Año Cero

Tiempo de certezas

El mandato de Donald Trump estará marcado por bases disruptivas y bajo un eje claro de acción, donde él y su equipo se posicionan como los depositarios del poder de la democracia más grande del mundo.

La vida siempre es una incógnita. Cada vez que empezamos algo nuevo –un cambio de administrador, una nueva relación, un nuevo trabajo o cualquier capítulo en nuestras vidas– creemos saber cómo se desarrollarán las cosas. Sin embargo, siempre desconocemos cuál será el resultado de esa nueva aventura o capítulo.

Hoy, en Washington, en National Mall y con varios grados bajo cero, se repite una escena que ha sido símbolo de la democracia estadounidense desde 1800, cuando Thomas Jefferson asumió la Presidencia bajo la cúpula en construcción del Capitolio. Esta vez, Donald Trump ha jurado nuevamente como presidente de Estados Unidos.

El presidente número 47 y el número 45 recae en la figura de la misma persona. Donald Trump repite, ahora sin sorpresa y sin todas las incógnitas que hubo en 2017 con su primer mandato. No es que hoy empiece la historia. No es que empiece la nueva era. Es que con este presidente y con esta administración comienza una era que se puede caracterizar como la de las certezas.

Llevamos muchos años acumulando las consecuencias de la crisis del sistema democrático que atravesamos. La incapacidad para convencer a los ciudadanos de que la única forma de vivir en seguridad era consolidando nuestras libertades, ha dejado a las democracias en una posición vulnerable.

Durante muchos años instauramos la división de poderes como el sistema ideal y el más justo. Pensamos que unos poderes servían para limitar los excesos de otros poderes. Durante décadas, se creyó que ese esquema protegía a los ciudadanos de los excesos del poder, sobre todo del poder que ejercía quien lideraba la rama ejecutiva. Sin embargo, esa estructura ha desaparecido.

Hoy, al observar el panorama global, es evidente que cada vez más gobiernos actúan como depositarios absolutos del poder. Ya no respetan el equilibrio de poderes y, en cambio, concentran en sus manos no solo el Poder Ejecutivo, sino todo el control político. Este fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos, ha ocurrido también en países como Italia y amenaza con extenderse a otros países, como Francia.

Vivimos en un tiempo de grandes cambios. Las dinámicas políticas que conocíamos están siendo sustituidas por otras. Sin embargo, esta transición tiene una característica común y coincidente con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca: este es un tiempo de certezas.

No hay que ser ningún mago ni muy inteligente para saber que el segundo mandato de Donald Trump no será uno donde podamos especular. En esta ocasión no habrá sorpresas ni asombro. Su mandato estará marcado por bases disruptivas y bajo un eje claro de acción, donde él y su equipo se posicionan como los depositarios del poder de la democracia más grande del mundo.

El 21 de marzo de 1947, durante la presidencia de Harry Truman, el Congreso reformó la vigesimosegunda enmienda de la Constitución estadounidense limitando el número de mandatos presidenciales a dos. Pero, ¿qué podría impedir a Trump organizar un referéndum para modificar esta enmienda?

Su estilo disruptivo y su postura que en cierto sentido puede ser considerada por ir en contra del establishment, le permitirá romper esquemas sin culpabilidad alguna. Si a eso se le suma su alianza estratégica –que ya veremos cuánto durará y cómo se desarrollará– con personajes como Elon Musk, se puede inferir que su mandato estará caracterizado por elementos disruptivos y confrontados con algunos poderes tecnológicos, económicos y financieros de Estados Unidos.

Musk, con su visión de la vida como un videojuego, ha construido un imperio que abarca desde el suministro de internet satelital hasta la consolidación de su marca X. Su asociación con Trump introduce una dinámica inédita en la política estadounidense, enfrentándose directamente a gigantes tecnológicos como Apple, Google y Meta. Es tal el alcance que esta dupla puede llegar a alcanzar que incluso se especula que ambos podrían liderar la primera administración en llevar a Estados Unidos a Marte.

En esta nueva era, las grandes figuras del mundo tecnológico y financiero compiten por la supremacía. Aunque Trump y Musk parecen tener una ventaja, figuras como los Page, Gates, Bezos y Zuckerberg también juegan un papel crucial en esta batalla por el poder. No se puede obviar un elemento que, aunque pudiera ser insignificante, tiene su particular importancia. Esto es el hecho de que a diferencia de los grandes líderes tecnológicos antes mencionados – y con Trump incluido – Elon Musk es estadounidense por ciudadanía, no por nacimiento.

