Lo ocurrido en el debate presidencial del pasado domingo sólo vino a confirmarnos lo que se ha anticipado desde hace tiempo: el 2 de junio no es una simple elección presidencial. Es un verdadero referéndum sobre la continuidad del lopezobradorismo o la opción por un cambio socialdemócrata que reconstruya el país. Esa es la disyuntiva shakesperiana: ser o no ser.
En el debate, Claudia Sheinbaum confirmó y transparentó sin ningún velo de engaño, y ante las cámaras, lo que sería su presidencia de llegar al poder. No queda ninguna duda pues, una vez más, reafirmó que construirá el segundo piso de la 4T, que su visión de país es continuar la obra de López Obrador y que lo hará, en gran medida, de la misma forma. También se pudo constatar en el debate que se siente muy cómoda mintiendo a la cara de la gente, que miente tan descaradamente como López Obrador, sin recato ni un dejo de vergüenza. Mintió sobre los feminicidios en la Ciudad de México, sobre la “efectiva” impartición de justicia y la “no impunidad” de su gobierno, sobre el sistema de salud, sobre la transparencia.
También pudimos corroborar una vez más que quedó muda y no pudo contestar una serie de señalamientos planteados por la candidata Xóchitl Gálvez: sobre su responsabilidad criminal en el caso del colegio Rébsamen o la caída de la Línea 12 del Metro, su falta de convicción para luchar contra la corrupción, vamos, ni siquiera investigar los alegatos de tráfico de influencia de los hijos del presidente. Se quedó callada y prefirió no contestar. Algunos dicen que Xóchitl Gálvez falló al dejarla ir ‘viva’ después de estos silencios… puede ser, pero Claudia Sheinbaum quedó en evidencia de cualquier manera.
Lamentablemente quedó también en evidencia el papel de Movimiento Ciudadano en esta campaña: llevar agua para el molino de Morena y sus aliados. Es una pena pues tienen buenas propuestas, pero carecen de sentido del momento histórico que estamos viviendo y de la relevancia definitoria de esta elección, en donde se juega el futuro del país de las próximas décadas. Su vocación democrática quedó en entredicho.
El debate entonces fue útil, pues mostró lo que representan ambas candidatas: por un lado, la continuidad del lopezobradorismo, incluyendo la adicción a la mentira, la insensibilidad por el dolor ajeno y la arrogancia características de AMLO, y ahora vimos con nitidez que también comparte Claudia Sheinbaum. En esta continuidad se incluye el nuevo modelo educativo o de la Escuela Mexicana con los sesgos ya conocidos y libros de texto fuertemente cuestionados, el IMSS-Bienestar como eje del sistema de salud, un sistema de pensiones imposible de financiar, y la supuesta ‘bandera blanca’, más bien negra, que representa el triunfo sobre la corrupción que presume López Obrador un día sí y el otro también, a pesar de la evidencia en contra, inclusive dentro de su propia familia. Y, por otro lado, se presentó una candidata ciudadana que entró a la política con enormes riesgos, arropada por tres partidos que tienen su propio equipaje y que puede ser pesado, con ideas interesantes y novedosas (como la tarjeta de salud –portabilidad de derechos– para asegurar que todos tengan acceso a medicinas), que pretende retomar y reconstruir lo que se hacía bien (como las estancias infantiles y las escuelas de tiempo completo), y haciendo énfasis en el uso de la tecnología para resolver diversos problemas sociales, como la escasez de agua y otros recursos.
Desde mi punto de vista este debate fue mucho más útil que lo que muchos analistas han mencionado. Si había alguna duda de qué tan diferente sería un gobierno de Sheinbaum comparado con el de López Obrador, ya no hay duda de que serían MUY similares; si había alguna duda sobre MC, también se disipó. Y fue útil porque confirmó lo que verdaderamente está en juego el 2 de junio: la viabilidad de nuestra democracia y la preservación de nuestros derechos como ciudadanos, sin mencionar la viabilidad económica y social del país que dependerá de las políticas que sigan una y otra candidata.
Por tanto, ante este verdadero referéndum, la pregunta que sigue es de otra índole: ¿serán capaces las instituciones que resguardan nuestra democracia como el INE y el Tribunal Electoral de hacer valer la ley y la equidad de la contienda ante las violaciones a las leyes por parte de los actores electorales, incluyendo al presidente López Obrador, y la violencia electoral que ya llegó a máximos históricos? ¿A quién respaldarán las Fuerzas Armadas en un eventual momento de crisis constitucional real o fabricada? ¿Estarán los militares a la altura que les demanda el país, o van a jugar el mismo papel que juegan en Venezuela o en Egipto donde la democracia brilla por su ausencia? ¿Cuál será la reacción del crimen organizado ante los resultados de la elección? ¿Estamos preparados los mexicanos para enfrentar una polarización extrema?
Estas cuestiones son para quitar el sueño.