La semana pasada la Junta de Gobierno del Banco de México (Banxico) decidió disminuir la tasa de política monetaria en 25 puntos base, llevándola a 10.75 por ciento. Fue una decisión en la que se presentó mucha más controversia de la habitual y en torno a la que los analistas estábamos divididos.
En mi opinión fue una decisión acertada pues estamos en un contexto en el que: i) la inflación subyacente que, al no contemplar los componentes más volátiles, es la que mejor anticipa la tendencia de mediano plazo de la inflación, ha estado disminuyendo consistentemente; ii) la actividad económica claramente se desacelera, disminuyendo las presiones de la demanda agregada hacia la inflación; iii) es muy elevada la posibilidad (reforzada por el dato de inflación de Estados Unidos anunciado ayer) de que la Reserva Federal comience su propio ciclo de bajadas en septiembre; y sobre todo, iv) el que en México la postura monetaria es sumamente restrictiva: la tasa de interés real ex ante (calculada con la expectativa de inflación a un año) está cerca de 7 por ciento, muy por encima de su nivel neutral que se estima en torno a 3 por ciento, ubicándose entre las más restrictivas del mundo.
Diversos analistas sostienen que en el entorno en que se presentó la decisión hubiese sido mejor actuar con cautela y no bajar. Incluso algunos sostienen que la decisión de recorte puede afectar la credibilidad del instituto central. Difiero: creo que haber pausado es lo que hubiese dañado la credibilidad. Esto debido a que en el comunicado y en las minutas correspondientes a la decisión de junio, Banxico dejó bastante clara la intención de reducir la tasa en su próxima reunión.
¿Qué había cambiado desde entonces al momento de la reunión de la semana pasada? Básicamente dos factores, que son justamente por los que diversos comentaristas pedían la pausa. El primero fue el aumento en la inflación general de julio a 5.6 por ciento y el segundo, el episodio de aversión global al riesgo que se presentó el lunes antes de la decisión y que resultó en una depreciación del peso. Creo que la política monetaria no debió haber reaccionado a ninguno de estos eventos.
Respecto al primero, si bien es cierto que la inflación general aumentó de forma importante, fue debido a aumentos en precios del componente no subyacente (alimentos y energéticos) que representan choques temporales de oferta ante los que la política monetaria es ineficaz y a los que no debe responder, salvo cuando afecten las expectativas inflacionarias, de lo cual –en esta ocasión– no hay evidencia. Por el contrario, lo relevante del dato de inflación de julio es que la inflación subyacente disminuyó, acumulando 18 meses consecutivos de bajadas. Esto indica que el proceso desinflacionario está en marcha y que la inflación, como el propio Banxico pronóstica, está en un proceso de convergencia hacia la meta.
En cuanto al episodio de volatilidad global hay que señalar que ésta se había diluido en gran medida al momento de la decisión de Banxico y que fue resultado del aumento de tasas en Japón y del dato de empleo en Estados Unidos, ninguno de los cuales permite pensar en un cambio estructural en la economía global. En todo caso, el monto de depreciación del peso que se había observado antes de la decisión de Banxico no era suficiente para anticipar un alto grado de traspaso a precios, sobre todo en un entorno de desaceleración económica.
Creo que si Banxico, habiendo telegrafiado la bajada, no la hubiera implementado por un choque de oferta en la inflación no subyacente y por un episodio de volatilidad financiera de muy corta duración, hubiese proyectado una imagen de desesperación ante choques temporales ante los que sus herramientas no tienen efectividad, pero que sí hubiera afectado su credibilidad y puesto en duda la consistencia de su marco de actuación.
En un entorno de alta incertidumbre, después de un episodio inflacionario global muy particular del cual todavía se desconoce mucho, desde luego que puede haber opiniones distintas de cómo debe conducirse la política monetaria. Lo que me parece fuera de lugar es criticar a quienes votaron por bajar, cuestionando incluso su compromiso con el objetivo inflacionario, ante una reducción de 25 puntos base que mantiene la tasa real en terrenos ampliamente restrictivos.
En mi opinión, Banxico actuó bien al reducir la tasa, en todo caso, la única crítica es que debió haber empezado hace varios meses.