Dolores Padierna

Reforma energética, el espejo español

Lo que no dicen es que grandes corporativos aprovecharon la reforma de Peña Nieto para simular sociedades con empresas generadoras de energía eléctrica.

Diputada Federal por la LXIV Legislatura

Mientras en España debaten cómo resolver la “crisis sin precedente” –Pedro Sánchez dixit– por las tarifas eléctricas más altas de la historia, aquí los detractores de la iniciativa presidencial en la materia suponen que no miramos fuera de nuestras fronteras, porque siguen intentando vender las bondades del modelo… español.

No resulta extraño que en sus argumentos abunden las medias verdades o las mentiras completas. En su afán de dañar al gobierno del presidente López Obrador han hecho de las noticias falsas, la descontextualización y la mentira su alimento cotidiano.

Dicen, por ejemplo, que la reforma nos aleja de nuestros compromisos ambientales, pero callan convenientemente que 35 por ciento de la energía que genera la Comisión Federal de Electricidad procede de fuentes de energía limpia, ni refieren la necesidad de ordenar un mercado en beneficio del consumidor final.

Una de las mentiras más socorridas es que los grandes corporativos como Femsa generan su propia “energía limpia” y por esa razón una tienda de conveniencia paga una tarifa menor que un hogar. Lo que no dicen es que esos grandes corporativos aprovecharon la reforma de Peña Nieto para simular sociedades con empresas generadoras de energía eléctrica. En los hechos, tales sociedades no existen sino para simular lo que en realidad es compra-venta de energía, lo que constituye un fraude puesto que los grandes corporativos dejan de pagar el costo de la transmisión.

Dicho de otro modo, estos enormes corporativos han violado la ley a sabiendas, y han hecho uso de la red de transmisión a precios ridículos.

Con la complicidad de los gobiernos anteriores, estas empresas pasaron por encima de la Ley de la Industria Eléctrica vigente, que establece la prohibición de vender o revender capacidad o energía.

La electricidad, un bien indispensable del que dependen nuestra vida cotidiana, no puede estar sujeto a los vaivenes del mercado ni al afán desmedido de lucro que caracteriza a algunas empresas del ramo.

Durante los debates de 2013, la alianza PRI-PAN ignoró las advertencias sobre un modelo que nos llevaría a la simulación y que prácticamente destruiría a la empresa pública.

La cantaleta fue la que siempre usan los privatizadores: la CFE estaba al borde del desastre y sólo las inversiones privadas, nacionales o extranjeras, podían salvar al sector. De paso, celebraban, la CFE se volvería más eficiente.

En la realidad ocurrió lo contrario. La CFE fue literalmente partida en pedazos y se le impusieron reglas que la dejaron en desventaja frente a sus competidores.

Se llegó a extremos absurdos como obligar a la CFE a pagar el monto total contratado pese a que la energía generada por los privados no ingrese a la red. Y, como ha explicado el especialista Alonso Romero, las pérdidas técnicas y no técnicas (robo) son finalmente pagadas, vía un acuerdo emitido por la Comisión Reguladora de Energía en 2015, por los usuarios básicos. Nuevamente, muy al estilo neoliberal de hacer negocios privados con dinero público, la carga mayor se puso en los hombros de los pequeños negocios y los hogares.

Un sector de la oposición mexicana coquetea con el fascista Vox y otros añoran el modelo chileno con todo y su dictador Pinochet. Son los mismos que apenas ayer aplaudían un modelo que ha multiplicado por cuatro las tarifas eléctricas, un modelo donde las corporaciones amenazan al gobierno y donde más de un encumbrado político ha pasado de un cargo público al consejo de una empresa generadora. Sí, el modelo español que hace agua pese a las maravillas del mercado.

La iniciativa también propone, y no es cosa menor, que el litio y otros minerales estratégicos estén bajo control del Estado.

Viene una reforma histórica que exige a todos un compromiso sólido con la soberanía energética y con el bienestar de la población.

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