Los cambios políticos y económicos en el mundo están a la vista. Han sido persistentes y contundentes. De concepciones nacionalistas cerradas a visiones abiertas a ultranza. Las aldeas dieron paso a las metrópolis y, posteriormente, al fenómeno de la globalización. El neoliberalismo irrumpió como un innovador sistema en la lucha por el reparto de los mercados y la defensa de la democracia tradicional.
La globalización se convirtió en el modelo de moda por varias décadas. Nuestro país dio un inusitado salto al vacío. De la concepción doméstica a la universalidad en el comercio internacional. Los tratados comerciales fueron el marco rector del trabajo multilateral. El T-MEC convirtió a México en un gran exportador, convirtiéndose en el más importante socio del vecino del norte.
Sin embargo, los tiempos cambian. La realidad mundial es otra, diferente y muy compleja. Las guerras, la bélica y la comercial, marcan otros rumbos. La presencia de China como potencia mundial y su disputa con Estados Unidos rompió los equilibrios mundiales y los modos tradicionales de comercialización mundial.
El populismo, de izquierda y de derecha, es la variable que está transformando las nuevas formas de gobernar utilizando políticas públicas del pasado. La asunción de Trump a la presidencia de nuestro poderoso vecino es la confirmación del nuevo acontecer y del evidente desgaste de la globalización.
Lo ha afirmado una y otra vez: va a fortalecer y priorizar su economía interna mediante acciones que propicien las inversiones dentro de Estados Unidos y, además, obstaculizando la instalación de empresas fuera de su territorio. Por otra parte, combatir frontalmente a los cárteles mexicanos y, en lo referente a las porosas fronteras del sur y norte, fortalecer los controles para evitar la migración y la amenaza a su seguridad.
Estas circunstancias y realidades determinarán las acciones del nuevo inquilino de la Casa Blanca. Es muy probable que se apliquen aranceles a las exportaciones mexicanas y se declare terroristas a los cárteles mexicanos.
Los truenos anuncian tormenta. El gobierno de México debe aceptar esta realidad y actuar en consecuencia. Con urgencia, por la vía diplomática, hay que convenir acciones conjuntas entre ambas naciones para tratar estas delicadas cuestiones, cuyas responsabilidades también deben ser compartidas. Ambos gobiernos del pasado fueron omisos y negligentes ante este espectro nocivo para ambas naciones.
Es un trabajo en equipo, no de subordinación, para construir una estrategia común y afrontar los problemas con objetivos claros e instrumentos precisos.
El problema de la inseguridad ha rebasado los límites y su desbordamiento pone en riesgo la gobernabilidad y el Estado nacional. El gobierno mexicano es el responsable, pero también es justo reconocer que el norteamericano ha sido laxo y contemplativo en el combate a los distribuidores de fentanilo y drogas en su territorio y en el tráfico de armas hacia México.
La inseguridad es asunto político, no militar. Un gobierno con autoridad moral es el único capaz de poner orden y garantizar la paz y la convivencia social. Rasgarnos las vestiduras y apelar a la defensa de la soberanía nacional es un subterfugio político que nos involucrará en una batalla muy desigual, compleja y de gran costo. A su vez, nuestro vecino, no aceptando su responsabilidad, tendrá una gran pérdida económica con un grave deterioro de las relaciones bilaterales.
«Y aún hay más», como dice el clásico. La reforma judicial y la desaparición de los organismos autónomos serán fuerte catalizador del radicalismo de Trump para revisar y acomodar el T-MEC a favor de su país.
En materia económica, y tomando en cuenta el desgaste de la globalización, México debe fortalecer su economía interna en todas las entidades federativas, en especial en las zonas pobres.
La presidenta Sheinbaum debe ser muy cuidadosa en la travesía por esta peligrosa jungla. Responsabilidad conjunta y soluciones compartidas. La tormenta está por llegar, debemos protegernos.