El mundo vive una suerte de pandemia autoritaria. Distintos estudios internacionales (The Economist, IDEA) alertan del retroceso democrático a escala global: año con año son más los países donde se erosiona o se pierde la democracia, que donde mejoran las libertades y los derechos. Un agente patógeno común de esta enfermedad es la polarización, que daña la deliberación pública hasta asfixiarla del todo. El virus se transmite, muta y se fortalece en mensajes de odio e intolerancia de uno y otro bando, disfrazados de discursos de pureza política. Veamos algunos rasgos.
1) La negación de la legitimidad del otro. Un simple test para detectar a un autoritario consiste en ver si ataca y denigra a todo al que no piensa como él. Acusa a los demás de ser portadores de intereses aviesos, malignos para la sociedad. Les niega legitimidad. Para ellos, sólo queda la conversión a la causa del autoritario o su desaparición, no hay más. El autoritario más puro es el fanático que, como advertía Amos Oz, te quiere redimir y curar haciéndote de su religión, de su credo y, si no, te destruye. El autoritario desea comunidades a su imagen y semejanza, fieles, no ciudadanos. Es repelente a todo aquello que la democracia supone: el disenso a través de libertad de expresión, de organización, de manifestación, de conciencia, a los derechos de las minorías. El ideal del autoritario es vivir en una enorme secta, no en una sociedad plural de mujeres y hombres libres. Para el autoritario, su moral y creencias están por encima de la ley.
2) Autoritarismo tipo A: todo vale a nombre de la igualdad. Hay autoritarios en todo el espectro político. Un tipo frecuente es el que, en nombre de la igualdad social, justifica abusos y violaciones de derechos humanos. Así, encarcelan o destierran a disidentes, activistas y periodistas (Nicaragua y Venezuela) o de plano anulan por décadas las elecciones libres (Cuba). Ese autoritarismo es alérgico a la crítica; a quien detecta y documenta sus abusos lo acusan de neoliberal, reaccionario, vasallo del imperialismo yanqui.
Aquí cabe una advertencia: la equidad y la justicia sociales son un fin más que legítimo en la democracia. El problema son los que en su nombre cancelan las libertades.
3) Autoritarismo tipo B: la libertad justifica todo. Es otro tipo de autoritario frecuente y en boga. Hay casos de sobra conocidos: Trump, Bolsonaro, Milei. Para resolver los problemas de seguridad, su solución es la libertad de portar armas. No debe haber regulación pública sobre las grandes empresas, pues se afecta la libertad de mercado. Libertad total incluso para el misógino, el xenófobo, el homófobo, el racista. Para este autoritario del ultraliberalismo la desigualdad no es un problema: los pobres lo suelen ser por holgazanes. Estos autoritarios acusan en toda reivindicación de equidad social el tufo de una conspiración comunista.
Por supuesto, hay que advertir que el problema no es valorar la indispensable libertad, sino que en su nombre se busque imponer un individualismo extremo que anule el contrato social. Hay que recordar a Isahia Berlin cuando advertía que, sin límites, “la libertad de los lobos es la muerte para los corderos”.
4) Los autoritarios A y B condenan por igual. No entienden que disentir del autoritario A no es ponerse del lado del autoritario B. Son semejantes en su incapacidad de discutir sin colgar calificativos y sambenitos. Si oye una crítica al régimen cubano, el autoritario A detecta a un proimperialista. Si se cuestiona a Milei, entonces B te acusa de respaldar a los gobiernos kirchneristas. Si disientes de AMLO, A te acusa de cómplice de la corrupción del PAN y del PRI. Si criticas a la oposición, B te llama ‘chairo’ y vendido al gobierno. La lógica autoritaria es la misma en ambos bandos: amigo o enemigo, no hay de otra.
5) ¿Hay cura contra el virus? Mantenerse al margen de la polarización evita, al menos, ser foco de contagio. Se requiere constancia en la práctica de la tolerancia. No reproducir discursos de odio, saber que así como hay autoritarios A y B, también existen demócratas de izquierda y de derecha con los que hay que saber dialogar y coexistir. Libertad e igualdad son valores de la Ilustración y la civilización. Sólo reivindicando el pluralismo, ejerciendo los derechos de la democracia y respetando los de los otros, se puede estar a salvo de la pandemia autoritaria. En 2024 la tarea democrática pasa por detener al virus del odio.
El autor es economista y profesor de la UNAM.