Agustín Carstens es hoy uno de los economistas más relevantes del mundo.
El gerente general del Banco de Pagos Internacionales, el banco central de los bancos centrales, tiene la ventaja de reunir de vez en vez en su sede en Basilea a las autoridades financieras del mundo y con ellas compartir visiones y perspectivas respecto a lo que observa en el entorno financiero internacional.
Así que, el punto de vista de Carstens, más allá de su propio análisis y originalidad, está nutrido con las opiniones de quienes toman las decisiones que marcan la trayectoria de las finanzas a nivel global.
Ayer, en una conversación con el exgobernador del Banco de México, pude percibir claramente que visualiza un futuro financiero que está muy lejos de ser apacible.
Más allá de la afortunada intervención de las autoridades financieras y bancos centrales, por lo menos de los países desarrollados, que impidieron que la crisis económica derivada de la pandemia se convirtiera en una crisis financiera global, ahora va a ser difícil retornar a una relativa normalidad sin generar trastornos.
Me dijo Agustín Carstens que son prácticamente inevitables los episodios de volatilidad, que derivarán del choque de dos maneras de ver el mundo.
Los bancos centrales, y particularmente la Reserva Federal, tienen la perspectiva de ser muy prudentes en elevar las tasas de interés y cambiar el tono de su política monetaria.
Han dicho que probablemente hasta el año 2023 eleven las tasas de interés.
Sin embargo, los inversionistas tienen dudas de que vaya a esperar tanto y algunos juegan a adelantarse a esa decisión.
Tenemos ya desde hace algunos meses un pulso entre la Reserva Federal y quienes pretenden ganarle el juego, como si quisieran ‘robarse la base’ en el argot beisbolero.
Mientras la tensión no sea muy grande, los episodios de volatilidad son menores.
Pero, si en algún momento alguna variable económica o financiera resultara distante a las previsiones y creara la impresión de que, en función de ella, la autoridad monetaria incrementará las tasas, entonces se puede disparar un episodio más fuerte.
O bien, si hay alguna señal en algún comunicado, discurso o declaración de la autoridad monetaria que apuntale esa posibilidad, también se puede disparar la volatilidad.
Los mercados, en una gran medida, son impredecibles.
Puede detonar la inestabilidad un hecho que por sí mismo no sea relevante, pero que se magnifique o algo que simplemente no se veía venir.
Lo que es un hecho es que la probabilidad de que eso suceda se incrementará en el curso de los meses.
Carstens se mostró enemigo de pretender contener un incremento de precios que no tiene orígenes monetarios con medidas de los bancos centrales, a los que recomendó paciencia y prudencia.
Esto ya no lo dijo Carstens por obvias razones, pero si los banqueros centrales de países desarrollados, especialmente de EU, se desesperaran por una inflación que no pueden contener y aplicaran alzas anticipadas de las tasas, lo que podrían provocar es un desorden financiero de grandes proporciones.
Otro señalamiento relevante de quien dirige el Banco de Pagos Internacionales es que el crecimiento de largo plazo no puede derivar de las políticas fiscal y monetaria.
Éstas tienen el mérito de haber permitido que la economía se haya dado la vuelta de modo muy rápido, sobre todo en Estados Unidos y algunos otros países desarrollados.
Pero, el crecimiento de largo plazo, a su juicio, va a derivar de factores reales como es el crecimiento de la productividad que deriva de la competencia, de una mayor educación o de una promoción de las inversiones para ampliar y modernizar el aparato productivo.
Cuando uno escucha a Carstens entiende que estamos en una etapa inédita de la economía mundial que ofrece grandes oportunidades, pero también enormes riesgos.
Más nos vale tratar de aprovechar las primeras y eludir los segundos, si no queremos estar en poco tiempo en una nueva crisis, ahora de naturaleza financiera.
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