Dicen que el sistema político mexicano desarrolló los mecanismos para despojar de poder a los presidentes salientes y hacer irrepetible un maximato. A partir de que Cárdenas expulsa a Calles del país, dejó de existir el hombre fuerte detrás de la Presidencia de la República.
Muchos eran los factores que se activaban para que la transmisión de poder efectivamente se diera. El control del partido que casi en automático se alineaba con el nuevo presidente, no por un acto de disciplina puro, sino por una serie de mecanismos que hacían que esto ocurriera. También había alineación de otros factores de poder en el país y, por si esto no fuera suficiente, el control del aparato de persecución penal siempre era un recurso para generar una amenaza a la indisciplina. Además, los presidentes en funciones llegaban con un enorme desgaste al final del periodo y muchos de ellos dejaron en crisis al país, lo que los hizo impopulares, mal vistos, indeseables.
Recordemos, además, que los ungidos tenían en sus primeros días de gobierno actos simbólicos (muy reales) de ejercicio de poder. Una manera de decir “ya llegué”. El quinazo, la aprehensión del hermano del presidente Salinas, la cancelación del aeropuerto y eventos similares que eran parte del ritual de llegada del nuevo presidente y de despedida rotunda del saliente.
No ha sido así con nuestra transición reciente. Aunque algunos juraban que la tradición política, con vestigios de aquellos mecanismos, operaría en esta ocasión, no ha sido así. El presidente no está en actos públicos, pero está muy presente en las decisiones del nuevo gobierno, en el partido y sigue siendo la figura central del movimiento. Como símbolo, pero también como operador.
Por eso, los primeros 100 días de este gobierno lo son de Andrés Manuel. Cada asunto relevante en estos meses ha tenido que ver con él. La pregunta es si eventualmente habrá una ruptura o un punto de inflexión en el que la presidenta encauce su gobierno hacia la consecución de un proyecto propio, con sus énfasis y aspiraciones. Y sí podrá eventualmente mandar al retiro al presidente y su grupo más cercano.
Este 2025 será crucial en su gobierno. Porque, forzada por las circunstancias, tendrá que tomar decisiones que la van a alejar del presidente, del ala dura de los morenistas y de los dogmas. El presidente López Obrador pudo jugar a la ancha con sus propias fantasías porque encontró al país con los márgenes para hacerlo. La presidenta ya no los tiene.
Veo para el 2025 tres temas críticos que, de abordarse correctamente, le darán autoridad. Necesita de sus victorias para ya no depender de las de otro. El de la seguridad es imperioso. Aunque se presenten cifras de homicidio a la baja, todos sabemos que zonas del país están en riesgo. Están en riesgo porque el Estado mexicano ha perdido control del territorio. El deterioro de la autoridad del Estado frente al crimen no puede profundizarse más. En este ámbito, la presidenta tiene una visión distinta que su antecesor y creo que construye una estrategia que apunta en la dirección correcta de construcción de capacidades de Estado. Regaña a los gobernadores por no asumir su responsabilidad, tiene presencia en las zonas de conflicto; en fin, hay un viraje suave que eventualmente, espero, cobre tracción.
El segundo tema es Estados Unidos. Es perturbador pensar en cómo la ola de la llegada de Trump nos puede arrasar si no estamos preparados. Es difícil discernir qué implica estar preparados, pero de entrada aclarar con nitidez qué hay de por medio para México en esa relación y encontrar los mecanismos y los aliados para proteger y avanzar los intereses del país. La presidenta puede juguetear todo lo que quiera en un vis a vis imaginario con Trump, pero debe saber que en esa relación se nos va la vida.
El tercer tema es presupuestal. Un gobierno sin margen o espacio fiscal es un gobierno enclenque, débil de entrada. Para recuperar espacio fiscal tiene distintas alternativas. Una es recaudar más a través del incremento de impuestos. Otras implican reasignar gastos. Otra más es ampliar el margen de maniobra con asociaciones público-privadas. Cualquiera que elija implica distancia respecto a su antecesor.
Quiéralo o no, la presidenta tendrá que desprenderse de su mentor. Veremos si los próximos años serán los de Claudia.