El economista e historiador italiano Carlo Cipolla, autor de sólidas obras como Historia económica de la población mundial, escribió un divertimento que terminó por ser un formidable ensayo sobre las desventuras cotidianas titulado, Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Aunque esta triste cualidad, dice Cipolla, ha acompañado a la humanidad desde su origen, no debemos menospreciar su poder dañino. Menos aún en los tiempos que corren. Va una síntesis de las leyes de tan funesta calamidad.
La primera ley fundamental dicta: “Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo”.
La segunda ley fundamental afirma: “La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona”. La estupidez está distribuida de manera proporcional en hombres y mujeres, ricos y pobres, empleados manuales y profesionistas; incluso entre los ganadores del premio Nobel hay una amplia fracción de individuos estúpidos. La estupidez humana es incluyente, no discrimina.
La tercera ley fundamental entra de lleno a la definición de la estupidez: “Una persona estúpida es una persona que causa daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”.
A propósito de esta ley, Cipolla, al fin científico social, hace un breve paréntesis metodológico para explicar que los individuos se dividen en cuatro categorías bien definidas: a) los inteligentes, b) los malvados, c) los estúpidos y, d) los incautos.
Para identificar tales categorías, nuestro autor traza un plano, un diagrama de cuatro cuadrantes, en los que ubica las distintas conductas humanas. Piense el lector en un reloj de manecillas: a partir del centro, a la derecha y hacia arriba los valores son positivos; a la izquierda y hacia abajo son negativos. El primer cuadrante está en el área que queda entre las XII y las III horas del reloj, y en la misma caen las conductas de un individuo que causa el bien a otros, lo que es positivo (+) y, a la vez, su acción le beneficia a él mismo, algo también positivo (+). Al generarse un bien y procurarlo a otros, la acción de ese individuo lo define como inteligente.
El segundo cuadrante está en el área de las III a las VI del reloj; quien actúa logra obtener un beneficio para sí (+), pero causa un mal a otra persona, algo negativo (-). Gana a costa de dañar a otros: estamos ante un malvado.
El tercer cuadrante va de las VI a las IX horas del reloj. Ahí, el individuo que actúa perjudica a otro (-) pero también se hace daño a sí mismo (-). Sus acciones son negativas para sí y para el tercero. Esa persona, que con su proceder causa perjuicios a los demás y se daña a sí, es la estúpida.
En el cuarto cuadrante, que queda en el área que va de las IX a las XII en la cara del reloj, la acción del individuo es negativa para sí (-) pero positiva para la otra persona (+). Se daña, pero hace el bien a un tercero: se trata de un incauto.
“Nuestra vida, escribe Cipolla, está salpicada de ocasiones en que sufrimos pérdidas de dinero, tiempo, energía, apetito, tranquilidad y buen humor por culpa de las dudosas acciones de alguna absurda criatura a la que, en los momentos más impensables e inconvenientes, se le ocurre causarnos daños, frustraciones y dificultades, sin que ella vaya a ganar absolutamente nada con sus acciones. Nadie sabe, entiende o puede explicar por qué esa absurda criatura hace lo que hace. En realidad, no existe explicación —o mejor dicho— sólo hay una explicación: la persona en cuestión es estúpida”.
Siguiendo a Cipolla, podemos convenir que cuando la criatura en cuestión, la que lastima a los demás, tiene el poder político, la magnitud del daño provocado puede ser inconmensurable, brutal.
Cuando un gobernante en su obstinación por imponer su voluntad no solo genera afectaciones a los demás poderes, a los sectores que le disgustan, a la ciudadanía en general, sino que además daña su propia investidura, complica la gestión de su delfín, envilece a su partido, socava la confianza internacional en su gobierno, compromete los tratados internacionales, alarma a las calificadoras, genera peligros gratuitos sobre la economía y la vida política, entonces estamos, como dice Cipolla, ante una conducta de diáfana estupidez. Todos pierden. La maldad transmutada en atroz estupidez destructiva.
¿Suena conocido?