La invasión rusa a Ucrania el 24 de febrero desató una nueva guerra que comenzó un par de días después.
En ella, el enfrentamiento de Rusia no es con Ucrania sino con buena parte de occidente. Se trata la guerra económica.
El propio Putin ya lo reconoció el día de ayer al señalar que las sanciones impuestas a Rusia “son parecidas a una declaración de guerra”.
Estamos probablemente frente a la mayor ofensiva económica en toda la historia.
Las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea han ido escalando y probablemente vayan a causar una profunda caída en la actividad económica rusa, que podría ser del orden de 10 por ciento según la estimación de Barclay’s, lo que sería un desplome superior incluso al producido por la crisis de 2008-09, cuando Rusia cayó en 7.8 por ciento.
La guerra económica será más relevante luego de que el enfrentamiento militar tenga un desenlace.
Aunque habrá una aguerrida defensa de las principales ciudades ucranianas, Rusia va a ocuparlas, como ya comenzó a hacerlo y luego la lucha será sobre enfrentada por milicianos, que probablemente van a operar en pequeños grupos. Y ese enfrentamiento va a ser prolongado y cruento.
Para Rusia, la guerra ya es costosa y lo va a ser más mantener la ocupación militar de un país que no se va a resistir.
Mientras que, en el conflicto militar, todos los indicios anticipan el triunfo de los rusos, en el de naturaleza económica, sucede exactamente lo contrario.
Será inevitable que, para una gran parte del mundo, esta guerra vaya a tener consecuencias severas. Según la misma estimación de Barclay’s, la pérdida del PIB global estaría en cerca de un punto porcentual, pero con mayor afectación en Europa, donde podría ser ligeramente debajo de 2 puntos.
Además, en la inflación, el impacto ya es visible y se ha expresado en el alza incontenible de los precios de los hidrocarburos y de alimentos, además de mayores tasas de interés.
La apuesta de los países que han impuesto las sanciones es que pueda surgir un descontento interno en Rusia, que obligue al gobierno de Putin a negociar, o incluso que pueda crear condiciones para que ocurra un cambio de liderazgo.
Pero, eso también implica riesgos con un personaje como Putin al frente de una de las potencias militares del mundo.
Aún si el gobierno entrara en crisis, no es imposible que antes de derrumbarse, hiciera uso de otros recursos, como esgrimir amenazas militares en contra de otros países vecinos, lo que de facto ya hizo contra Suecia y Finlandia.
Cualquiera que sea el escenario que se presente, tendremos un mundo más inseguro y riesgoso para todos en los siguientes meses.
Eso no puede subestimarse.
Pero, de un modo u otro, la guerra económica probablemente pueda marcar el fin de la autocracia que ha encabezado Putin por muchos años o bien generar un desastre mundial de proporciones apocalípticas.
Como le he comentado en artículos previos, México no puede abstraerse de este entorno.
Hasta ahora, con cierta demora, se sumó finalmente al grupo de naciones que ha condenado la invasión, pero en el tono de las palabras del presidente López Obrador y de algunos funcionarios, se ha notado ambigüedad, una resistencia a condenar a Rusia y ello se ha expresado en el hecho de que, hasta ahora, no se han aplicado sanciones económicas al gobierno de Putin, y de acuerdo con lo dicho por el presidente de la República, no ocurrirá.
En un campo de batalla, quedarse en medio de dos ejércitos no es la decisión más recomendable, pero es lo que parece estar haciendo el gobierno del presidente López Obrador.
Menos aún lo es cuando las relaciones comerciales y financieras son tan asimétricas. Estamos integrados fuertemente a Norteamérica y tremendamente distantes de Rusia en lo comercial y financiero. Y menos aún, cuando la perspectiva es que al final de cuentas el gobierno de Putin pierda la guerra en su faceta económica.
Hoy, actuar de modo ambiguo, pretendiendo que hay un conflicto militar entre dos países más que una invasión unilateral, cruel y desproporcionada, es finalmente ponerse del lado ruso.
Sea así o no, el hecho que la actitud de México pueda ser percibida de esa manera por algunos de nuestros principales socios comerciales es altamente riesgoso.
Se podrá hablar cuanto se quiera de las buenas relaciones que tenemos con Estados Unidos, pero la realidad es que estamos abriendo frentes completamente innecesarios que pueden traernos costos incalculables.