El Inegi dio a conocer ayer que la inversión productiva en México creció en 1.1 por ciento en agosto respecto a julio, y a tasa anual en un 12.8 por ciento.
Esta noticia, que parece positiva, encubre una realidad: seguimos con una inversión estancada.
Su nivel se encuentra todavía 6.7 por ciento por abajo del que tenía al cierre del sexenio anterior y 14.8 por ciento por debajo del máximo histórico, que se había alcanzado en julio de 2018.
Desde hace muchos años se sabe que la inversión marca la dinámica de la economía.
Es prácticamente imposible que haya un crecimiento sostenido si la inversión no aumenta más que el crecimiento del PIB.
Sin un despegue de esta variable, el país no podrá tener un crecimiento sostenido.
¿Cuál es la razón o las razones por las que la inversión no ha crecido en México en los últimos años?
En un país en el cual el 85 por ciento de la inversión proviene del sector privado, lo determinante es que los empresarios tengan los incentivos adecuados.
¿Qué es lo que hace que un empresario se decida a arriesgar su dinero en proyectos?
Se trata desde luego de la expectativa de obtener un rendimiento al paso de los años.
Aunque nunca podremos conocer del todo lo que nos depare el porvenir, si hay un futuro marcado por la incertidumbre, será más difícil que los empresarios inviertan más.
En México hoy tenemos un claro incentivo favorable y otro desfavorable.
La percepción de que Estados Unidos crecerá fuertemente en los próximos años alienta las inversiones, pues se sabe que si a nuestro vecino del norte le va bien, nuestra economía recibirá impulso.
Y, el mayor de los incentivos desfavorables en este momento es la reforma eléctrica, que, de concretarse, perturbaría fuertemente los planes de inversión.
Hablando hace pocos días con la directiva de una empresa trasnacional con importante presencia en el país, me expresaban sus ejecutivos la preocupación por lo que habrían de expresar a su corporativo a propósito de lo que significaba la reforma eléctrica. Temían que si evaluaban lo que significa para el país, cancelarían inversiones.
Ese es un caso muy común.
Esta reforma se trata, sin duda, de la peor amenaza al futuro de la inversión en el país.
Si de por sí, la inversión ya se encuentra en niveles inferiores a los de 2018, de prosperar la reforma lo que tendríamos sería un desplome que probablemente echaría por tierra cualquier expectativa de crecimiento para el futuro.
Aunque hay funcionarios del gobierno que entienden lo anterior, no lo expresan públicamente pues saben que el propio presidente de la República ha respaldado la iniciativa.
Sin embargo, son conscientes de que algo así terminaría probablemente por detonar una crisis en México.
En sentido contrario, si no prosperara la reforma y se lograra avanzar en la la instalación de plantas norteamericanas y de otras nacionalidades que busquen establecer operaciones cercanas a EU para asegurar sus cadenas de provisión, lo que probablemente tendríamos es un enorme estímulo para las inversiones ante la certeza del crecimiento norteamericano.
La dinámica de la inversión en los siguientes años dependerá de lo que suceda con dos factores.
El primero son las políticas públicas que generan incertidumbre. De manera acusada, en este momento, la reforma eléctrica.
Y del otro lado, se encuentra el empuje que nos puede dar tanto la recuperación de Estados Unidos como la posibilidad de que México se convierta en un lugar atractivo para abastecer las cadenas de suministro estadounidenses.
En el juego de esos dos factores se va a balancear el futuro económico del país.