Clemente Ruiz Duran

Regiones que han caído en la trampa del desarrollo

La nueva administración tendrá que enfrentarse a la fractura del territorio, gran parte de la geografía del país se encuentra ante un problema de crecimiento, la prosperidad no ha sido compartida y la población se ha mantenido en expansión, demandando nuevas oportunidades para su desarrollo. El reto es generalizar el crecimiento en todo el territorio, para crear zonas de prosperidad compartida. De las treinta y dos entidades federativas veinte han perdido dinamismo económico en los últimos años; el fenómeno afecta tanto a zonas rezagadas como ricas. Dos terceras partes de las entidades están estancadas económicamente, atrapadas en una contradicción, han perdido esa chispa que las hizo crecer en el pasado. Un fenómeno que no solo se traduce en un anquilosamiento económico y competitivo; también forma parte de ese cóctel que alimenta el sentimiento de rechazo hacia la política nacional y abre por desgracia la puerta a la violencia.

La geografía no es homogénea se entrelazan regiones de prosperidad con regiones que se han ido quedando rezagadas, en el norte Baja California, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas su PIB por habitante ha disminuido en el período 2018 a 2022, en tanto Sonora y Chihuahua han logrado elevarlo ligeramente, gracias a las políticas del nearshoring. De esta forma los mosaicos de crecimiento se entrelazan, no hay homogeneidad y zonas de prosperidad de otros momentos, se ven afectadas por la falta de estrategias coherentes para su desarrollo como sucede con Baja California Sur, Sinaloa, Jalisco, y Michoacán, regiones con alta capacidad de crecimiento, pero que se han visto afectadas por la falta de políticas productivas que han cedido el espacio al recrudecimiento de la violencia derivada del comercio de estupefacientes.

Conforme avanza la trayectoria hacia el sur se entremezclan regiones en donde las estrategias de crecimiento han roto con la prosperidad observada en el pasado, Aguascalientes, Guanajuato, Zacatecas, San Luis Potosí, Veracruz, entidades que se habían constituidas en modelos de transformación productiva se han enfrentado al decrecimiento, se han perdido en el camino, las políticas nacionales no han logrado evitar este desvío y reducción del potencial de crecimiento.

El fenómeno es transversal: afecta tanto a zonas rurales como a antiguos polos industriales, así como a algunas ciudades prósperas. Su intensidad varía en función del territorio y a veces arroja resultados contra intuitivos, pues no son necesariamente las regiones más pobres o con ingresos medios las que están en la trampa o tienen más riesgo de caer en ella. El PIB por habitante en la ciudad de México creció en el período 2018 a 2022 sólo 0,1 por ciento, lo cual preocupa porque es la zona más densamente poblada del país, su entorno el estado de México decreció 0,5 por ciento en el mismo lapso. Esto debería preocupar a todos los mexicanos, la CDMX es la que más inversión extranjera recibe y es el centro de los poderes de la Unión, con todo ello no logra generar un proceso de crecimiento que logre generar bienestar para los más de 22 millones de habitantes de la zona metropolitana, la trampa del desarrollo es evidente en la metrópoli, la subsistencia es una forma de dar empleo a la informalidad que se topa uno paso a paso en cualquier recorrido cotidiano.

El estancamiento de las regiones ricas está muy relacionado con la falta de una transición de estados que se industrializaron a mediados del siglo XX y que no lograron dar el salto una vez que las industrias se reubicaron en nuevas regiones y tuvieron que transitar a ser ciudades de servicios. Ante la migración de las industrias no se logró impulsar suficientes servicios y comercio de alta gama para transformarla la actividad productiva, surgiendo a la vez un proceso inmobiliario desordenado que exhibe el día de hoy sus debilidades con edificios que no logran ser ocupados dados sus altos costos.

El concepto de trampa del desarrollo se inspira en la teoría de la trampa del ingreso medio del Banco Mundial, acuñada hace unos 20 años para describir a aquellos países emergentes que, tras un periodo de crecimiento sostenido, se topan con una pared invisible que les impide dar el salto y convertirse en economías de ingresos altos. Uno de los grandes frenos es la dificultad en hacerse con nuevas tecnologías que mejoren la productividad total de los factores, explica Patrick A. Imam, economista del FMI y subdirector del Joint Viena Institute: “Escapar de la categoría de ingresos medios puede llevar muchos años”.

Se requiere que el nuevo gobierno que entra en funciones en un mes internalice esta situación y elabore una estrategia para hacerle frente, porque las desigualdades y la falta de dinamismo pueden ser el talón de Aquiles del nuevo gobierno. El contexto obliga a que el nuevo gobierno reflexione que la trampa de desarrollo y no de ingresos, que por ende se calcula de forma distinta, a partir del comportamiento de distintas variables en diferentes dimensiones espaciales y temporales. En concreto, mide si el crecimiento del PIB por habitante, la productividad y el empleo de un territorio es más débil o vigoroso con respecto a su desempeño pasado y con respecto a la media nacional. Se requiere de una estrategia multidimensional que conjunte el esfuerzo del gobierno federal y todos los gobiernos subnacionales, será insuficiente si la estrategia la centramos en el presupuesto, se requiere de una estrategia multidimensional enfocada a reducir las desigualdades regionales que hoy amenazan con ser el mayor obstáculo para acometer con éxito la trampa del desarrollo.

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