Eduardo Guerrero Gutiérrez

Lo peor está por comenzar

Este año debería levantarse la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco (Encodat). Sin embargo, el gobierno federal decidió cancelarla por razones de austeridad.

La guerra contra las drogas es una suerte de cruzada continental, en la que México, nos guste o no nos guste, está inmerso. Se trata de una guerra muy cara, que año con año consume recursos para fondear agencias antidrogas, como la DEA, y algunos programas de prevención y atención de adicciones, pero sobre todo para mantener en prisión a cientos de miles de personas. A pesar de este ingente costo humano y financiero, todo parece indicar que esta guerra la vamos perdiendo.

Un dato demoledor, apenas revelado por el Center for Disease Control and Prevention (CDC) de Estados Unidos: en 2021 las muertes por sobredosis en dicho país aumentaron 15 por ciento y –por primera vez en la historia– se rompió la barrera de los 100 mil fallecimientos. La pandemia aceleró las cosas. Sin embargo, la tendencia al alza en las muertes por sobredosis lleva ya varios años al norte de la frontera. El consumo de fentanilo, un pariente de la heroína, pero más potente y más adictivo, es el principal factor que explica esta tendencia.

En México tenemos pocos datos sobre la evolución reciente del consumo de drogas. Este año debería levantarse la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco (Encodat). Sin embargo, el gobierno federal decidió cancelarla por razones de austeridad, de forma que la información estadística más reciente que tenemos en la materia data de 2017. Diversos indicios sugieren que el consumo de drogas duras también se ha disparado desde entonces.

Por un lado, algunos informes apuntan a que, aunque no haya demanda, el fentanilo comienza a distribuirse en México, pues los productores lo mezclan con otras drogas sin que los usuarios tengan conocimiento. Por otro lado, en los últimos meses las autoridades de varios estados me han señalado con preocupación la gravedad de la crisis por consumo de cristal (una droga que no se circunscribe a las clases medias urbanas, sino que está haciendo estragos principalmente en el medio rural). Sospecho que, cuando nuevamente se levante una encuesta nacional, constataremos que quedaron atrás los tiempos en los que la mariguana y los inhalables eran las únicas drogas ilícitas consumidas por sectores amplios de la población.

Dentro de este oscuro panorama, una buena noticia es que, por el momento, Washington respondió con serenidad a las escandalosas cifras del CDC. La semana pasada Todd Robinson, el encargado de la Oficina de Narcóticos y Seguridad del Departamento de Estado, estuvo en Tijuana y en la Ciudad de México. Junto con el embajador Ken Salazar, Robinson tuvo algunas reuniones en las que participaron, entre otros funcionarios mexicanos, el canciller Marcelo Ebrard y la secretaria de Seguridad, Rosa Icela Rodríguez. Claramente la intención de las reuniones fue mandar el mensaje de que, ante la crisis, hay un ánimo constructivo. Incluso se difundió una serie de avances y proyectos para modernizar la infraestructura y mejorar la seguridad en cruces fronterizos.

Por lo pronto, no ha revivido el debate para designar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas. El gobierno de Biden tampoco ha mostrado interés en secundar iniciativas como la del gobernador republicano de Texas, que, como comentaba en este espacio la semana pasada, en abril paralizó el tráfico de mercancía en la frontera, al ordenar inspecciones vehículo por vehículo. Mucho menos se piensa en bombardeos sobre territorio mexicano, como llegó a plantear Trump. Sin embargo, si en el mediano plazo no se logra revertir la crisis de sobredosis, el ánimo constructivo en Washington terminará por agotarse. Si para 2024 continúa la tendencia al alza en las sobredosis, plantear una agenda de sanciones y otras políticas hostiles hacia México será una tentación irresistible para los candidatos presidenciales.

Independientemente de lo que pase al norte de la frontera, el panorama en México es complicado. Algo se podría hacer en prevención, sobre todo si se tuviera un diagnóstico más claro sobre los patrones actuales de consumo. Desafortunadamente, la realidad es que el sector salud tendrá que lidiar con una crisis cada vez más intensa por el consumo de cristal, y probablemente también con una crisis por fentanilo. La guerra se va perdiendo y lo peor está por comenzar.

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