La otrora señorial, tranquila y romántica colonia Roma Norte comienza a parecerse cada vez más a su caótica hermana, la Condesa. En años recientes se han instalado un gran número de cafeterías, restaurantes, bares y afortunadamente, casi ningún antro. Esta transformación de la colonia ha contribuido al aumento impresionante de la plusvalía de las viviendas e inmuebles en general, al alcanzar precios que podrían competir con aquéllos de la colonia Condesa o de Polanco. Es verdad que la Roma es hoy más bohemia, más viva, con una mejor y muy buena oferta culinaria, un centro de absoluto respeto a la diversidad en que ya nadie se espanta por nada, es decir, se ha vuelto un espacio de libertad…a veces.
Debido a malas políticas públicas y la voracidad de empresarios inmobiliarios –y la corrupción que siempre acompaña a estos dramas–todos estos atributos de la colonia Roma Norte se han vuelto en su contra y ahora sirven para enriquecer al mejor postor, al funcionario extorsionador, a los líderes del comercio informal que controlan a comerciantes y, de manera muy vergonzosa, a los famosos franeleros que se han apropiado y prácticamente tienen escrituradas las calles en un polígono que va de Alvaro Obregón a Baja California y de Cuauhtémoc a Monterrey. Obviamente, los mejores puestos son aquellos en donde existe una gran afluencia de visitantes que requieren dejar sus autos y, a falta de espacios y lotes de estacionamientos, las calles –que son un bien público– se han convertido en un bien privado con beneficio para los explotadores de franeleros.
El caso más emblemático de esta degradación se da en la Plaza Luis Cabrera en donde se toma la totalidad del perímetro con huacales, botes o lo que se pueda, y no hay forma de estacionarse si no se les paga a los "viene viene". Este problema se ha incrementado de tal modo que ahora existen "niños franeleros", que con la misma conducta desafiante de sus padres o explotadores –que en muchos casos lamentablemente son los mismos– le hacen saber al conductor que el estacionamiento en dicha plaza tiene precio y si no se paga, no se hacen responsables de lo que ocurra con el auto, lo que se interpreta como una amenaza velada.
Este problema debe ser atendido en términos de lo que dispone la Ley de Cultura Cívica del Distrito Federal, que en la práctica es letra muerta toda vez que el procedimiento para su instrumentación es tan complejo y tan pequeñas las sanciones para los infractores, que hace nugatorio dicho texto.
El origen de este problema se encuentra en el populismo perredista del jefe delegacional Alejandro Fernández, quien se doblegó ante las demandas de supuestos "vecinos" de dicha demarcación para que no se instalaran parquímetros por razones nunca bien explicadas. En el colmo de la desidia política y una mediocre concepción del ejercicio del poder, Fernández sometió la instalación de parquímetros a "consulta popular", con los resultados que hoy causan un caos en esa colonia.
Los vecinos que hoy se quejan de los franeleros y del desmadre que provocan, son los mismos que –según dice Fernández– se opusieron a la instalación de los parquímetros; es decir, ahora que se jodan. Está probado que la instalación de parquímetros desincentivan estos modernos modelos de esclavitud y explotación al prójimo en su faceta de "franeleros al servicio de los líderes" y de los "lideres al servicio de las autoridades y partidos". El que sale fregado al final es el ciudadano.
Es necesario replantear la política de desarrollo urbano en la Roma Norte, es una joya de la ciudad y aún puede salvarse, pero para ello se requiere que todos cedamos un poco: autoridades, vecinos, comerciantes. El reto es grande, pero la recompensa también puede serlo. No se deben permitir más tomas ilegales de espacios públicos sólo para favorecer la carrera política de alguien, y mucho menos a costa de los ciudadanos y –en este caso– de permitir la explotación de niños. Ojalá.
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Carlos Javier Gonzalez
Los verdaderos dueños de la Roma
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