En tres palabras: no estuvo mal.
La realidad es que 100 días no alcanzan para poner en práctica políticas públicas, mucho menos en un ámbito sujeto a tantas inercias. Los cambios de fondo tardan meses y los resultados, un par de años. Si a partir de octubre hubo más o menos robos o violaciones, tendríamos que buscar la explicación en otra parte, no en una directriz perentoria del gobierno entrante, que por arte de magia cambiara la forma cómo las policías y los ministerios públicos trabajan en las 32 entidades federativas y los 2 mil y pico de municipios del país.
Dicho lo anterior, en México tenemos un problema –no menor– en el que las acciones de corto plazo sí importan, incluso son cruciales: la estrategia con relación a los grandes grupos criminales que, como se sabe, son los responsables del grueso de los homicidios dolosos que se registran en el país, además de muchos otros hechos de violencia armada. Y en este punto, al parecer, sí hubo un cambio.
Ya no se habla de abrazos a la delincuencia. Esa ha sido, tal vez, la mayor ruptura de Sheinbaum con la narrativa de AMLO. En un balance de los primeros 100 días, publicado por la organización México Evalúa, se busca documentar que este cambio fue más allá de la retórica. Durante el arranque del gobierno de Sheinbaum, señala dicho balance, tuvimos mucho más operativos contra el crimen organizado, detenciones y enfrentamientos que en tiempos de AMLO. El balance también advierte que “lo anterior ha tenido a corto plazo efectos negativos, pues se aprecia claramente un incremento en todas las dimensiones de las violencias asociadas al combate frontal al crimen organizado”.
Coincido en términos generales con el balance de México Evalúa. Me parece que Sheinbaum y su secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, sí buscaron dar algunos golpes importantes al crimen organizado para marcar el inicio de la administración y mandar el mensaje de que la era de los abrazos había llegado a su fin. Es probable que el triunfo de Trump también haya alentado este viraje, sobre todo en lo referente a los decomisos de narcóticos. Sin embargo, el cambio más importante ha estado en sintonía con uno de los ejes que se había delineado desde la transición: el fortalecimiento de la inteligencia y la investigación. Creo que el principal ejemplo al respecto, como bien se destaca en el documento de México Evalúa, fue el ‘Operativo Enjambre’, que llevó al arresto de funcionarios de varios municipios del Estado de México coludidos con el crimen organizado. Fue una acción relativamente modesta en sus alcances (el objetivo era la detención de una quincena de funcionarios de municipios del sur del Estado de México, coludidos con la maña local). No obstante, este operativo marcó un cambio cualitativo importante, después de años en los que prácticamente se había desistido de cualquier intento de desarticular las redes de protección institucional de la delincuencia.
Ciertamente parece que “las dimensiones de las violencias asociadas al combate frontal al crimen organizado” efectivamente repuntaron en los primeros días del sexenio. En el monitoreo que coordino en Lantia Intelligence el número de elementos de corporaciones policiales y militares asesinados por el crimen organizado aumentó 46 por ciento del tercer al cuarto trimestre, al pasar de 116 a 169. Un cambio de esta magnitud sólo se puede explicar como resultado de una estrategia más agresiva por parte de las autoridades, con más operativos y, desafortunadamente, un mayor riesgo para los policías y soldados.
Aun así, lo sobresaliente es que, a pesar del aumento en los operativos, la violencia criminal total se mantuvo estable. Del tercer al cuarto trimestre de 2024, el número de víctimas letales del crimen organizado, pasó de 4 mil 372 a 4 mil 382, un incremento estadísticamente nulo. Estas cifras son todavía más alentadoras si tomamos en consideración que históricamente, los cambios de gobierno han ido acompañados de un repunte en la violencia. Por ejemplo, el número de víctimas aumentó de forma significativa durante los primeros tres meses del gobierno de AMLO. En contraste, el número de víctimas aumentó en octubre pasado, el primer mes de Sheinbaum, pero luego disminuyó de forma acelerada en noviembre y diciembre.
Así que hay indicios –sólo eso, indicios– de que vamos por buen camino. El gobierno ha redoblado las acciones contra el crimen organizado, pero esto no se ha traducido en un aumento generalizado de la violencia (aunque sí en más muertes que lamentar de elementos policiales y militares). La coyuntura sigue siendo muy difícil, más a partir de hoy que habrá nuevo inquilino en la Casa Blanca. Sin embargo, mi expectativa es que, si la Presidenta persevera, si de verdad le apuesta a la inteligencia, y asume el costo político de desmontar las redes de protección institucional de los criminales, las cosas, ahora sí, podrían comenzar a mejorar en unos meses.