51 años. Sólo tiene 51 años y en el mundo de los negocios o en el planeta Tierra no hay casi nadie que no sepa quién es Elon Musk.
Su reino no es de este mundo o, por lo menos, no es de este planeta. Él, siendo un niño y con una mente absolutamente disruptiva y sin saber qué hacer cuando se produjo la injusticia y sufrimiento sobre la gente de Soweto o de quienes veían privadas sus libertades por el simple hecho de tener un color distinto de piel en Sudáfrica, actualmente es el hombre del momento.
Elon Musk nació en Pretoria, Sudáfrica, y es un hombre realmente fuera de cualquier clasificación. Además, es un hombre que vive con las estrellas y que sueña con los poderes terrenales. Musk no es estadounidense ni piensa como tal. Es un hombre que, no hay que olvidarlo, haga lo que haga en la Tierra será irrelevante comparado con lo que a él verdaderamente le importa, que es el reino de los cielo… el espacio infinito.
Ese mismo Musk es el que ahora viene a México, y no solamente lo hace porque ha decidido hacer realidad su cruzada de producir 20 millones de coches Tesla anualmente, sino porque sabe que para lograrlo y para reinar en todas partes es necesario incorporar formalmente a la nueva América del Norte.
Una región que, digan lo que digan, sigue siendo la capital del capitalismo. El director ejecutivo de Twitter es un hombre con una figura, proyección y singularidades tan únicas como las de Howard Hughes. Este multimillonario estadounidense invirtió gran parte de su fortuna en explorar y promover avances en el sector aeronáutico.
Algunos de sus logros fueron los innovadores diseños en la construcción de aviones como el Hughes H-1 o el Hughes H-4 Hércules, además de obtener récords de velocidad aérea y producir películas sobre esta temática que cambiaron la perspectiva de la gente.
Hughes es el personaje que más se parece a quienes tienen un sello distintivo en la figura de Elon Musk, aunque Musk es el único que se ha atrevido –sin importar el costo, ya que a él no le importa el dinero de este mundo terrenal– a romper las barreras de lo imaginable, marcando el inicio de una revolución que, valga la redundancia, apenas comienza.
A Hughes le preocupaba el camino que había que recorrer para que todo el movimiento en el mundo fuera a través del aire y fuera por compañías aéreas. La creación de Trans World Airlines, el diseño de grandes aviones y la ocupación, primero, en el cine, y luego en la realidad del mundo de los negocios, hizo de Hughes un personaje que, al final, como cada uno somos hijos de nuestra genética, muriera solo.
El 5 de abril de 1976, a sus 70 años, estando autorrecluido en la suite más alta de un hotel de Acapulco –presuntamente el Hotel Princess–, el magnate aeronáutico empezó a agonizar, lo que provocó que tuviera que ser trasladado de emergencia a Houston; sin embargo, cuando llegó ya no había nada que los doctores pudieran hacer para salvar su vida. Después de morir aislado y con unos miedos a las bacterias y a los virus enfermizos, sus restos fueron depositados en el Cementerio Glenwood, de Houston, justo al lado de donde sus padres murieron víctimas de una de las epidemias de cólera y tifus más graves que Estados Unidos ha tenido en su historia.
Gran creador y consumidor de la inteligencia artificial, Elon Musk sabe que el mundo de los robots es el golpe mortal contra el trabajo manual de la condición humana.
Por eso en algunos de los mítines de negocios más importantes, Musk pide y se manifiesta por crear una renta universal para todos los seres humanos ante el desplazamiento inevitable que la inteligencia artificial y el mundo de los robots está empezando a producir.
En cada negocio que Musk hace hay que observar dos cosas que marcan su impronta en la manera de entender el negocio.
Primero, realmente busca producir el primer coche eléctrico que, por su implantación, desarrollo, simplicidad para cargar y difusión, verdaderamente pueda ser un alivio para el muy complicado panorama climático y energético.
Lo que es verdad es que los productos hechos por Musk –hasta que pasemos a la siguiente generación de baterías– parecen ser una de las grandes soluciones.
Es verdad que, durante el día, la huella ambiental de Musk es menor que la de otros grandes empresarios, aunque durante la noche el consumo y daño ambiental es mucho mayor que otros negocios, ya que para suministrar energía a sus vehículos es necesario contar con los correspondientes consumos e infraestructuras energéticas que bien podrían equivaler a los daños que producen los combustibles fósiles.
Al igual que Howard Hughes soñó con el cielo, él sueña con que el espacio sea el único camino para sobrevivir a este desafío que supone contar con más de 8 mil millones de personas habitando el planeta Tierra. Entiende que la clave está en proveer los servicios para que la gente viaje no por aire, sino a través del universo.
Y, en el mejor de los casos, que en esa travesía se encuentre con un planeta y ecosistema que no esté tan viciado como el nuestro y que asegure la preservación humana.
El magnate nacido en Sudáfrica es un empresario creador, viviente y ocupante de un mundo autista que, al final del día, siempre se mueve de grandes equipos y busca dar el paso siguiente.
Musk ha cambiado radicalmente la forma de hacer las cosas y, sobre todo, de hacer negocios. Lo que es importante es saber qué es lo que quiere el señor Musk, porque ya sabemos que –como si se tratara de una película de James Bond– el magnate lo que busca es la conquista de los cielos, no le basta con conquistar la Tierra.
Sea cual sea su proyecto final, Elon Musk ya ha iniciado un camino que realmente sí puede suponer un cambio, un salto cualitativo en el comportamiento social y político. Políticamente, al parecer Elon Musk no tiene ninguna afición.
