Colaborador Invitado

Verónica Delgadillo: el nuevo rostro del poder en Guadalajara

La victoria de Verónica Delgadillo es un hito en la historia de Guadalajara, pero es también una señal de algo más grande: un cambio en la política mexicana.

El ascenso de Verónica Delgadillo como la primera mujer en liderar Guadalajara no es solo un hito en la política mexicana; es una reafirmación de la fuerza histórica que las mujeres han tenido en la construcción de esta ciudad. Desde la resistencia de Rita Pérez de Moreno durante la Guerra de Independencia hasta la educación liberadora impulsada por Irene Robledo García, las mujeres han sido pilares fundamentales, aunque a menudo invisibilizados, de la sociedad jalisciense.

Hoy, Verónica Delgadillo no es una figura aislada; es la heredera de estas luchas y logros, y su liderazgo representa tanto una continuidad como una ruptura. Continuidad en el sentido de que sigue el camino trazado por estas mujeres que, con su valentía y determinación, desafiaron las limitaciones de su tiempo. Y ruptura porque, en un entorno político donde el poder ha sido tradicionalmente masculino, su victoria marca el inicio de una nueva era para Guadalajara, una donde las mujeres ya no solo son las constructoras silenciosas, sino también las líderes visibles y reconocidas.

El desafío que enfrenta Verónica va más allá de gobernar una ciudad; se trata de demostrar que las mujeres pueden liderar con una visión que integra la empatía, la justicia social y el pragmatismo político. Su liderazgo es una respuesta a las voces que todavía intentan descalificar a las mujeres en el poder, a aquellos que sugieren que una mujer en una posición de autoridad es simplemente un “florero” o un “instrumento” de otros. Estas críticas no solo son un eco de las barreras que enfrentaron figuras como Marie Curie o las escritoras que publicaban como “anónimo”, sino que son también un desafío que Verónica enfrenta con la fuerza de todas aquellas que han sido y son parte de su historia.

Guadalajara, una ciudad que ha sido hogar de diosas como Minerva, también ha sido cuna de mujeres que, con su trabajo incansable, han moldeado su identidad. María Izquierdo, quien rompió barreras en el mundo del arte, y Consuelo Velázquez, cuya música traspasó fronteras, son ejemplos de cómo las mujeres de Guadalajara han contribuido de manera significativa a la cultura y la política. Verónica Delgadillo no es solo la primera presidenta de Guadalajara; es la encarnación de este legado, de una historia colectiva que resuena con fuerza en su liderazgo.

El liderazgo de Verónica es más que un logro personal; es un testimonio del poder del colectivo, de cómo las mujeres, cuando se unen y apoyan mutuamente, pueden transformar realidades. Es también un recordatorio de que, en un contexto global, las mujeres están reclamando su lugar en la política, desde Jacinda Ardern hasta Sanna Marin, y que Verónica es parte de este movimiento internacional que está redefiniendo lo que significa liderar.

Pero este triunfo no viene sin desafíos. Verónica debe navegar en un entorno político hostil, demostrar su autonomía frente a quienes buscan subestimarla y, al mismo tiempo, ser fiel al legado de las mujeres que la precedieron. Su tarea es monumental, pero no está sola; lleva consigo la fuerza de todas las mujeres que han luchado y siguen luchando por un futuro más equitativo.

La victoria de Verónica Delgadillo es un hito en la historia de Guadalajara, pero es también una señal de algo más grande: un cambio en la política mexicana y global, donde las mujeres ya no son la excepción, sino la norma. Y es en esta transformación donde radica la verdadera fuerza de su liderazgo, uno que, al igual que Minerva, se erige como símbolo de sabiduría, fuerza y renovación.

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