Dolores Padierna

Chile, la esperanza le ganó al miedo

Los retos de Gabriel Boric son enormes. Chile vive una transformación radical que inició con la revuelta en las calles y que cobrará pronto la forma de una nueva Constitución.

Diputada Federal por la LXIV Legislatura

Las imágenes de niñas y niños saltando los torniquetes del Metro, como forma de protesta, dieron la vuelta al mundo en 2019. Dos años después, el pueblo de Chile llevó su rebeldía a las urnas y dio el triunfo a Gabriel Boric, exlíder estudiantil de 35 años, quien será el presidente más joven de Chile.

Los retos de Boric son enormes. Chile vive una transformación radical que inició con la revuelta en las calles y que cobrará pronto la forma de una nueva Constitución que reemplazará a la heredada de la dictadura.

Boric derrotó a José Antonio Kast, un ultraderechista que considera tibios incluso a los herederos de Pinochet, y que enaltece a figuras como Trump y Bolsonaro.

“La esperanza le ganó al miedo”, celebró el presidente electo, quien, como todos los candidatos progresistas, enfrentó una campaña sucia de la ultraderecha.

Candidato del Frente Amplio, una fuerza nueva que se fortaleció en su crítica a la manera de hacer política de los partidos tradicionales, Boric forma parte de una generación que protagonizó un épico movimiento estudiantil que, con el correr del tiempo, desembocaría en la convocatoria a una Asamblea Constituyente con representación igualitaria de mujeres y hombres, así como una representación especial de los mapuches.

Por décadas, la derecha ha puesto a Chile como el ejemplo de las virtudes del libre mercado y en ese país fue pionero en la aplicación de las recetas de los organismos financieros internacionales.

El triunfo de Boric tiene lecturas múltiples. Es un homenaje a las 40 mil víctimas de la dictadura de Pinochet. Es la derrota del “modelo chileno”, que la derecha latinoamericana pretende vender como su gran éxito y que para las mayorías ha significado pobreza y exclusión. Apenas el 1.0 por ciento de los hogares de mayores ingresos concentra una cuarta parte de la riqueza del país, en tanto que 50 por ciento de las familias más pobres tiene únicamente el 2.1 por ciento.

El cuadro latinoamericano ofrece hoy un panorama que algunos han denominado nueva ola progresista. En el escenario que se inclina a la izquierda hay que destacar a Pedro Castillo, que en Perú enfrenta intentonas de destitución y recibirá el respaldo democrático del gobierno de México.

Otra excelente noticia en estos días fue la holgada victoria electoral de Xiomara Castro, en Honduras, la pequeña nación centroamericana hasta ahora dominada por la narcopolítica. Los efectos de fenómenos naturales sumados al saqueo permanente de sus elites corruptas, han vuelto a Honduras un expulsor de migrantes, como lo constatan las cifras de solicitantes de asilo en México. La primera presidenta de Honduras puede ser una aliada muy importante para atender el fenómeno migratorio desde sus raíces.

Los vientos que soplan en Brasil anticipan buenas nuevas para la izquierda latinoamericana. Dos sondeos recientes, de encuestadoras serias, dan al ex presidente Lula una ventaja de casi 30 puntos sobre Jair Bolsonaro, el fascista que busca la reelección.

Los triunfos de fuerzas progresistas se convierten así en una esperanza para la integración regional, para la defensa y promoción de intereses comunes frente a las potencias mundiales.

En cada país, como está ocurriendo, se traza un camino propio para desmontar el neoliberalismo, esa pesada losa impuesta a nuestros pueblos durante décadas, que sólo trajo desigualdad, depredación del ambiente y más pobreza, exhibida desde hace dos años por los efectos de la pandemia.

Las elecciones de Chile y las futuras de Brasil nos dejan claro que tiene razón la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández, quien frente al triunfo de Boric dijo: “El pueblo siempre vuelve y encuentra los caminos para hacerlo. Puede ser un partido, puede ser un dirigente hoy y otro mañana, pero el pueblo siempre vuelve”.

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