En tan sólo 15 días, el mundo cambió. Cuando parecía que el mundo sólo podía ser capaz de sostener o ser testigo de un único conflicto armado a la vez –haciendo referencia a la guerra entre Ucrania y Rusia–, el grupo terrorista Hamás obligó al planeta a extender su capacidad de atención, de angustia y su resistencia ante el riesgo. Desde aquella mañana del 7 de octubre el mundo está viviendo una recomposición estructural abierta que se está dando en varios frentes simultáneos.
La exhibida destrucción de un hospital, que al día siguiente se vio que no había sido tal, y la posibilidad de que los bombardeos israelís sobre la Franja dejaran de respetar lo que desde hace mucho tiempo es sabido, que es que los hospitales y las escuelas sirven para contener los arsenales principales de Hamás, sirvió para que el mundo árabe entero ardiera. Pero no sólo ardió el mundo árabe, sino también los difíciles equilibrios que en este momento sostienen y las conversaciones que de verdad se están celebrando para evitar que lo que empezó entre el 6 y el 7 de octubre, con el ataque a la zona de los colonos y en la frontera sur de Israel con Cisjordania, termine siendo la llama que provoque el incendio y dé paso al inicio de la tercera guerra mundial.
Europa es tan parte del conflicto como los países árabes de la zona. La llegada de miles de inmigrantes procedentes de países árabes y situaciones tan alterantes y tan sin resolver –como lo que está sucediendo en Siria– hacen que países como Francia, España, en cierto sentido Inglaterra, y muchas naciones europeas en este momento sean rehenes de la furia árabe. Las manifestaciones de apoyo, curiosamente en contraste con la exhibición hecha por los propios miembros de Hamás, que muestran su brutalidad vengadora en las incursiones hechas dentro de territorio israelí, no han servido para encontrar nuevos culpables de la humanidad en la zona. Para lo que sí han servido muy bien es para olvidar esas imágenes y el ataque que iniciaron y concentrarse en retener las actuaciones del Estado genocida –según dicen sus enemigos– de Israel.
En el territorio del conflicto lo que verdaderamente se está jugando y disputando es la guerra religiosa. La guerra que inició el siglo pasado y que alcanzó su punto culminante con el atentado hacia las Torres Gemelas no se está llevando en el Líbano, Siria ni en la frontera israelí o en los países árabes, sino que esa vertiente de la guerra religiosa se está disputando en Europa. Y está sucediendo con un claro perdedor de la batalla de las comunicaciones. Con un derrotado apriorístico que, en este caso, es el Estado de Israel.
El conflicto actual es entre el mundo árabe y los demás. Aunque realmente la solución de esta guerra no está en manos de los países árabes o de quienes de manera directa o indirecta también está involucrado en ésta. La verdadera solución radica en las tres potencias del mundo y en su capacidad para ponerse de acuerdo sobre el alcance y amplitud del enfrentamiento.
Las imágenes, como he dicho en artículos anteriores, son la representación de este mundo y de este siglo 21. Y es que en la actualidad son las imágenes las que mejor pueden resumir la situación que estamos atravesando. Una de ellas es la que muestra al presidente Joe Biden en su llegada a Israel el pasado miércoles mientras es recibido por el primer ministro Netanyahu. Esta visita sucede después de que países como Egipto, Jordania o la autoridad palestina trataran de dilatar la reunión y a pesar de los propios esfuerzos mediáticos y propagandísticos por parte de los palestinos. Por otra parte, es innegable que las fotografías y las escenas que mejor relatan este mundo en el que vivimos son en las que se ve al presidente Biden, al presidente Xi Jinping y al presidente Putin acompañados por sus comandantes militares. Es importante señalar que la reunión de la semana entre dos de los arsenales nucleares y militares más importantes del mundo, China y Rusia, no fue nada del agrado para Washington. Al final del día, que se reúnan dos de las tres verdaderas potencias mundiales –y si se considera el hecho de la creciente tensión entre Estados Unidos con Rusia y China– da muchos motivos para reaccionar.
El verdadero ganador del conflicto que empezó el pasado 7 de octubre es, sin duda alguna, el presidente Putin. Su invasión de Ucrania ha pasado a un segundo plano y me temo que no sobrevivirá al desafío, al acomodo y a los problemas que cada vez son más notorios, siendo defensor de una manera de vida en la que no sean los árabes y sus pobres consecuencias los principales protagonistas.
Visto lo visto, no es que se haya olvidado el Holocausto, es que da la impresión de que nunca existió. En cualquier caso, la venganza del odio y el mundo que hemos construido permite que el sufrimiento de una minoría –ya intentada hacerla desaparecer por completo del planeta entre los años de 1934 y 1945–, la judía, no tiene importancia qué pase con ella frente a la defensa religiosa de unos seguidores y fieles de un Dios frente a otros.
Biden sólo no puede. Israel, menos. El acuerdo estadounidense con las otras dos potencias nucleares, China y Rusia, es la única posibilidad para intentar controlar el estallido completo e irreversible de este conflicto. Mientras tanto, obsérvese que es la primera vez que Estados Unidos –a pesar de seguir sin tener un Speaker of the House y con lo cual técnica y constitucionalmente no podría declararse en guerra– no se ha limitado a sólo hacer exhibiciones y declaraciones. A pesar de toda la cuestión interna por la que actualmente atraviesan los estadounidenses, esto no ha sido un impedimento para movilizar hasta 14 mil soldados –2 mil de ellos en alerta máxima para entrar en combate–, así como a sus dos carriers más grandes e importantes y los ha colocado a las puertas del conflicto por si llegara a ser necesario utilizarlos. Naturalmente, no están diciendo cuántos submarinos nucleares también están en la zona en caso de que el conflicto se lleve hasta las últimas consecuencias.
A Israel le permitirán hacer justicia hasta cierto punto. Pero las grandes preguntas son hasta dónde parará este conflicto, qué sucederá después, qué pasará con el Líbano, con Irán, con Arabia Saudita, con el relativo peso en la región de China o con el interés cultivado durante más de 50 años en la zona por Rusia. Mientras tanto, el tema de Ucrania va camino al desván de la historia y es que este mundo en el que vivimos, que es tan fácil pararlo sobre la base de la manifestación y la furia ciudadana en las calles principales de Europa, no se dará el lujo de permitir, por un lado, la posibilidad de que en cualquier momento un misil caiga donde no debe y que esto sea el pretexto para desencadenar una guerra total.
Europa está bajo el asedio de una mayoría social de los extrarradios que ni se sienten europeos ni valoran Europa ni tienen ningún interés en quedarse bajo una situación en la que, aunque se conviertan en los dueños, piensen respetar o defender la situación de mayoría, hegemonía y control de las sociedades europeas. La situación y el equilibrio global actual está entre alfileres. Basta de un error para que todo se salga de control y para que el cinturón de fuego que significa el descontento social de las minorías que radican en las principales capitales europeas provoque una situación –como ya está pasando en Francia– de paralización por la vía de hecho de la vida ciudadana. Faltará ver cómo resolver esta caótica situación sin que se ponga en riesgo la estabilidad mundial.