Hace un año, con datos al cierre de 2022, la inflación en México –medida en tasa interanual– era de 7.8 por ciento, mientras que la subyacente se ubicaba en 8.4 por ciento. Ahora, con datos al cierre de 2023, la inflación general está en 4.7 por ciento, mientras que la subyacente se ubica en 5 por ciento. Es decir, si bien está todavía por encima del rango objetivo del Banco de México, la inflación es sustancialmente menor a la observada hace un año.
En este sentido, es de destacar lo sucedido con la subyacente que, al eliminar los precios más volátiles (que son los de la energía y alimentos frescos), nos habla de una tendencia inflacionaria de mediano plazo bastante más benigna que la observada hace un año. Lo anterior es válido, incluso tomando en cuenta el dato más reciente de inflación de la segunda quincena de enero que llevó a la inflación general a 4.9 por ciento dado que el aumento se explica fundamentalmente por aumentos temporales en precios agropecuarios. De hecho, lo relevante del dato de la primera quincena es la reducción en la subyacente a 4.8 por ciento y en particular la bajada en la inflación de servicios de 5.4 por ciento a 5.2 por ciento, datos que refuerzan el proceso desinflacionario.
Por otra parte, hace un año las estadísticas reportadas por el Banco de México mostraban que las expectativas inflacionarias en el plazo de uno a cuatro años se ubicaban en 4 por ciento, mientras que ahora están en 3.7 por ciento; es decir, alrededor del promedio de la inflación observada en las últimas dos décadas. Las expectativas de mediano plazo (de cinco a ocho años) han estado bien ancladas durante este episodio inflacionario.
Al ser México una economía abierta y muy interrelacionada con la de Estados Unidos, la inflación en el vecino del norte también ha sido un factor importante en determinar el comportamiento de los precios en México. Así, a inicios de 2023 la inflación general en Estados Unidos se ubicaba en 6.4 por ciento y la subyacente en 5.6 por ciento, mientras que ahora esas variables están en 2.3 por ciento y 2.6 por ciento, respectivamente.
¿Qué ha ocurrido con la política monetaria en este lapso? Para responder esta pregunta hay que analizar las tasas de política monetaria reales; es decir, ajustadas por inflación. Utilizando la inflación esperada a un año, podemos obtener dichas tasas (las tasas ex-ante). Así, mientras que hace un año la tasa de real de política monetaria era de 5.3 por ciento, ahora está en niveles de alrededor de 7 por ciento.
Así, nos encontramos hoy en un entorno bastante más favorable con menor inflación (tanto general, como subyacente), menores expectativas inflacionarias y menores presiones inflacionarias del exterior, pero con una postura monetaria que es más restrictiva de lo que era hace un año, cuando las variables citadas se mostraban adversas. Se trata de una situación que creo sugiere que hay espacio para comenzar a bajar la tasa de política monetaria en nuestro país.
Por otra parte, el hecho de que la inflación haya disminuido, tanto en México como en Estados Unidos, sin que la política monetaria haya tenido efectos negativos ni en el crecimiento ni en el mercado laboral, sugiere que en buena medida el choque inflacionario que vivió el mundo tras la epidemia de Covid se debió a choques de oferta, explicados por los cuellos de botella que ocasionó la contingencia sanitaria. En este sentido, posiblemente no se requería de una política monetaria tan restrictiva para disminuir las presiones inflacionarias ya que la dilución de dichos choques (y no las elevadas tasas de interés) explica en buena medida el proceso desinflacionario. Con esto no quiero decir que apretar la política monetaria no era necesario: era lo adecuado para evitar un desanclaje de las expectativas, pues gracias a ello los agentes económicos interpretaron que los bancos centrales harían lo necesario para evitar una espiral inflacionaria.
Se podrá argumentar que pueden venir nuevos choques de oferta, por ejemplo, con los ataques a embarcaciones en el mar Rojo, que pueden traer nuevos aumentos en precios y que, por tanto, no es momento de relajar la política monetaria. Si bien es cierto que esas distorsiones pueden ocurrir, habría que reconocer que se trataría nuevamente de aumentos explicados por choques temporales de oferta ante los que la política monetaria es inefectiva. Por lo anterior, me parece que están dadas las condiciones, tanto en México como en Estados Unidos, para que pronto comience un ciclo de relajamiento en la política monetaria.