Al presidente de la República y a sus simpatizantes les encanta repetir hasta el cansancio que ellos deben hacer la transformación del país, porque en 2018 hubo más de treinta millones de electores que así lo mandataron. Sin embargo, son omisos al decir que en las elecciones federales de medio término en 2021, de dicho número apenas alcanzaron –junto con sus aliados electorales– un total de veintiún millones de votos. Perdieron más de 30 por ciento de los votantes en tan sólo tres años.
Puede haber muchas explicaciones para ello y deben ser consideradas para el análisis y la prospectiva y, sin duda alguna, dicho triunfo hace tres años se basó en la fuerte personalidad y arrastre que tiene entre sus seguidores el actual presidente de la República. Al ser votado él y no su partido, sus simpatías dieron a Morena el triunfo y no al revés. Por eso, en 2021 al no estar AMLO en las boletas, se desplomaron las preferencias morenistas. En 2024 López Obrador no estará en las boletas y ninguno de los posibles candidatos por su partido tiene ni de lejos, los tamaños que tuvo López Obrador como candidato. Ninguno de ellos arrastra gente, ni despierta la pasión obradorista, ni mucho menos genera confianza en el electorado. Sólo hubo un AMLO, punto.
Sin duda que un número importante de los exsimpatizantes amloistas de 2018 y que hoy consideran seriamente darle la espalda a Morena en 2024, son electores pertenecientes a la clase media. A esa clase media urbana que le dio el triunfo a López Obrador, que siempre se lo había negado por su lejanía con ellas. Estas clases medias no son los que viven en Polanco o las Lomas de Chapultepec, no. Se trata también de clases “medias-medias” de colonias que el imaginario morenista considera como proletarias y que no lo son. Hay muchos integrantes de clases medias que viven en Iztapalapa, Gustavo A. Madero, Ecatepec, etc. Y a muchos de esos, el presidente les ha recetado desde que inició su gobierno, todo un rosario de insultos y descalificaciones, que todos conocen y que nadie merece.
Entre ellos, existen pequeños empresarios, profesionistas, comerciantes, empleados, obreros, agricultores, académicos, artistas, etc., que en un acto de contrición hoy reconocen haberse equivocado y que su voto fue errado en 2018, por lo que piensan enmendar en 2024. En un análisis serio, hoy nos damos cuenta de que las clases medias se hubieran visto mejor representadas e identificadas con un candidato como José Antonio Meade. Incluso López Obrador lo califica como una persona decente, buena y honorable. Vaya que lo es. Ni modo que se haya vuelto un pillo en este tiempo que no ha tenido cargos públicos, pero ya sabemos que de Morena se puede esperar cualquier cosa. Tal vez la mentirosa de Layda Sansores algo le invente, al fin que a ella las decisiones de los juzgados federales le valen un cacahuate. Con esa moral tan inmoral que tienen algunos morenistas, no tardarían en inventarle fechorías, aunque el propio AMLO haya dicho que es decente, bueno y honorable.
A diferencia de 2018, las clases medias ya saben qué es Morena y de lo que es capaz con tal de mantenerse en el poder sin ningún tipo de pudor. No les vengan con que la ley es la ley, porque para ellos la única ley que vale es la que sale de la garganta de López Obrador. Muchos de esos clasemedieros buscarán a alguien que los pueda representar y comprender, que no los insulte, sino que se apoye en ellos para la reconstrucción después de la pesadilla lopezobradorista… y Meade sin duda alguna reúne esas condiciones.
José Antonio Meade es un digno clasemediero que ganó, por sí solo en 2018, un poco más de nueve millones de votos. Muchos simpatizantes del PRI lo abandonaron por no haber roto contundentemente con uno de los gobiernos más corruptos y frívolos que hemos tenido, el de Peña Nieto. Pero hoy ese lastre ya no pesa tanto porque ha pasado el tiempo. Muchos representantes de la clase media que votaron por López Obrador han manifestado que debieron haber votado por Meade en 2018, que el país estaría en mucho mejor condición que ahora y posiblemente tengan razón.
Además, Meade es un candidato que ya hizo campaña, ya es conocido, reconocido y aceptado por priistas y panistas –que son el grueso de la alianza– y el PRD hará lo que le convenga para no perder el registro. Les evitaría a los aliancistas construir un candidato a partir de la nada, que sumaría los votos decepcionados de Morena, el voto duro del PRI y el voto panista. Sería una masacre contra Claudia Sheinbaum y su grupo de violadores de la ley, a quien podría ganar con muchos millones de votos.
México requiere un presidente decente, conciliador, con reconocimiento mundial después de este sexenio de mirarnos el ombligo con una política exterior aldeana y mediocre. Hay que restañar la relación con Estados Unidos y con otras democracias del mundo que se caracterizan por tener a una gran clase media creciente, pujante y en franco progreso. No veo cómo una de las corcholatas majaderas, ineptas y displicentes pueden hacerle sombra a Meade. Tal vez es tiempo de cambiar el ilegal #EsClaudia por uno que diga #EsMeade.