Carta desde Washington

Los cuatro años que viviremos peligrosamente

México debe entender que la seguridad integral y perimetral norteamericana tiene que ocupar un papel central en la arquitectura regional.

Hace dos semanas, previo a lo que acabaría sucediendo en las urnas en Estados Unidos, escribía aquí que sin lugar a dudas el resultado más complejo, retador y peligroso para México era un triunfo electoral de Donald Trump, y explicaba el porqué de mi convicción. Ese escenario es hoy ya una realidad y en muchos sentidos, el gobierno de Claudia Sheinbaum enfrenta a partir de ahora uno de los retos más formidables de su gestión y para el diseño e instrumentación de todas sus políticas públicas a lo largo de los siguientes cuatro años, sino es que de su sexenio entero. Ese reto inconmensurable, profundizado a raíz de las nominaciones que ha hecho hasta ahora el presidente electo estadounidense para su gabinete y equipo en la Casa Blanca, obligará a la presidenta a dedicar atención y banda-ancha a los temas internacionales y de política exterior que, me queda claro, no interesan ni son prioritarios para su gobierno o para el partido en el poder, en momentos en que cortesía de su predecesor la reputación, credibilidad y peso de México en Norteamérica -y en el mundo en general- están hechos añicos. Pero atención perentoria es lo que sin falta tendrán que prestarle, porque lo que está en juego es la relación más indispensable para la seguridad, la prosperidad y el bienestar del país y de los mexicanos en ambos lados de la frontera.

Cara a lo que se avecina a partir de enero y la muy probable estrategia de Trump de repartir de arranque tres o cuatro trancazos para marcar tono y ablandar al gobierno mexicano y elevar con ello su capacidad de presión y palanqueo, aquí va un esbozo general a botepronto de diez sugerencias para el diseño y la ejecución de la agenda bilateral con nuestro principal socio diplomático y comercial sobre todo de aquí a finales d enero cuando tomara posesión la próxima administración estadounidense y que podrían ayudar a contener o atenuar esas acciones que se prevé instrumentará el próximo mandatario estadounidense.

1) Reconstruir al Estado mexicano: Sheinbaum hereda de López Obrador un Estado ‘Base Cero’. Con presupuestos canibalizados y burocracias evisceradas (por ejemplo, los cuadros especializados en negociaciones comerciales internacionales y formados en la Secretaria de Economía fueron purgados en 2022 y hoy esa dependencia, cosa insólita dado lo que se viene, no cuenta con agregaduría en la embajada mexicana en Washington), el gobierno carece hoy de los cuadros en distintas dependencias clave para el manejo día a día de la relación con EE.UU. Urge reconstruir -o reconstituir- y financiar esos equipos, sobre todo en Economía y Relaciones Exteriores.

2) Eliminar el efecto ‘Caballo Troyano’ chino: La habitación que sí parece haber leído bien el gobierno mexicano es en lo que respecta al recalibramiento más importante de la política exterior de EE.UU desde el fin de la Guerra Fría: la relación con China. En la competencia geopolítica sino-estadounidense, México no tiene mucho de dónde escoger ni demasiadas opciones, y debe jugar con una dosis de “realpolitik”. De entrada y bajita la mano, van de por medio $1.5 mil millones de dólares de comercio transfronterizo al día en ambas direcciones, y la imposición de potenciales aranceles detonada por la huella manufacturera china en nuestro país podría, según un análisis de Bloomberg, rebanarle entre 0.6 y 2% al crecimiento del PIB mexicano de aquí a 2028. En momentos en los que además sectores conservadores canadienses están poniendo en entredicho la permanencia de México en el TMEC, bien haría nuestro gobierno en asegurarse que su narrativa empata con sus acciones, monitoreando y controlando sectores de inversión sensibles para EE.UU y Canadá y evitando la triangulación y transbordo comercial de productos chinos montados sobre el TMEC, desde México hacia el resto del mercado norteamericano.

3) Rescatar la cooperación contra el crimen organizado: Fue preocupante por decir lo menos que en el Plan de 100 Días de seguridad pública presentado por el nuevo gobierno mexicano no existiese mención alguna a la necesidad de reiniciar la cooperación con EE.UU en la lucha contra el crimen. Pocos temas mitigarán la amenaza de un uso demostrativo de la fuerza unilateral, o la amenaza y retórica de uno, que empezar a mandar señales inequívocas -que serían aplaudidas además por la mayoría de los mexicanos- entre ahora y fines de enero cuando toma posesión la próxima administración con respecto a un reajuste tanto táctico como estratégico de fondo en la manera en la cual el gobierno mexicano combate al crimen organizado trasnacional y previene sobre todo el trasiego de fentanilo.

