Decir que López Obrador nunca mintió es decir parcialmente la verdad. El Presidente mexicano siempre fue claro con sus intenciones y con lo que tenía planeado hacer; que hubiéramos pensado –como les ha pasado a tantos otros pueblos– que al final no lo haría o no se atrevería a llevarlo a cabo, es otra historia. Desde que portó por primera vez la banda presidencial, López Obrador fue muy sincero y claro con el país que quería construir –o destruir, según se vea– y que no dejaría que ningún obstáculo lo detuviera. A pesar del voto de confianza depositado por más de treinta millones de mexicanos, es de sabios admitir nuestro error.
Andrés Manuel López Obrador nunca nos mintió. Él fue honesto con sus planes y nunca ocultó su interés de construir un México a su medida. Otra cosa es que pensáramos que no sería capaz de hacerlo. Sin embargo, es necesario sacar y aprender las lecciones y conclusiones –menos dramáticas de las que en su época tuvo que sacar el pueblo alemán con la entrega, sin ninguna condición, del poder en toda su expresión a las manos de su Führer– que nos han dejado estos últimos seis años. Pero no sólo lo tenemos que hacer por sacar un balance de lo realizado, sino porque todo lo hecho ha sido con el pleno soporte y sustento del pueblo mexicano.
Este es un momento en el que no se puede llorar por la República. La mayoría calificada regalada y obtenida, primero, por el voto del pueblo de México y, segundo, debido al control mental de las entidades que regulan el derecho electoral en nuestro país, hace que la Constitución mexicana se parezca a los hechos que desencadenaron la conquista de la Alhambra de Granada, hecho que a su vez dio paso al nacimiento de España en 1492. Diciendo esto, es bueno, conveniente y menester recordar las palabras de la madre de Boabdil, la reina Aixa, cuando vio a su hijo lamentarse por dejar en manos de los reyes católicos su preciado reino: “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”.
Llorar por la República mexicana no servirá para nada. Desconocer la ruptura y el descubrimiento de que el mundo que le prometimos a los mexicanos sobre que la libertad los haría más plenos, felices y en control de su vida, ha servido para que haya llegado a una conclusión muy importante. Parecía que el pueblo mexicano se estaba dando cuenta de que de nada sirve tener una Suprema Corte de Justicia o un apoyo en forma de becas o de ayuda económica por parte del gobierno del presidente López Obrador si a cambio se está hipotecando el futuro del país. Sin embargo, esto no fue más que un espejismo, ya que el pasado primero de junio más de 35 millones de mexicanos votaron por la continuidad de este régimen al darle la oportunidad a Claudia Sheinbaum de convertirse en la primera mujer en liderar al país.
El pueblo de México habló y dejó claras sus lealtades y preferencias. El primero de octubre la doctora Sheinbaum, después de 65 hombres, será la primera mujer en colocarse la banda presidencial de México. Aunque a quien realmente el pueblo mexicano le dio su voto es al autor del milagro que consiguió destruir y cambiar el mundo de las aspiraciones. Aquel que cambió las dinámicas y estructuras de nuestro país y que instauró como estandarte de su sexenio el siempre poner primero a los pobres y convencer que más valía darle peces –en forma de pesos– a los mexicanos que enseñarles a pescar.
Ya es tarde para pretender hacer todo aquello que no hicimos. Las campanas doblan por la ilusión democrática de que la conquista de los derechos y las libertades nos haría mejores. Seguramente lo seremos, seremos mejores siendo más libres. Aunque lo que realmente demostrará y marcará esa mejoría será cuando en lugar de tener dos tortillas tengamos cuatro.
Frente a todos los retos e incertidumbres que inevitablemente vendrán, están los pesos y las ayudas que el presidente López Obrador deposita mes con mes en las cuentas de millones de mexicanos. Mexicanos que con lo que tienen apenas les alcanza para comer; sin embargo, es un hecho que pueden comer. Y esa es una garantía, en forma de votos en las urnas, que mantiene y seguirá manteniendo en el poder a López Obrador y sus aliados. La 4T ha hecho un gigantesco esfuerzo por secuestrar el progreso, el crecimiento y la prosperidad para todos a cambio de una seguridad mediocre.
La gobernanza y la democracia están en crisis en todo el mundo. En nuestro caso ya no está en crisis, sino que –por vía de la voluntad popular– se tomó el camino de entregarle a su nueva guía su futuro y dejar en sus manos todo lo que haya que hacer, sin importar los efectos y las consecuencias de ello.
Concluido su mandato, ¿López Obrador se irá a La Chingada? Tengo entendido que durante un corto periodo así lo hará. Aunque quedarse donde está no dependerá tanto de su deseo –ya que a fin de cuentas su pecho no es bodega–, sino en qué medida note que su predecesora cumpla con la pureza ideológica de su movimiento y con la continuidad de su mensaje. Y es que al final él –y en eso también es singular– no es un político cualquiera, sino que se trata de un líder marcado por su Dios. Todo para cumplir un programa que en muchos sentidos pretende revolver las circunstancias históricas sobre las que aún sigue quedando claro que se haga para un bien superior, aunque sí para marcar un antes y un después de su llegada al poder.
Éxito total para el ciudadano Andrés Manuel López Obrador: ya entró en la historia. El problema será cuando dentro de unos años los historiadores traten de entender por qué todo un pueblo –entre su hambre, frustración e ininterrumpida escuela de odio que se impartió desde las mañaneras– decidió entregar su vida a cambio de una pensión.
Hoy, una vez conseguida la mayoría calificada por parte de Morena y sus aliados en la Cámara de Diputados –y estando muy cerca de también conseguirla en la Cámara de Senadores–, las palabras dichas por la reina Aixa a su hijo tras la caída de la Alhambra retumban en los oídos del pueblo mexicano. Sin embargo, en esta ocasión las lágrimas no arreglarán la situación ni lograrán revertir lo sucedido. El control absoluto y sin límites por parte de unos pocos hacen pensar que la República sencillamente ha llegado a su fin.