La agresividad hacia México ha caracterizado el discurso y las acciones del presidente Trump desde su primer mandato. Con todo, como con toda pertinencia recuerdan Rafael Fernández de Castro y Roberta Lajous, y los autores por ellos coordinados, en el libro Pender de un hilo. Detrás de las negociaciones del T-MEC (Ariel, 2024), una estrategia diplomática inteligente y audaz de México permitió que el presidente de los Estados Unidos pasara de calificar en 2016 el acuerdo comercial de Norteamérica como el peor del mundo para considerar su actualización, que él mismo firmó en 2018, como el mejor habido. Gracias a ello, unos años después, México es el primer socio comercial de la Unión Americana.
Una de las historias negras que el presidente norteamericano ha construido, y que llegaron a repetir algunos gobernantes en Canadá, es que México se ha vuelto una puerta trasera para la entrada a los mercados de sus países de productos de manufactura china. Eso sirve para justificar la imposición arancelaria hacia México, a pesar de que el T-MEC está vigente y son obligatorias sus cláusulas que impiden esas decisiones unilaterales.
Dado que, de acuerdo con datos de la Secretaría de Economía, las ventas de México al vecino del norte representan el 85 por ciento de nuestras exportaciones, y si se suman las de Canadá llegan al 88 por ciento, nuestro país debe hacer todo lo posible por evitar la destrucción de comercio en la región. Las exportaciones son el 40 por ciento del PIB de México.
¿Qué instrumento de integración económica puede despejar las dudas de los vecinos, por infundadas que sean, y mostrar que México no tiene una política comercial desleal hacia sus socios norteamericanos? La creación de una Unión Aduanera con Estados Unidos y Canadá, que implicaría que los tres países, además de mantener el libre comercio entre sí, tengan una misma política arancelaria frente al resto del mundo.
En una clasificación taxonómica de los procesos de integración económica pueden enlistarse los siguientes, yendo del de menor al de mayor grado de compromiso entre las naciones firmantes: a) Acuerdo de Libre Comercio, cuando se abren las fronteras a los productos del socio o socios, pero cada quien tiene su propia relación de intercambio con otros países; b) Unión Aduanera, donde además del libre comercio mutuo, hay una política comercial única hacia todos los demás; c) Mercado Común, donde además de bienes y capital circula libremente el factor trabajo, las personas y, d) la Unión Económica y Monetaria, donde además de tener un mercado común se cuenta con la misma moneda.
La historia de la Unión Europea recorrió esas etapas que, si bien fueron cruzadas utilizando instrumentos económicos, se guiaron siempre por el objetivo político de evitar conflictos bélicos después de las dos grandes conflagraciones del siglo XX y para generar la cohesión social entre sus miembros.
Norteamérica inició su tratado de libre comercio hace más de tres décadas, con una enorme creación de intercambios de bienes y servicios. Ahora se podría avanzar hacia un estadio de integración superior donde, además de prescindir de barreras comerciales entre los miembros, pueda aplicarse un arancel externo común al intercambio con el resto del mundo.
Es decir, aprovechar la leyenda de que México permite que lleguen productos asiáticos a Estados Unidos y Canadá para signar, con estos socios, un compromiso de mayor alcance que cancele el riesgo de la destrucción de comercio al interior de América del Norte. Sería utilizar la fuerza de la falaz acusación para conseguir un acuerdo de integración más ambicioso y más favorable para la economía y la sociedad mexicanas. Sería una suerte de judo diplomático, donde se usa la fuerza del atacante a favor de la causa propia.
Claro, ello implicaría una definición muy clara desde las autoridades del Estado mexicano: el lugar de México, económica y políticamente, se ubica en esta región y no en otra.
Contar con una mesa de negociación con tres sillas y no solo con dos favorecería a México, por lo que sería clave reconstruir la relación diplomática con Canadá. Podría empezarse por mostrar respeto, tanto a los canadienses como al Servicio Exterior Mexicano, y enviar a un embajador o embajadora a la altura de las circunstancias.
Para enfrentar la mayor adversidad externa en décadas, nuestro país no puede ir desprovisto de iniciativas ni de la más absoluta seriedad diplomática.