Si algún efecto positivo ha tenido la extensión de las plataformas de streaming, es su contribución para que el cine documental deje de tener una exposición sólo marginal, como ocurría ante la ausencia de salas de proyección para este género.
Tres documentales recientes sobre oscuras historias sucedidas en México tienen un hilo conductor común: crímenes contra mujeres que se agravan por las precarias y hasta burdas condiciones en que se desarrollan la procuración e impartición de justicia, en especial hacia las más débiles.
En “Las tres muertes de Maricela Escobedo” (Netflix, 2020) se retrata, primero, el feminicidio de Rubí por su pareja, quien la asesina, desaparece sus restos y los quema. Eso ocurrió en 2008 en Chihuahua. Maricela rastrea al delincuente, padre de su nieto, y logra que lo capturen. El Poder Judicial del estado, sin embargo, exonera al asesino —quien al cerrar el juicio había pedido perdón por sus actos— de todo cargo y lo deja en libertad, que aprovecha para enrolarse en el cártel de Los Zetas. Esa impunidad causa la segunda muerte de Maricela, cuando constata que el aparato de justicia está al servicio de quien victimó a su hija de 17 años. Pero sigue luchando, recorre el país en búsqueda de justicia. Ni el gobernador, entonces del PRI, César Duarte, ni el presidente Felipe Calderón, del PAN, la apoyan. Maricela persiste e instala un plantón frente al palacio de gobierno de Chihuahua, donde es acribillada en 2010. Su tercera muerte.
En “La dama del silencio: el caso de la mataviejitas” (Netflix, 2023), dirigida por María José Cuevas, se recrea la ola de estrangulamientos de adultas mayores que asoló a la Ciudad de México entre 1998 y 2006. Con una delicada fotografía, el documental recorre los hogares de algunas de las víctimas, mostrando la honorabilidad con que vivían su vejez, siempre de una forma modesta a la vez que limpia y ordenada. Es un tributo a esas mujeres. La asesina serial fue, al fin, detenida y condenada a prisión, donde permanece. Pero el filme también muestra a otra mujer, Araceli Vázquez, quien fue acusada de los mismos crímenes y aún permanece encarcelada porque las autoridades, de un gobierno supuestamente de izquierda en la capital, le fincaron cargos por hechos que no cometió. Era ladrona, no asesina. Lleva dos décadas en injusta prisión. Sus acusadores, al aparecer en el documental, niegan siquiera recordarla.
“La oscuridad de La Luz del Mundo” (Netflix, 2023), también de Carlos Pérez-Osorio, muestra la estructura criminal alrededor de la iglesia de ese nombre, creada en Guadalajara, Jalisco, pero ya con presencia en decenas de países. La iglesia La Luz del Mundo ha sido controlada por un clan familiar durante tres generaciones y a lo largo de ocho décadas. El patriarca en turno ha dispuesto de centenas de niñas y adolescentes para abusar sexualmente de ellas. Por fin, algunas enfrentan el terror y denuncian. Tienen que luchar no sólo contra el poder económico y político de la corporación que las abdujo y ultrajó, sino con frecuencia también contra sus propias familias que les reprochan cuestionar la santidad del pastor espiritual. El cerco de la iglesia y la familia puede generar el lugar más siniestro para existir. Pero el valor y la entereza de algunas mujeres permite que el caso llegue a los tribunales, en este caso de California, Estados Unidos. El jerarca de la iglesia es detenido, juzgado y condenado, pero obtiene una pena menor al declararse culpable sólo de algunos cargos. Como se trataba de mujeres latinas sin dinero ni visibilidad, hubo condescendencia del aparato de justicia hacia su depredador: Naasón Joaquín García.
En México, donde esas denuncias también se han presentado, no hay una sola orden de aprehensión contra quien abusó de centenas de menores de edad. Él, eso sí, se codeó en público y se benefició de la simpatía de gobernadores del PAN y del PRI. No sólo: en 2019 celebró su 50 cumpleaños en el Palacio de Bellas Artes, cedido por el gobierno de Morena, acompañado por el actual jefe de gobierno de la Ciudad de México.
En los tres documentales hay una narración diáfana de los hechos, una apuesta estética que es a su vez un compromiso ético con un periodismo documental libre de amarillismo. Las tres piezas también tienen en común el serio y comprometido trabajo de producción de Laura Woldenberg.
A falta de justicia, este cine ofrece la reivindicación de la dignidad de mujeres que no merecen, encima, el olvido.