La foto es reveladora: partidos opositores y también grupos opositores de la sociedad civil. Una reunión de Va por México y Sí por México hace un par de días.
Al presidente López Obrador le pareció “promiscuidad política”.
Está en lo suyo y lo hace bien.
Su prioridad será impedir que exista una alianza opositora que pueda presentar un solo candidato a la Presidencia en 2024.
Hay muchos que lo ayudan en ese propósito… principalmente los propios opositores.
Por eso llamó la atención ese encuentro.
Por meses le he comentado en este espacio que si alguna o algunas fuerzas políticas quieren seriamente que la presidencia de la República tenga alternancia en el 2024, ya van tarde.
Vuelvo a recordarles la historia. Desde que hay democracia en serio en México, hemos tenido tres alternancias.
La primera ocurrió en el año 2000 con el triunfo de Vicente Fox.
La campaña de este singular personaje comenzó inmediatamente después de concluidas las elecciones intermedias.
Fox es de esos personajes que estuvo en el lugar correcto y en el momento correcto. Nos puede agradar o no, pero contribuyó a cambiar la historia.
Tuvo la suerte de encontrarse con uno de los pocos presidentes priistas demócratas, capaces de reconocer una derrota e impedir que sus compañeros de partido hicieran trampa para ganar: Ernesto Zedillo.
Sin embargo, la clave fue la construcción de la alternativa.
Sin ello, a pesar de contar con un candidato carismático y con un presidente demócrata, no hubiera ocurrido la alternancia.
Desde luego también contó, y mucho, una autoridad electoral imparcial y con prestigio, aquel IFE encabezado por José Woldenberg.
La segunda alternancia ocurrió en 2012.
12 años de gobiernos panistas dejaron a la sociedad la percepción de que los funcionarios no sabían gobernar.
Enrique Peña Nieto construyó su candidatura presidencial antes de abandonar la gubernatura del Estado de México, con la narrativa de que regresaban quienes sí sabían hacer gobierno.
Desde luego, a su triunfo contribuyó el hecho de que la candidatura del PAN no arrastrara y propiciara divisiones. Ello ayudó al triunfo priista.
Pero la clave fue la construcción del candidato triunfador a lo largo de varios años.
Para la tercera alternancia, López Obrador esperaba su momento. Su candidatura fue construida a lo largo de 18 años.
Prácticamente desde que llegó a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, se dedicó a ello. Sólo era cuestión de encontrar la coyuntura para ganar. Y lo hizo. Arrolladoramente.
No es un fenómeno mexicano. Ganarle al incumbente, a quien está en el poder, implica un gran esfuerzo.
No importa que haya desgaste del partido en el gobierno o que el desempeño no haya sido el esperado. Los márgenes que da el poder son una ventaja de arranque.
La “promiscuidad política” de la que habla el presidente López Obrador es hoy algo esencial. Sin ella no se va a ningún lado.
El problema de fondo, y lo saben quienes allí estaban reunidos, es que la alianza que componen está atada con hilos muy delgados que fácilmente pueden romperse.
Pero, además, carecen de liderazgo. La alianza no tiene un rostro identificable.
Lo he dicho y lo seguiré repitiendo porque no veo que otros lo hagan.
Si en los próximos seis meses no empieza a construirse una candidatura que tenga el respaldo de los partidos opositores y de diversas organizaciones de la sociedad civil, las elecciones de 2024 serán un día de campo para Morena.
Además, sin una oposición unificada, el presidente López Obrador tendría un espacio muy amplio para seleccionar a quien él decida, al margen de su arrastre o capacidad.
Siempre puede haber sorpresas, pero lo más probable es que en los siguientes meses se perfile lo que podemos esperar en el próximo sexenio.
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