Ayer, en la conferencia mañanera, el presidente López Obrador señaló que la economía mexicana crecería 5 por ciento este año y un porcentaje semejante en 2023 y 2024.
Incluso, se burló, señaló que, al formular esas previsiones, seguramente los expertos dirán: “ya lo perdimos”, para referirse a él mismo.
Le preguntaron en qué fundaba su pronóstico y señaló que en su “optimismo”.
Tiene toda la razón el presidente. Solo en ello puede basar ese pronóstico.
La noticia esta semana fue que el consenso de expertos en la encuesta que elabora cada mes el Banco de México, estimó el crecimiento de 2022 en 2.2 por ciento, bajando seis décimas respecto al dato previo.
No es imposible que la estimación aún baje más, dependiendo de las cifras que se vayan conociendo en las próximas semanas.
Pero al presidente le tienen sin cuidado los pronósticos. Vaya, le tienen sin cuidado incluso las cifras oficiales.
Dijo, además: “puede ser que por el COVID tengamos menos crecimiento, pero hay más igualdad. Ahora le está llegando a los pobres más que antes”.
Pues resulta que el Coneval, la institución del Estado mexicano que mide la pobreza, nos dice que, en la medición más reciente, correspondiente a 2020, la población pobre llegó a 43.8 por ciento del total, dos puntos porcentuales más, que equivalen a 3.8 millones de personas que entraron a la pobreza.
Para rematar, el presidente dijo que con todo y pandemia, piensa que acabaremos el sexenio con un crecimiento en promedio anual de 2 por ciento.
Esto significaría crecer un 12.6 por ciento en todo el sexenio.
Con los datos del Inegi sabemos que, en los primeros tres años, el saldo fue un decrecimiento de 3.8 por ciento.
Para llegar al 12.6 por ciento al final, sería necesario que en los tres últimos años hubiera un crecimiento de 17 por ciento, lo que requiere, efectivamente, una tasa promedio de 5.2 por ciento anual. Ni haciendo milagros se llegaría a ella.
La triste realidad es que si las cosas no van tan mal y este año cerramos con el 2.2 por ciento previsto por el consenso de los expertos y con un crecimiento de 3 por ciento en cada uno de los dos años siguientes, aun con ese escenario optimista, el promedio anual para el sexenio sería de 0.7 por ciento, la cifra más baja desde el sexenio de De la Madrid.
No me extrañaría que, en algún momento de los siguientes meses, el presidente tome la decisión de reactivar la búsqueda de algún indicador en el que su administración puede salir mejor en la foto, trátese de algún indicador de la ‘felicidad del pueblo’ o más probablemente de algún ‘índice de bienestar’ que pueda acomodarse convenientemente.
En las mañaneras caben las burlas a los expertos, pero la realidad va a acabar llegándole a su escritorio cuando le expliquen que, debido al menor crecimiento de la economía, la captación tributaria no alcanza para los programas sociales y para los proyectos de infraestructura, y que hay que recortar en algún lado.
La sonrisa burlona de la mañanera tal vez se convierta en una mueca de enojo entonces, pues en la medida que los meses pasen estaremos más cerca del proceso electoral de 2024.
En este cuadro de mayores adversidades, las opciones del presidente serían dar un ‘volantazo’ a su estrategia económica y buscar condiciones para promover la inversión privada.
O, más probablemente, radicalizar su actitud y responsabilizar a los empresarios de no invertir lo necesario con el avieso propósito de descarrilar el proyecto de la 4T.
Si tiene usted suficientes años y esa narrativa le recuerda a la de 1975-76 o a la de 1982… a mí también.
Hay el riesgo de que el presidente se deslice peligrosamente en esa dirección en los próximos meses y años.
Ojalá esté equivocado.
Consulta más columnas en nuestra versión impresa, la cual puedes desplegar dando clic aquí