Es inherente a nuestro compromiso para impulsar el derecho a aprender superar todas las formas de violencia de género en las escuelas, y este 25 de noviembre queremos subrayar los graves pendientes que tenemos al respecto en México.
La violencia es la negación de multitud de derechos: a la igualdad, al proyecto de vida, a la integridad y, obviamente, al derecho a aprender… si toda situación que genere ansiedad y temor ya atenta contra la continuidad y profundidad del aprendizaje, la violencia lo irrumpe, lo interrumpe y deja una larga estela más allá del evento, que impide aprender y limita seriamente las posibilidades de desplegar el potencial, participar libremente e incluso de permanecer en la escuela.
Los datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) -aún con importantes limitaciones, porque esta investigación de INEGI no tiene todo el foco en los procesos escolares, y no registra lo experimentado por las niñas menores de 15 años- arroja un balance terrible: para el año pasado, 32.3 por ciento de las encuestadas dijeron haber sufrido algún tipo de violencia como estudiantes por razón de género (es decir, violencia específicamente dirigida a su identidad de mujeres); 18.3 por ciento experimentaron situaciones de violencia física y 13.7 por ciento violencia sexual. Los perpetradores fueron identificados en un 46.2 por ciento como compañeros, 16.6 por ciento como maestros y 16.2 por ciento como persona desconocida de la escuela.
Nos falta tener mucha mayor calidad en los datos, cruzando estos referentes con los reportes realizados a las secretarías de Educación estatales, las denuncias en procuradurías de niñez y adolescencia y comisiones de derechos humanos, y los registros administrativos de lesiones captadas por el sistema de salud. En nuestra estimación, la situación es aún más severa.
¿Qué nos toca hacer para que la escuela sea un espacio seguro de desarrollo para las niñas? ¿Cómo hacer que ser niña en la escuela mexicana no implique angustia e inseguridad? La escuela debe ser siempre la oportunidad de refundar la sociedad, el lugar en el que se hace efectivo el contrato o pacto social que permite creer en lo mejor de nosotras, de nosotros mismos.
Es obvio que, para empezar, deben hacerse explícitos, socializarse, los límites infranqueables: en cada escuela debe asegurarse que toda la comunidad sabe de su prohibición, vigila la erradicación y va a denunciar cualquier evento que involucre golpes y jaloneos, tocamientos indeseados, insultos, castigos humillantes, injurias. Nuestras hijas deben saber que en ningún momento y sin ningún antecedente que pueda justificarlo esos comportamientos son aceptables, menos que en cualquier otro lado, en la escuela.
Los acuerdos de convivencia deben ser explícitos, firmados y ratificados por las familias, los docentes y los estudiantes, con plena claridad sobre las consecuencias disciplinarias en toda intentona, y con un protocolo claro de atención a avisos y quejas, acompañamiento a posibles víctimas, en lo médico, lo emocional y lo judicial, y las medidas de restitución, recuperación y resarcimiento.
La escuela debe asegurarse la honorabilidad, confiabilidad y equilibrio emocional de todo adulto que trabaje o transite por la escuela; evitar que haya espacios secretos, apartados o riesgosos, la coordinación establecida previamente para una atención inmediata y aviso a las autoridades fuera de la escuela en caso de cualquier eventualidad.
Todo eso es obligatorio, necesario y no admite laxitud, ni negligencia. Exijamos de la SEP, de cada autoridad estatal, de cada supervisión y escuela que todo lo que hemos dicho esté presente y vigente.
Pero el trabajo de la escuela sería triste y desesperanzado si se queda en contener la violencia. Lo que tenemos es que transformarnos, todas y todos. La escuela debe ser el lugar y momento en el que se hace convicción el respeto a las mujeres como mujeres, en su universalidad y en su diversidad, y en cada individualidad. Sí; simultáneamente y todo junto. Es el lugar para desarraigar los prejuicios y las inercias que hacen posible la violencia de género. No, no son el sexo débil. No, no están para ser tocadas sin su consentimiento, ni referirse a ellas basadas en su aspecto. No; no es cierto que son más emocionales. No, no es cierto que lo suyo no son las matemáticas, o los deportes vigorosos, o la conducción de un equipo. No, no es cierto que se debe ligar a ser mujer el ser frágil o vulnerable, o complaciente, o callada, o tímida, o insegura; no están para ser revisadas con la mirada o burladas con palabras o actitudes.
El feminicidio y los crímenes de lesa humanidad, las violaciones y los sometimientos son posibles en un mundo que comienza por no respetar a las niñas, al no defender su proyecto de vida y sus posibilidades de autonomía y despliegue. Ni una más; que la escuela no tenga una sola desaparecida en el juego, en la clase, en la representación, en tomar la palabra. Cualquier otra cosa es barbarie.