binacionales que refuercen la inversión e impulsen el crecimiento económico nacional.
En el complejo entramado de la relación México-Estados Unidos, el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum deberá ser firme y entendido en la clara y evidente necesidad de dar una fuerte vuelta de timón, que deje atrás la inefable política de los abrazos. Deberá comprometerse para acompañar los auténticos intereses de los estadounidenses, que son perfectamente coincidentes con los nacionales, de acabar con la inseguridad que, ya hoy, ahoga a nuestro país e inunda al de nuestro vecino.
En la difícil posición de construir un diálogo con el presidente del país más poderoso del mundo, del que inequívocamente depende la economía nacional, el gobierno de la Cuarta Transformación deberá valorar la conveniencia de abrazar los valores familiares tradicionales y dejar atrás las políticas progresistas de individualidad y asistencialismo como método para alinear a México en el rumbo hacia el que avanzarán, muy pronto, las principales economías de Occidente.
En un discurso pronunciado por el presidente Emmanuel Macron en abril del 2024, dirigido a la consolidación del nuevo paradigma europeo, la defensa de la soberanía continental frente a la gran amenaza de la migración descontrolada y la recuperación de los valores democráticos propios de Occidente constituyeron dos de los elementos fundamentales de su mensaje, bien recibido por el resto de los miembros integrantes de la Unión.
La posición que asumen los Estados Unidos de América en el concierto internacional, de acuerdo con las ideas que dan forma al gobierno que ayer reveló el presidente Trump, no constituye una definición improvisada de poder: es la cresta de una gran ola que ha venido creciendo con impulsores de gobiernos conservadores bien instalados en todas las latitudes; es una realidad política que superará diferencias raciales y comerciales, pero que sin lugar a dudas no superará y sí socavará las diferencias ideológicas y de libertinaje en el que nos han sumergido algunos gobiernos de izquierda.