En el ámbito internacional, Trump ha dejado claro que su prioridad es “hacer a América grande otra vez”. Sus reglas son muy claras: hará cualquier cosa y tomará cualquier tipo de medida para llevar a su país a la grandeza y cortar y coartar los sueños de un imperio que no es el suyo y que cada vez tiene mayor presencia e importancia en el mundo.

Sus políticas proteccionistas, como la imposición de todo tipo aranceles, buscan frenar la expansión de China, que representa una amenaza directa para la hegemonía estadounidense. Esta confrontación define la estrategia global de Trump, donde no dudará en usar cualquier herramienta a su disposición para preservar el liderazgo de Estados Unidos.

En estos tiempos de certezas debemos suponer y desear que los gobiernos más afectados por las primeras medidas del trumpismo hayan aprovechado este periodo para prepararse a lo que viene. Si bien puede que no hayan desarrollado políticas alternativas completamente estructuradas, al menos deberían haber planteado estrategias lenitivas frente a los intereses de Estados Unidos.

Para aquellos que interpretan, quizá por conveniencia, que fenómenos como el caso de Groenlandia sólo podrían producirse mediante el uso de la fuerza militar, es importante recordar un punto histórico esencial: gran parte del territorio que hoy conforma Estados Unidos se incorporó gracias a la adhesión voluntaria de sus habitantes, facilitada por inversiones previas en su bienestar. En este contexto, es más realista pensar que, tras la independencia lograda por Groenlandia en 2008, cualquier cambio futuro en su integridad territorial requerirá un nuevo referéndum. En este referéndum, los más de 57 mil groenlandeses deberán decidir si aceptan las condiciones ofrecidas por Estados Unidos, incluyendo el pasaporte y los incentivos financieros que conllevaría esa posible integración.

Esta estrategia y operación sería diferente a la forma en la que los estadounidenses se adueñaron de territorios como California o Nuevo México, tras la invasión estadounidense de 1848. Lo de Groenlandia se asemejaría más a los casos de adquisición de la Florida y Lousiana por parte de James Monroe y Thomas Jefferson, respectivamente. No olvidemos que entre estadounidenses y daneses ya hay un precedente cuando en 1917 el gobierno de Woodrow Wilson pagó 25 millones de dólares en oro a Dinamarca para adquirir las Islas Vírgenes.

Por otra parte y visto lo visto, da la impresión de que el T-MEC ha desaparecido por la vía de los hechos. El T-MEC es una asociación de tres países, de los cuales, en estos momentos, dos están extremadamente debilitados por diferentes motivos. Y el que supuestamente debería liderar el acuerdo y relación trilateral en estos momentos está en medio de una especie de guerra civil y en un ciclo que permite la creación continua de conflictos internos que pareciera no tener fin.

Por su parte, México se enfrenta a una relación compleja con su vecino del norte. Aunque el T-MEC sigue vigente, las acciones unilaterales de Estados Unidos lo han debilitado. Al mismo tiempo, la contradicción interna de Estados Unidos es evidente: necesita la inmigración para sostener su economía, pero ha hecho de su lucha contra la inmigración ilegal una prioridad en seguridad pública.

De las novedades de este tiempo de certezas, lo más importante es saber que el Trump 2.0 no solamente está mucho más calmado que en su anterior administración, sino que ahora es mucho más peligroso. Además, ha conformado un equipo de colaboradores donde al parecer el más moderado es él.

Ejemplo de ello es su secretario de Defensa, Pete Hegseth. Con su tatuaje en el brazo que tiene el lema de “Dios así lo ha querido”, que es el mismo lema que usaron las primeras cruzadas, empieza su propia cruzada. Y es una cruzada que no solamente pasa por despolitizar –como ha dicho– al Ejército, sino que inicialmente tiene la misión de garantizar la defensa eficiente tanto de manera interna como externa. Además, tendrá la difícil tarea de administrar y gestionar correctamente el presupuesto más grande, el más intocable y el que continuamente está creciendo, que es el de Defensa de Estados Unidos. El de Defensa es un pilar clave para recuperar la grandeza que tanto aspira la administración Trump.

En este escenario, la única certeza es que el conflicto no es una posibilidad, sino una realidad. Esta administración comienza inmersa en enfrentamientos, y la gran incógnita es si escalará hacia un conflicto de mayor dimensión o si será posible mantener un cada vez más frágil equilibrio.

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