Esta semana se presentaron las perspectivas poco alentadoras de la economía mundial para el cierre de este incierto 2022, año que se caracterizó por constantes recortes en la meta de crecimiento; así como para 2023, que será, dijeron los titulares del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI), un año “muy difícil” que huele a recesión global.
En este contexto de las reuniones de otoño del FMI en Washington, se destacó la necesidad de estimular el crecimiento de las economías para pasar de la manera más tranquila posible, un bache que se ve inevitable.
Sin embargo, esta aceleración necesaria en prácticamente todos los países del mundo implica una importante demanda de energéticos, que visto a las luces del propio pronóstico, quizá no se cuenten con los mejores precios, o al menos no los más accesibles, y que al menos en sondeos realizados por la Agencia Internacional de Energía, no bajará de 97 dólares el promedio para 2023.
De esta forma, se antoja otro año complicado para todos aquellos procesos industriales que requieren de un alto consumo de energía, con los efectos inflacionarios que eso conlleva en todos los niveles de la economía.
Así, de acuerdo con los organismos internacionales citados anteriormente, es necesario que el mundo evalúe el impacto climático que tendrá el aumento en el uso de energías fósiles para atravesar de la mejor forma el recesivo año que tenemos ya, a la vuelta de tres meses.
En este sentido, rescato las palabras de Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI, al afirmar que “vamos a sobrevivir como humanidad” a la inflación, pero “no podemos sobrevivir una crisis descontrolada del clima”.
Crecer, pero de manera sostenible, será uno de los grandes retos de la economía mundial, en medio de la vorágine de escenarios que se vaticinan para el siguiente año.