El Inegi confirmó ayer que la inversión productiva en México sufrió un nuevo tropezón: cayó 1.6 por ciento en septiembre, con relación a su nivel de agosto.
Descontando el año pasado, que aún padecíamos el efecto de la pandemia y el confinamiento, para encontrar un mes de septiembre semejante al de este año, hay que remontarnos hasta 2010.
Es decir, el retroceso de la inversión productiva es de 11 años.
Si la comparación es contra septiembre de 2017, antes de que comenzara la turbulencia electoral, la caída es de 14 por ciento.
No es que solo haya caído la inversión privada, que lo ha hecho. También ha retrocedido la inversión pública, pues la realizada durante los primeros tres trimestres de este año resultó menor en 1.5 por ciento a la efectuada en 2018.
Los proyectos del Estado no están llenando los huecos que ha dejado la inversión privada.
Las cifras del Inegi son inequívocas. Más allá de declaraciones, promesas, firmas de pactos y demás oropeles, las empresas establecidas en México están invirtiendo menos que en el pasado.
Ayer, el presidente del Consejo Mexicano de Negocios, Antonio del Valle, volvió a poner sobre la mesa algunas condiciones indispensables para que la inversión crezca: disponibilidad de energía limpia y a precios competitivos, para el presente y para los próximos años; reducir el costo de hacer negocios en México; un papel más activo de la banca de desarrollo en el financiamiento de las Pymes; fortalecer la capacidad institucional del país, incluyendo los órganos autónomos, así como fortalecer la seguridad y el Estado de derecho.
El problema es que en estos rubros la administración actual ha hecho muy poco, y no se ve viable que vaya a hacer más en los años que restan del sexenio.
Por el contrario, pareciera haber el riesgo de un mayor debilitamiento de las capacidades institucionales, una seguridad que no mejora y un Estado de derecho que no lo es tanto.
Y por si algo faltara, tenemos encima el riesgo de una reforma eléctrica que le puede dar un gran golpe a todos esos requisitos de la inversión.
Encuentro cada vez más empresarios que consideran que el mejor de los escenarios es que podamos llegar al 2024 sin una grave crisis financiera.
Consideran que lo que pueden hacer es mantenerse en un modo de resistencia al entorno complejo, y esperar a que lleguen mejores tiempos para volver a invertir y desarrollar proyectos.
El Banxico, en su encuesta mensual entre especialistas pregunta si se considera que hoy es un buen o mal momento para invertir. El 44 por ciento respondió que es mal momento y solo 15 por ciento consideró el actual como un buen momento. Los demás no están seguros.
Algunos que todavía hasta hace algunos meses abrigaban la esperanza de que pudiera haber cambios en las políticas públicas, hoy consideran que será muy difícil que ocurran y toda la apuesta será que el crecimiento de Estados Unidos nos dé combustible para impedir que tengamos un estancamiento crónico.
Claro que eso implica que sean sobre todo los sectores exportadores, directos o indirectos, los beneficiados, mientras que el mercado interno reptará en lugar de correr en los próximos años.
Como le hemos comentado frecuentemente en este espacio, respecto a la estabilidad financiera, dependemos en gran medida de lo que suceda fuera de nuestras fronteras.
Ayer fue un ejemplo de ese hecho. El tono optimista de las declaraciones del doctor Fauci, a propósito de que la variante ómicron podría ser incluso menos peligrosa que la delta, creó una corriente de optimismo en los mercados financieros que derivó en alzas de las bolsas y a que nuestro peso cotizara apenas ligeramente arriba de 21 por dólar.
Pero, así como ayer hubo este aire positivo, siempre hay el riesgo de que encontremos vientos en contra que le peguen a nuestra frágil estabilidad.
La esperanza de crecer firmemente quedó ya para otro… sexenio.