Óscar Mario Beteta
La primera advertencia llegó en marzo de 2023 y no vino de cualquiera. El magnate dueño de X, antes Twitter, Elon Musk, hizo un llamado a poner en pausa el vertiginoso avance de la Inteligencia Artificial.
Musk y otros líderes de empresas tecnológicas pidieron suspender momentáneamente la investigación en Inteligencia Artificial. Argumentaron que el rápido desarrollo de esta tecnología entraña riesgos para la sociedad y para la humanidad, desde más desempleo hasta una distopía en la que las máquinas se rebelan contra los humanos.
Es innegable que la aparición de nuevos avances en el campo de las técnicas deja daños colaterales. Así, ocurrió con los artesanos del movimiento ludista en la Inglaterra del siglo XIX, que terminaron engullidos y relevados por las máquinas que destruían.
Sin duda, la tecnología trae consigo bienestar, productividad y progreso. Sin embargo, por otro lado, tiene sus riesgos, y en el caso de la Inteligencia Artificial no estamos tan lejos de experimentarlos en carne propia. Es un cambio tan acelerado que nos impactará en cuestión de años, si no es que en meses.
En la evolución de tecnologías de la información pasaron 467 años entre la imprenta de Gutenberg y la primera computadora personal del mundo, 34 años entre el ordenador y el Internet y 35 entre la red mundial y la aparición de Facebook, la red social que cambió al mundo. Entre la revolución de las redes sociales y ChatGPT, de la empresa OpenAI, apenas han pasado 16 años.
Ya estamos montados en una montaña rusa que nadie detiene y que avanza con una velocidad inaudita, al grado que el uso de la Inteligencia Artificial ya está en ciernes en Wall Street, donde Voleon Group busca introducir una máquina de hacer dinero que pueda derrotar la incertidumbre propia del mercado de valores.
Esto es apenas un ejemplo de cómo cada 24 horas se tiene que luchar contra la obsolescencia tecnológica, que cambia y se perfecciona exponencialmente.
Uno de los riesgos que ya vemos es la dependencia absoluta que tenemos del teléfono celular, de la información que nos aparece en un clic y de la adicción a las pantallas.
Cada vez es más común escuchar experiencias de intoxicación por redes sociales, lo que deriva en una enajenación de miles de millones de personas en el planeta que tienen cada vez más acceso a la información, pero paradójicamente están menos informadas.
Estamos ante un escenario donde la creación se puede levantar contra el creador y controlar a las masas mediante información falsa, por decir lo menos. Un control (salvando las distancias) muy similar al que en su momento ejerció la religión.
Aquí, es donde aparece otro de los riesgos de la Inteligencia Artificial que ya se discute en el congreso de Estados Unidos: cómo contrarrestar las “deepfakes”, los videos falsos, las interferencias electorales y ataques a infraestructuras críticas.
El genio informático y ‘padrino’ de la Inteligencia Artificial, Geoffrey Hinton, considera que el problema con esta tecnología es que las computadoras tienen un proceso de aprendizaje mucho más eficiente que el de nuestros cerebros humanos. Hinton advirtió que la Inteligencia Artificial no es producto de su propia evolución, sino que es una creación humana, como lo fue Frankenstein, y no sabemos si sus objetivos beneficien a toda la humanidad.
Sin embargo, para muchos analistas y expertos en la materia, en el caso de países como México, sin duda uno de los aspectos positivos que traería la Inteligencia Artificial es que hasta el momento no entiende lo que es y cómo opera la corrupción, por lo que sería la solución perfecta para sustituir a gran parte de la clase política y terminar con este flagelo.
SOTTO VOCE
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