4) Un paradigma de seguridad norteamericana: En mancuerna con lo anterior, México debe entender que la seguridad integral y perimetral norteamericana tiene que ocupar un papel central en la arquitectura regional. Intercambio de inteligencia en todos los rubros, garantizar que nuestra frontera no sea vulnerable a o explotada por potenciales grupos terroristas para golpear a EE.UU o protocolos comunes de ciberseguridad -para blindar instalaciones e infraestructura crítica o proteger propiedad intelectual o la privacidad de ciudadanos norteamericanos- no solo ayudarán a impulsar el nearshoring; mandan la señal de que México entiende que seguridad compartida y prosperidad compartida van de la mano.

5) Un paradigma migratorio integral: Dada la presión con esteroides que experimentaremos a partir de enero en materia de controles migratorios, urge que el gobierno mexicano se deje de autocomplacencias y mejore significativamente su control operativo de la frontera sur, aumente los recursos para la Comar, combata la corrupción en el INM, garantice el cumplimiento por parte de México de los acuerdos y convenciones internacionales en materia de migrantes y refugiados y dote a la red consular del liderazgo y los recursos que se requerirán para la protección consular ante las redadas y deportaciones inminentes en EE.UU.

6) Repensar la política exterior: Para aquellos en la 4T que por razones ideológicas trasnochadas o porque creen que están apostando a la geopolítica regional, están convencidos que “equilibran” a EE.UU, les tengo una noticia: no, no están jugando ajedrez; están jugando, en el mejor de los casos, matatenas. La manita sudada con el régimen ruso y el soplamocos que envían a Washington con desfiles de tropas rusas en la plancha del Zócalo o la permisividad con la que se han acreditado a decenas de agentes de inteligencia militar rusa, el arropamiento de los regímenes represores de Cuba, Nicaragua y Venezuela o la entrega gratis o subsidiada de petróleo a La Habana le van a costar caro a México con la alineación en puerta del próximo gabinete estadounidense.

7) Potenciar nuestro entramado comercial: México debe buscar a como dé lugar la pronta ratificación y entrada en vigor del TLCUEM, dejar de lado conflictos gratuitos con Perú relanzando la Alianza del Pacifico y capitalizar la pertenencia mexicana en el Acuerdo Transpacífico y en APEC como seguros ante una potencial guerra comercial global detonada por Trump.

8) Diplomacia fuera del “Beltway”: Para neutralizar o minimizar lo más nocivo de las políticas de Trump, sobre todo en materia comercial, es imperativo que México -como lo hizo en varias ocasiones y coyunturas en el pasado- salga de Washington y opere y cabildee en los estados y ciudades que juegan un papel clave en el entramado económico y comercial que une a ambas naciones.

9) Dejarse ayudar: Vinculado a lo anterior, y a la estrategia general de contención y mitigación de daño que tendrá que instrumentar nuestro país, el gobierno debe trabajar de la mano del sector privado mexicano para detonar una estrategia y diplomacia corporativas que serán aliadas esenciales del Ejecutivo, y escuchar las voces y el consejo de expertos y ex funcionarios mexicanos y estadounidenses dispuestos a ayudar en este esfuerzo.

10) Dejar de meterse autogoles: Finalmente, no cabe duda que son las políticas públicas internas en México -y el síndrome de hubris que rodea a muchas de ellas- las que más flancos le abren al país y al gobierno en su relación con EE.UU. Entender por ejemplo que la reforma judicial -tanto en sus aristas de certeza jurídica como las que abre ante el crimen organizado- preocupa y mucho en Washington, o que la eliminación de reguladores y organismos autónomos nos ponen en ruta directa de una violación más de disciplinas y artículos del TMEC, ayudaría a atemperar vulnerabilidades y presión.

Este decálogo no es infalible y claramente algunas de estas acciones irán a contrapelo del ADN del gobierno mexicano y de algunas de las huestes de la 4T así como de la memoria muscular que les ha legado el sexenio previo. Pero si la presidenta quiere evitar que la amenaza trumpiana que se cierne sobre el país se convierta en un terremoto que no solo socave la relación más importante de México en el mundo sino que también colapse buena parte de su gestión, estas propuestas generales, o una combinación de ellas, pueden marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso.

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