Los políticos y consultores avezados en lides electorales saben bien que cuando el aspirante a algún cargo dice desestimar los estudios de opinión es porque no le favorecen. Más de una vez hemos escuchado la respuesta retórica de “la verdadera encuesta será el día de la elección”, que esconde, y mal, el reconocimiento de que la ventaja del adversario —o adversaria, como en nuestro caso— es irremontable.
Las encuestas han dado, desde hace muchos meses, una sólida ventaja a la candidatura de la doctora Claudia Sheinbaum Pardo. Del otro lado está una aspirante a la que pretendieron como un fenómeno político, pero que muy pronto se situó en su verdadero nivel: el de instrumento de los partidos del Pacto por México y de los poderosos intereses económicos que los tripulan.
Es un hecho aceptado por la mayoría de los analistas serios que la ventaja de Claudia Sheinbaum en el promedio de las encuestas es inalcanzable. Eso lo saben incluso en los cuartos de guerra de los partidos pactistas e incluso en la mansión de Las Lomas desde la cual les dictan la agenda.
De modo que, fiel a sus tradiciones y ante la derrota anunciada, la derecha mexicana optó por emprender hacer una de las cosas en las que tiene sobrada experiencia: una nueva guerra de lodo, ya no para ganar una elección que saben perdida, sino para ensuciar el proceso y restar legitimidad a quien será la ganadora.
Ahora sabemos que la publicación simultánea de la misma historia en tres medios extranjeros y luego de una cuarta pieza en un prestigioso diario con sede en Nueva York, estuvo lejos de ser una casualidad.
Numerosos periodistas y analistas mexicanos nos han dado luz sobre la carencia de rigor y ética en las piezas mencionadas, que más bien parecen responder, como luego se ha visto, a una estrategia que involucra a actores dentro y fuera de nuestras fronteras.
A las publicaciones siguieron pasos que dan cuenta de un libreto de manual: se siembra la duda, así sea con aseveraciones sin prueba alguna; la candidata opositora pide, desde el centro del poder imperial, la injerencia extranjera; sueltan las etiquetas y consiguen (más bien pagan) millones de réplicas. El plato está servido.
No es casual, por ejemplo, que casi 60 por ciento de las cuentas de redes sociales que promueven etiquetas ofensivas contra el presidente López Obrador y la candidata de la Coalición Sigamos Haciendo Historia provengan del extranjero, especialmente de Argentina y España (¿por qué pensamos en Vox o los “libertarios”?).
Desde hace tiempo, las redes sociales son un espacio de libertad, pero también territorio proclive para la desinformación y la mentira. En muchos países hemos visto a las redes sociales ser utilizadas en intentonas para anular elecciones o descarrilar candidaturas.
Se trata de un asunto muy serio porque nos obliga a prender las alertas sobre la intromisión extranjera en asuntos nacionales y sobre el uso de las nuevas tecnologías para alimentar maquinarias de odio y confrontación. Con todo, no deja de ser paradójico que en las filas opositoras haya quienes crean que “ganar” millones de likes equivale a triunfar en las urnas. Así de divorciados de la realidad es como pretenden hacer política y conquistar el ánimo ciudadano.
Los índices de aprobación presidencial y las muestras de cariño que el presidente sigue recibiendo en sus recorridos no entran en los cálculos de los generales de las guerras de lodo. Terminarán hasta el cuello en el fango que hoy tiran a diestra y siniestra.
Viene una nueva etapa, la recta final de la contienda electoral. Las y los mexicanos tenemos frente a nosotros dos proyectos de nación irreconciliables: uno que reconoce avances y dificultades con la mirada puesta en el futuro y otro que plantea regresar a un pasado idílico solo en las cabezas de quienes promueven otra vez la guerra sucia. Aunque, por lo visto en lo que invierten en enlodar el proceso, lo añoran porque llenó de sobra sus bolsillos.