Eduardo Guerrero Gutiérrez

¿Por qué el gobierno no admite que en México se produce fentanilo al por mayor?

Poner en marcha una estrategia en serio para desmantelar narcolaboratorios, y echarle más leña al fuego, es lo último que el gobierno mexicano quiere.

Las mañaneras de 2025 arrancaron con la Presidenta enganchada con el artículo del New York Times (NYT) que exhibe la producción de fentanilo en Culiacán en cocinas que, por decirlo de forma coloquial, se ven bastante llaneras. El pasado 2 de enero, Sheinbaum, el director del IMSS-Bienestar y una teniente de la Secretaría de Marina, dedicaron un largo rato a tratar de desmentir la investigación que Natalie Kitroeff y Paulina Villegas, del diario norteamericano, habían publicado unos días atrás. Para armar su argumentación, la Presidenta y sus funcionarios se agarraron de tecnicismos y de algunas imprecisiones del reportaje. Quisieron sonar más rigurosos y más científicos, y en algunos puntos tal vez lleven la razón. Aun así, la presidencia de la República dio un espectáculo lastimoso. Demasiado empeño en minucias sin relevancia, trying too hard, como se dice en inglés, cuando el tema de fondo, que México produce pastillas de fentanilo al por mayor, no puede ponerse en duda, diga lo que diga nuestro gobierno.

En cierta medida es comprensible la lógica negacionista que AMLO, y ahora Sheinbaum, han seguido en la cuestión del fentanilo. La 4T ha estado en abierta confrontación con la DEA al menos desde el desencuentro por el arresto del general Salvador Cienfuegos, ocurrido en 2020.

Luego no ayudó que, durante la administración Biden, la directora de la agencia antidrogas, Anne Milgram, fuera una propagandista bastante hábil y descarada, que supo vender la narrativa de que los cárteles mexicanos, en su infinita infamia, son los únicos responsables de los estragos que el fentanilo causa al norte de la frontera. Tal vez por eso, la posición del gobierno mexicano en los últimos años haya sido la de defender a capa y espada su propia narrativa, sin muchos miramientos a la verdad, y ‘no dejar pasar una’ a los medios que publican información que la contradiga. Ahora que estamos a unos días de la toma de protesta de Donald Trump –quien ha seguido insistiendo en que designará a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas de forma ‘inmediata’–, aferrarse a la línea del negacionismo sobre la producción de fentanilo puede parecer vital para el gobierno de Sheinbaum.

Sin embargo, la pataleta del gobierno mexicano en respuesta al NYT es como intentar tapar el Sol con un dedo, y no hace sino dar notoriedad a la avalancha de evidencia que documenta la producción masiva de pastillas de fentanilo en territorio nacional. El NYT no es el único medio internacional que ha publicado reportajes al respecto. Por ejemplo, en 2023 el diario francés Le Monde difundió la serie documental Narco Business sobre la producción y distribución de fentanilo por parte del Cártel de Sinaloa. En esta producción también se muestran imágenes de laboratorios ubicados en Culiacán y sus alrededores, que no dejan de ser caseros, aunque en este caso los equipos y utensilios se vean más profesionales, en comparación a los que se muestran en el reportaje del NYT (por ejemplo, sale a cuadro una máquina encapsuladora semiautomática y los ‘cocineros’ llevan trajes desechables de polipropileno, para manejo de sustancias tóxicas). La agencia Reuters también ha realizado reportajes a profundidad que documentan la relativa sencillez del proceso de síntesis del fentanilo en laboratorios caseros.

Me parece que la posición de Palacio Nacional es sintomática de otra difícil realidad. Las autoridades mexicanas no quieren entrarle al toro por los cuernos. La industria del fentanilo deja una derrama millonaria que no sólo enriquece a los Guzmán o los Zambada, sino que deja ingresos a miles de cocineros, distribuidores y autoridades cooptadas. A eso hay que agregar que, a diferencia de la producción de otras drogas sintéticas, dispersa en zonas rurales, todo indica que la producción de fentanilo se ha concentrado en Culiacán (y dudo mucho que se haya trasladado de forma automática a otras ciudades tras el rompimiento del Cártel de Sinaloa, como se ha especulado en algunos medios).

La industria del fentanilo, y su importancia para la economía de Culiacán, es probablemente el factor que explica que la guerra entre Los Chapitos y los Zambada se haya concentrado en dicha ciudad, donde las muertes vinculadas con el crimen organizado se quintuplicaron después de la traición al Mayo Zambada y el rompimiento en la cúpula del Cártel de Sinaloa. Poner en marcha una estrategia en serio para desmantelar narcolaboratorios, y echarle más leña al fuego, es probablemente lo último que el gobierno mexicano quiera en este momento.

Me temo que 2025 pinta difícil. Veremos mucho golpeteo, con el presidente Trump y en los medios, y las discusiones no serán precisamente ‘científicas’ ni de alto nivel. Mi consejo para los responsables de la comunicación de nuestro gobierno es que ya no se enganchen. Llevan las de perder.

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