La inflación en México durante la primera quincena de abril alcanzó un nivel de 7.7 por ciento mientras que la inflación subyacente también registró un muy elevado 7.2 por ciento. Ambas cifras son las más altas desde enero de 2001. No se trata de un fenómeno idiosincrático: estamos viendo inflación elevada en la mayor parte de los países del mundo. La inflación en Estados Unidos llegó a 8.5 por ciento en marzo, su nivel más alto desde 1981 y el Fondo Monetario Internacional (FMI) pronostica que la inflación mundial será de 7.4 por ciento este año.
En el caso de nuestro país, la elevada inflación no obedece a presiones de demanda agregada (la recuperación económica ha sido lenta e incompleta) sino a choques provenientes del exterior, en gran parte asociados a la pandemia, como los cuellos de botella en la distribución de mercancías y a la solución que algunas economías avanzadas implementaron en respuesta a ella, en particular Estados Unidos que lanzó programas de ayudas fiscales que a la postre resultaron excesivos. Adicionalmente a estos factores, la guerra derivada de la invasión rusa a Ucrania agravó de forma importante el problema ya que ha significado aumentos significativos en precios energéticos y de materias primas, en particular de alimentos y fertilizantes, esto debido a que Rusia es un importante productor de petróleo y gas, y a que ambos países en conflicto son de los principales productores de granos del mundo. Se puede decir que experimentamos en buena medida una inflación importada.
En estas circunstancias es muy complicado hacer pronósticos para los niveles de inflación ya que nadie sabe cuánto va a durar el conflicto en Ucrania y, por tanto, cuánto tiempo pueden extenderse los altos precios en materias primas y energéticos. Pero aun en escenarios relativamente optimistas, la inflación en México será alta el resto del año, oscilando alrededor de 7.0 por ciento. En BBVA estimamos que el año que viene comenzará a bajar de forma importante para ubicarse por debajo de 4.0 por ciento.
La elevada inflación es preocupante sobre todo porque afecta más a la población de menores ingresos. En particular, preocupa la muy elevada alza en los precios de los alimentos, que en el primer dato de abril se ubicó en 12.2 por ciento, pues son las familias de menores ingresos las que dedican un mayor porcentaje de su gasto a estos productos.
Ante estos problemas se han planteado diversas soluciones. Preocupa que se vuelva a hablar de controles de precios como herramienta de política para contener la inflación. Tanto la teoría económica como la evidencia empírica nos dicen que los controles de precios resultan en situaciones de escasez de productos y en la aparición de mercados negros que operan al margen de la legalidad. Igualmente, introducir subsidios a una gran variedad de productos tampoco es una buena idea ya que los subsidios generalizados –es decir, de los que se pueden beneficiar todos los consumidores– suelen ser regresivos (beneficiando menos a los que menos tienen).
Creo que el problema se puede atacar con otras estrategias, reconociendo que la política monetaria es relativamente ineficiente para reducir la inflación cuando ésta se produce por choques externos de oferta como está sucediendo en México. Primero, se deberían dar ayudas focalizadas a la población de menores ingresos que ayuden a mitigar el efecto de los mayores precios alimenticios. Y también se debería intentar reducir restricciones de oferta para así lograr la disminución de algunos precios. Esto se puede hacer mejorando la logística de transporte, eliminando regulaciones innecesarias y simplificando los procesos aduanales para la importación de bienes. También se deberían bajar o eliminar aranceles en productos alimentarios y fertilizantes para intentar disminuir su precio. El problema de la alta inflación es serio y afecta a los más pobres. Los controles de precios lo agravarán.
El autor es economista en jefe de BBVA México.