Un auto eléctrico es un compromiso con el medio ambiente. Los clientes de Tesla deciden comprar un vehículo que no use contaminantes combustibles fósiles.
Su CEO y fundador es desde hace un año el principal porrista, sponsor y promotor del futuro presidente republicano, quien descree de todas las acciones en contra del calentamiento global. Es más, Donald Trump, en su campaña, dijo que el cambio climático no es un problema y hasta propuso remover las iniciativas de energía limpia iniciadas por la Ley de Reducción de la Inflación y que pondrá fin a los atractivos descuentos federales que hoy se otorgan a los compradores de autos eléctricos impulsados por la administración de Joe Biden. Incluso en la presidencia de Obama fue cuando consiguió un préstamo super blando por 465 mdd para financiar la primera planta automotriz en California.
En una encuesta que publicó la agencia de investigación de mercados Strategic Vision de San Diego, 46 por ciento de las personas con vehículos eléctricos o híbridos enchufables se identifican como demócratas, mientras que sólo 21 por ciento de los compradores de estos vehículos dicen ser republicanos.
Pero las posturas de Musk sobre temas sociales son todo menos amplias: el ejecutivo descree y ataca a las políticas corporativas de diversidad, equidad e inclusión, así como han sido muy polémicas sus opiniones antitransgénero, antisemitas y racistas.
El principal interés de Elon Musk con la presidencia de Estados Unidos no sería -parece- potenciar el negocio automotriz, sino darle certeza a los millonarios contratos con la NASA de su empresa SpaceX. Lo cierto es que no es muy auténtica la imagen de un CEO que con una mano impulsa una causa y con la otra la rompe a fuerza de inversiones millonarias.
Elon Musk aportó 120 millones de dólares a la campaña de Trump (el equivalente al costo de 4 mil Tesla sedán Model 3 básico). También puso a disposición la red social X para promocionar la campaña republicana, con él al mando desde su propia cuenta.
Las acciones de sus empresas no dejaron nunca de crecer de manera atractiva, sobre todo ayer.
A cambio, el ejecutivo tendrá un lugar en el gabinete de la futura administración como líder de la Comisión de Eficiencia Gubernamental, dedicada a reducir gastos innecesarios y regulaciones gubernamentales. El zar de la desregulación.
“La congruencia conceptual ha dejado de ser clave para la política”, me decía ayer uno de los máximos expertos en energía del país, Aldo Flores. Incluso, para tratar de explicar esta rara relación Musk/medio ambiente/Trump, recordó una máxima del filósofo George Lakoff: La gente no necesariamente vota por su propio interés. Votan su identidad. Votan sus valores. Votan por con quién se identifican. Pueden identificarse con su propio interés. Eso puede suceder. No es que a la gente nunca le importe su propio interés. Pero votan por su identidad. Y si su identidad se ajusta a sus intereses, votarán a favor de eso. Es importante entender ese punto.
O como decían en mi patria lontana, “los países no tienen los líderes que se merecen, sino aquellos que se le parecen”.