A pesar de los cruentos enfrentamientos y asesinatos que acaparan la atención pública, 2023 arranca con algunas noticias positivas. El viernes pasado, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) –el organismo responsable de recabar la estadística delictiva– dio a conocer las cifras consolidadas para 2022. Los homicidios dolosos, que en México son el indicador más relevante en materia de seguridad, reportaron una disminución de 7.1 por ciento. Si se compara el año pasado con 2019, la disminución es cercana a 11 por ciento.
Por otro lado, la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del INEGI (ENSU), cuyos resultados también acaban de publicarse, revela que en el cuarto trimestre de 2022, 64.2 por ciento de la población manifestó sentirse insegura. Este porcentaje es sólo marginalmente inferior al reportado en el tercer trimestre, pero es el más bajo que se reporta en los casi 10 años que se ha realizado la encuesta.
En 2022 la disminución de los homicidios dolosos fue ligeramente mayor en entidades gobernadas por la coalición del Presidente (8.2 por ciento) que en estados de oposición (5.8 por ciento). Sin embargo, el estado que logró la mayor disminución en términos absolutos fue Chihuahua, gobernado por la panista Maru Campos. Le siguieron Michoacán y Jalisco. En la Ciudad de México también se observó una importante caída en los homicidios y, al comparar 2019 con 2022, la disminución en la capital es cercana a 50 por ciento. En contraste, el estado donde se registró un mayor repunte de los homicidios fue Colima. El monitoreo independiente de “ejecuciones” o “víctimas letales del crimen organizado”, que yo coordino, confirma que la disminución de la violencia fue significativa. De acuerdo con este monitoreo, sólo de 2021 a 2022, el número de víctimas disminuyó 15 por ciento.
La seguridad es la principal preocupación de los mexicanos. Por lo mismo, no es de extrañar que, de acuerdo al sesgo político de cada quien, las cifras publicadas inevitablemente se prestan a lecturas distintas, incluso contrapuestas. En Palacio Nacional parecen estar muy optimistas. Los homicidios genuinamente van a la baja, hay ya una tendencia de mediano plazo, claramente identificada. Se trata de una noticia alentadora. Sin embargo, difícilmente podemos decir que lo anterior sea un éxito, al menos no un éxito atribuible al enfoque de “abrazos, no balazos” del gobierno federal, como dice el Presidente.
En los últimos años la violencia ha disminuido sobre todo ahí donde las autoridades estatales han impulsado una estrategia activa de contención de la violencia. En el ámbito nacional, la cifra total de homicidios sigue siendo crítica y el actual será, con toda seguridad, el sexenio más violento en la historia en términos absolutos. También cabe señalar que la disminución que se ha logrado en los últimos años palidece en comparación con la que se registró de 2011 a 2014, cuando los homicidios dolosos cayeron 26 por ciento, como resultado de una estrategia focalizada en la desarticulación de las organizaciones criminales más violentas, particularmente Los Zetas.
Desafortunadamente no hay garantías de que la baja de la violencia se sostendrá. Con algunas honrosas excepciones no se ha avanzado hacia un fortalecimiento generalizado de las corporaciones locales de policía, que, en el largo plazo, son las únicas que pueden garantizar que el crimen organizado desarrolle un control territorial. Tampoco se ha avanzado hacia el desarme o la desarticulación de los grupos armados de mayor peligrosidad.
En la historia reciente del país se registran dos ciclos de violencia. Dentro de estos ciclos, el principal factor que detona un escalamiento de los homicidios es el surgimiento de nuevos “rompimientos” o “conflictos” entre grupos criminales. En el sexenio de Calderón, el rompimiento entre el Cártel de Sinaloa y la organización de los Beltrán Leyva, y posteriormente entre el Cártel del Golfo y Los Zetas, dio lugar a una primera espiral de violencia. En la segunda mitad del sexenio de Peña Nieto, hubo un segundo escalamiento, principalmente vinculado con la expansión del CJNG, lo que dio lugar a una serie de confrontaciones con mafias regionales. Si en los próximos meses hay un nuevo rompimiento dentro del Cártel de Sinaloa o el CJNG tendremos un tercer ciclo de violencia, igual de trágico y destructivo que los dos anteriores.