Halloween, dirigida por David Gordon Green, es una secuela directa de la primera Halloween, dirigida por John Carpenter, de modo que no toma en cuenta los sucesos de Halloween 2, Halloween H20: 20 Years Later, ni del remake de Halloween, dirigido por Rob Zombie. Si esto les parece confuso no están solos. Por fortuna, Gordon Green incluye a un par de periodistas en la primera parte del relato, cuya investigación sirve para ponernos al tanto de la cronología. Aunque rudimentaria, la solución es de lo poco que esta secuela tiene de eficaz.
La trama es casi una copia de la primera Halloween, cuya atmósfera otoñal y tétrica es un hito del género de horror. Michael Myers escapa de prisión un 31 de octubre, se pone su máscara y se dirige al pueblo de Haddonfield a matar a diestra y siniestra. Esta vez, sin embargo, Laurie Strode (Jamie Lee Curtis) lo está esperando, convertida en una especie de heroína de una película de James Cameron. Durante las siguientes 24 horas, Michael y ella se cazan uno al otro; ambos el gato y el ratón. A diferencia de la original, aquí Laurie no es una simple víctima: el desenlace incluso revela un comentario sobre empoderamiento femenino. Gordon Green aborda a Myers como el acosador por excelencia y a Laurie como una mujer que busca emanciparse del monstruo destruyéndolo.
Es refrescante que la undécima iteración de una franquicia tenga una razón de ser más allá de la recaudación en taquilla. Lo demás, sin embargo, carece de ingenio. Quizás porque entre sus guionistas están Gordon Green –director de comedias como Pineapple Express– y Danny McBride, Halloween tiene un tono disonante, mezcla de solemnidad y chacoteo bobo (personajes que discurren sobre sándwiches como si estuvieran en una película noventera de Tarantino, por ejemplo). La cinta presenta gente, establece dinámicas, y después las olvida, avanzando con prisa, recargada en sustos facilones.
La primera Halloween, en contraste, brillaba por su meticulosidad. Para seguir los pasos de John Carpenter no basta utilizar su universo. Lo que es difícil de igualar es su atmósfera y la sensación de peligro constante que provoca. David Gordon Green se queda corto.