Primero fue demócrata, ahora será republicano y mañana sabe Dios qué será. Pero lo cierto es que, para países como el nuestro, la llegada de Musk significa la irrupción de la inteligencia artificial, de los robots y lo último del mundo del siglo 21, pero no para comunicarse, no para mandarse cartas de amor –como fue en los primeros 20 años de este siglo– ni para consolidar a los Zuckerberg, sino para realmente dar el paso siguiente y sustituir las bases de trabajadores manuales por las masas de los robots y que la inteligencia artificial ocupe gran parte de nuestra vida, aunque no se sabe a qué costo.
¿Dónde está el final de Musk? Es difícil saberlo. De momento, para 2030 quiere producir al menos 20 millones de coches anualmente. En 2022 Tesla produjo 1.31 millones de vehículos, y eso considerando las tres gigafactorías que actualmente tiene. Y ahora, con las nuevas planeadas que están por construirse en México y en otros posibles sitios, como Indonesia, podrá acercarse a la meta planteada.
Mientras tanto, hay que saber que los políticos que puedan entenderse, hablar con él y poderle mirar sin crearle un fenómeno de aburrimiento son los que tendrán futuro. Y de la experiencia mexicana yo quiero rescatar que ha habido dos políticos que han sido especialmente hábiles, por lo menos para mantener su atención.
El primero de ellos es el gobernador de Nuevo León, Samuel García, y el segundo el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard.
No sé si este último termine por ser el próximo presidente de los Estados Unidos Mexicanos, pero lo que sí sé es que esta relación creada y mantenida con el nuevo dueño del mundo puede acabar beneficiándole más de lo que la gente y él mismo creen.
Desde Julio Verne hasta Vladímir Nabokov, a estas alturas es difícil saber quién ha influido más en la persona de Musk. Pero, en lo que respecta a los espectáculos con inversionistas y de presentar nuevos productos, sin duda alguna su modelo se llamó Steve Jobs.
El creador de Apple era radical en todas sus concepciones, no solamente intelectual o tecnológicas, sino, sobre todo, estéticas.
De ahí que, en él, Musk encontrara su mayor fuente de inspiración. Simplemente voltee a ver la palma de su mano y se dará cuenta de que, inconscientemente, ya todos hemos perdido los ejes por los puntos que bordeaban la visión que tenía Steve Jobs de su negocio.
En dos presentaciones, una como disciplinado dirigente que es, vestido con chaqueta y camisa, y la otra en la que emana y sale el verdadero magnate tecnológico que lleva simplemente una playera sin nada que anunciar, salvo el hecho que representa su presencia, Musk revolucionó el sector industrial y tecnológico mexicano la semana pasada.
Tres horas tardó, jugando con los nervios y especulaciones de todos, para confesar claramente qué era lo que iba a hacer en México.
En muchos sitios incluso hubo pánico, ya que siempre cabe la posibilidad de que un personaje como Musk cambie su criterio de un día para otro. Lo que queda claro es que el día que se acabe y se cierre la vida terrenal de Musk, ese momento seguramente no se perpetuará desde una suite de un hotel en Acapulco –tal y como le pasó a Howard Hughes–, sino que será desde una estación espacial.
Nunca hay que olvidarlo, Elon Musk es como un niño y tiene síndrome de Asperger. Él se escucha así mismo y transmite lo que cree a partir de esa convicción y resolución que sólo quien está viviendo en universo puede llegar a comprender. Los especialistas critican y juzgan la bajada del valor de sus acciones después de la presentación de Tesla del pasado miércoles.
Sin embargo, no hay que olvidar las esencias de Musk. Primero, como le pasaba a Steve Jobs, a él no le importa el dinero. Segundo, le importa más tener la razón e imponer la visión tan radical que tiene sobre cómo arreglar el mundo.
El está convencido de que la ciencia y la tecnología son la solución del mundo. Tercero, él ha conseguido llenar las carreteras alrededor del mundo con más de 4 millones de automóviles de su marca Tesla y su misión, sin duda alguna, no parará ahí.
Elon Musk solamente tiene una persona que lo liga al mundo, que es su madre. Hasta el momento sólo se ha casado dos veces, pero, aunque se hubiera casado más de 200 veces, el resultado sería el mismo.
A la única persona a la que siempre se dirige con ternura y amor, y quien siempre lo trae a su mundo terrenal, es su madre. No es difícil suponer que hay un Musk mientras su madre siga con vida y que será otro Musk una vez que, siguiendo las lógicas implacables de la naturaleza, su madre lo abandone. Mientras tanto, los cronistas y biógrafos de su vida seguirán discutiendo si tiene siete o 10 hijos, aunque eso importa poco.
Lo que importa es su elemento disruptivo y su capacidad de luchar desde la convicción de que el planeta Tierra y la condición humana están en peligro. Space X está basado en un principio fundamental, que es lograr brindarle a la gente –considerando los costos y los requerimientos necesarios– la posibilidad de viajar y trasladarse al espacio de manera simple.
Por eso, Musk se empeña tanto en demostrarle al mundo que lo terrenal es vano y pasajero, que el verdadero futuro está en las estrellas y en ese espacio exterior que tanto admira. Y todo lo pretende demostrar por medio de esas dos grandes amigas tan incondicionales para él, que son la ciencia y la tecnología.
Por último, es necesario saber que ser accionista suyo es como ser parte de una congregación o de una secta y que es algo que va mucho más allá de la coyuntura temporal o del beneficio de una acción específica. Esos tratos y asociaciones sólo son los medios que le permiten incidir y perpetrar los grandes planes que tiene en el paso de su vida en el planeta Tierra. Musk, el hombre del momento, es alguien que vive en este planeta, pero que anhela y sueña con el más allá.