La seguridad nacional de Estados Unidos atraviesa por un periodo altamente complejo. Además de enfrentar desafíos a su hegemonía global, la seguridad interior de nuestros vecinos enfrenta también retos mayúsculos. Dos de estos retos le asignan a nuestro país un papel clave, ya sea como aliado o como lastre del Tío Sam.
Por primera vez en décadas, el apoyo de México resulta crucial para que Estados Unidos pueda enfrentar con más eficacia dos amenazas que le quitan el sueño. En primer lugar, frenar la epidemia de muertes por sobredosis de fentanilo y, en segundo término, evitar que oleadas de migrantes, sobre todo centroamericanos, arriben a su frontera sur y se conviertan en un dolor de cabeza para sus autoridades.
En el corto y mediano plazos, la colaboración de México en estos dos temas resulta fundamental. Qué mejor para Joe Biden y su gobierno que México se alineara con ellos para avanzar juntos contra esos dos males.
En el tema migratorio, el expresidente Trump logró la cooperación de México a través de diversos tipos de amenazas (incluso de aumentos arancelarios). Y México avanzó en la contención de migrantes a través de una política intensiva de detenciones. El costo para México ha sido altísimo: proliferación de nuevas bandas dedicadas al tráfico de personas migrantes, afectación a la gobernabilidad de algunas ciudades fronterizas y del sureste (especialmente Chiapas), y empleo de miles de elementos de la Guardia Nacional en labores ajenas a las del combate criminal, que es la primera prioridad de nuestro gobierno.
En cambio, por lo que toca al aumento acelerado de muertes por sobredosis de fentanilo, Estados Unidos parece altamente vulnerable por tres razones. Primero, se trata de una droga letal que, aun en pequeñas cantidades, causa grandes estragos, y que, de no reducir pronto su disponibilidad, podría convertirse en una amenaza mortal para millones de estadounidenses. Segundo, hasta ahora China ha rechazado terminantemente colaborar con Estados Unidos en su cruzada contra el fentanilo. Los chinos niegan las acusaciones de Washington e insisten en que es un problema que debe resolver Estados Unidos por sí solo. Tercero, México atraviesa en estos momentos una grave crisis de violencia criminal, lo que lo inhabilita parcialmente como socio confiable para combatir a los dos cárteles que exportan casi todo el fentanilo que se consume en la Unión Americana.
Frente a este escenario complejo, pero que también ofrece algunas oportunidades, ¿cómo han actuado las autoridades mexicanas? ¿Nuestros funcionarios le han hecho patente a los norteamericanos nuestra preocupación por los daños que está causando allá una epidemia de sobredosis que eventualmente pudiera trasladarse a territorio mexicano? ¿Les han ofrecido algún tipo de apoyo que, más allá de las buenas intenciones, se haya traducido en alguna baja sensible y verificable de la disponibilidad del fentanilo en Estados Unidos? Más importante todavía: ¿hemos puesto en la mesa de diálogo una propuesta de acuerdo con Washington en la que nuestros apoyos sean correspondidos con otros apoyos de Estados Unidos para que México amplíe considerablemente sus capacidades anticrimen y nos convirtamos un socio confiable en seguridad? No, hasta donde sabemos.
¿Qué significa esto? Que, en lugar de actuar con un sentido estratégico y de oportunidad para negociar, en esta coyuntura extraordinaria, un nuevo acuerdo de colaboración bilateral en materia de seguridad, nuestras autoridades, especialmente el presidente de la República, han optado por engancharse con algunos políticos norteamericanos (especialmente del Partido Republicano) en un intercambio de acusaciones que no tendrá ningún impacto en el diseño de una agenda de colaboración, pero que sí podría erosionar la voluntad de cooperación en ambos lados. Obviamente esta metralla de acusaciones mutuas tiene como resorte lógicas de rentabilidad político-electoral.
Desde 2008 México experimenta una severa crisis de violencia que no sólo ha erosionado las bases institucionales y sociales del Estado mexicano, sino que, además, amenaza con minar gradualmente la gobernabilidad democrática del país. A nivel local, los grupos criminales han avanzado velozmente en tácticas para manipular los resultados de algunos procesos electorales (frecuentemente a través de la amenaza y la intimidación), al tiempo que el control territorial del crimen organizado se ha afianzado. De modo que no “podemos solos” y que sí necesitamos de un mayor apoyo de Estados Unidos para avanzar contra el crimen. Lo necesitamos mucho (aunque nos avergüence decirlo).
Ahora es el momento idóneo para obtener ese apoyo, sin extender la mano, a modo de quien recibe una dádiva, sino involucrándonos a fondo con nuestro vecino y aliado en una guerra que no sólo les compete a ellos, sino que tiene relevancia continental.
Al colaborar activamente con Estados Unidos en el combate al fentanilo, México mataría dos pájaros de un tiro, pues, al tiempo que apoyaría a un aliado clave en un momento difícil, se encontraría eventualmente (a través de esa misma colaboración) en una mucho mejor posición para construir las capacidades que necesita y trazar la ruta de salida a su propia crisis de violencia criminal.