Suponiendo que en el más allá existiera la libertad de expresión y que los espíritus pudieran manifestarse, al ver el panorama actual seguramente Fidel Castro debe de estar, por una parte, disfrutando, aunque también sufriendo. Los hechos ocurridos en Ecuador la semana pasada y la situación de levantamiento general que viven muchos países de Latinoamérica ejemplifican el triunfo de lo que en su época, con tanto ahínco, intentó hacer Fidel Castro, que era iniciar una revolución en toda América. Una revolución que, bajo la insignia comunista y la lucha ideológica, terminara con los abusos, las desigualdades y las maldades del sistema capitalista. Sin embargo, las guerras centroamericanas, los más de 70 años de guerra civil en Colombia, que inició tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, los constantes conflictos y disputas por tratar de corregir todas las malas decisiones que han llevado a la creciente desigualdad social en América Central y América del Sur o el desastre hecho por Estados Unidos en la región –aunque pudiera parecer que lo haría– no han sido suficientes para hacer arder todo el continente.
La revolución del narcotráfico y del crimen organizado ha triunfado. En las calles de Estados Unidos se ve en el tráfico y consumo creciente del fentanilo. En los países que reciben las remesas de sus connacionales desde territorio estadounidense también lo ha hecho. El crimen organizado hoy es una fuerza incontrolable para los Estados; sus cárteles no sólo controlan gran parte de los territorios en los que están instalados, sino que además tienen una capacidad armamentista similar o incluso superior a la que cuentan las fuerzas de defensa nacional de los países. La situación supera las capacidades y los límites de control por parte de los Estados, y es que cuando se trata de aprisionar a alguno de sus miembros –como ya ha sucedido en nuestro país– se desata la locura y destrucción completa. Cuando se les califica –como sucedió con el candidato ecuatoriano Fernando Villavicencio– como cárteles y como un peligro para la estabilidad social, éstos responden atentando o quitándole la vida de quien hace la declaración, como fue el caso de Villavicencio. Se trata del triunfo de una revolución que nos ha llevado a un proceso en el que hoy podemos estar completamente preocupados, primero, porque no hay mucho qué hacer.
Si nuestras sociedades estuvieran cimentadas bajo valores sólidos y donde el bien fuera capaz de vencer al mal, simplemente no existirían las batallas, las injusticias y las situaciones que existen en nuestra vida cotidiana. Sin embargo, analice y sea testigo de cómo los balazos simplemente le ganaron la batalla a los abrazos. En la actualidad somos esclavos de un sistema en el que –conviene recordarlo– se ha vulnerado por el primer principio que hizo que Estados Unidos haya sido durante muchos años la principal potencia del mundo.
En Estados Unidos no es que haya mafias, es que están todas las mafias. Entonces, ¿cuál es el problema y cuál es la diferencia? Que en territorio estadounidense ninguna mafia, ningún grupo organizado ni ningún desafiador del Estado es superior a la fuerza del Estado mismo. En Estados Unidos no hay nada por encima de la ley y quien lo intente ser sencillamente es socavado por la fuerza del Estado y de la ley misma. Las revoluciones sociales que se están desenvolviendo alrededor del mundo –que tienen un origen en la falta de astucia al momento de repartir la riqueza entre los ciudadanos– y la hegemonía de la violencia sobre cualquier otro sistema de vida tienen una explicación muy sencilla. Y es que los Estados –con claras excepciones– hoy son más débiles que las fuerzas. En este caso, ¿cuál es el verdadero triunfo de esta revolución? Si para la revolución de Castro la victoria significaba el fracaso del sistema capitalista, ¿qué significa que los grupos como el Cártel de Sinaloa, el Cártel Jalisco Nueva Generación o cualquier otro estén controlando y gobernando muchas regiones de diversos países? Pero más allá de ese hecho innegable, hay que cuestionar qué es lo que verdaderamente están ofreciendo estos grupos del crimen organizado a las sociedades o –más allá de provocar terror entre los ciudadanos– en qué están basadas sus propuestas a las sociedades que gobiernan o pretenden gobernar.
Otra historia de la que debemos haber aprendido la lección es que tener encerrados a los capos en prisiones donde no puedan ver el Sol o matar a los capos de cada banda no es la verdadera solución del problema. Por cada líder del crimen organizado que es aprisionado o matado salen otros cinco. Se mata la cabeza de la serpiente; sin embargo, de la serpiente se multiplican más cabezas en una espiral que pareciera no tener fin.
Resulta triste y especialmente doloroso que la única emigración que está teniendo éxito y triunfando es la que representa la destrucción de las sociedades. Es evidente que la migración, así como la pobreza y el subdesarrollo, forma parte del entramado y de la composición del ejército de los malos. Estos ejércitos del mal hace mucho tiempo que dejaron de vender vicio en forma de juego, prostitutas o drogas para convertirse en verdaderos grupos terroristas que desafían y, muchas veces, vencen a los Estados.
Que nadie se sorprenda de lo que va a pasar a partir de aquí, aunque es obvio que si el gobierno de Estados Unidos soportó una guerra en Centroamérica para impedir que los comunistas se hicieran cargo del poder, imagínense cómo será la respuesta militar que tendrán que efectuar ante el acoso que significa la destrucción de los Estados que están al sur de su mismo subcontinente. Y en ese sentido, hay algo en lo que Estados Unidos siempre ha salido victorioso, y es la defensa, a cualquier precio y bajo cualquier condición, de la preservación y fortaleza de su territorio.
Los desafíos de la actualidad son nuevos y, por consiguiente, las respuestas también tienen que ser forzosamente nuevas. Lamentamos la pérdida del sistema democrático sin darnos cuenta de que tener algunos países basados en la violencia y en la pérdida del concepto de la seguridad conduce al éxito repetitivo del llamado modelo Bukele. En el fondo, tal y como van las cosas y así como el presidente Daniel Noboa ya ha decretado el estado de excepción en Ecuador y prometido la creación de dos cárceles de máxima seguridad para encarcelar a los más peligrosos, me temo que pronto tendremos catálogos de las grandes constructoras en los que no se exhibirán los campos de exterminio nazi, pero sí contarán con el modelo Alcatraz o el modelo Qincheng. Más pronto que tarde se hará costumbre ver a los presos posar de rodillas y en ropa interior, tal y como ya se efectúa en El Salvador. Vivimos tiempos convulsos en los que la mayor amenaza es la falta de capacidad de los Estados para contrarrestar las amenazas que atentan contra su integridad y su supervivencia.