La inflación se ha convertido en el problema número uno de nuestro tiempo.
En Estados Unidos alcanzó su nivel más elevado de los últimos 41 años; en Alemania la cifra es la mayor de las últimas cuatro décadas; en México es el nivel más alto de los últimos 21 años.
Pero, no se trata solo de la estadística –impresionante por sí misma– sino de que el problema sacude a la sociedad después de la caída económica más severa desde la gran depresión de 1929.
La economía estaba en proceso de recuperación cuando el alza de los precios ha erosionado de manera brutal el poder de compra de los ingresos de las mayorías.
Y, lo peor del caso es que, de acuerdo con la mayor parte de los expertos, la inflación no va a remitir pronto.
Permanecerá alta por un periodo relativamente largo.
En México, esto se apreció en la cifra que ayer presentó la encuesta quincenal de Citibanamex, en la que se aprecia que la inflación prevista para este año fue de 6.38 por ciento, según el consenso.
Es decir, en los poco más de ocho meses que restan a 2022, la inflación apenas bajará poco más de un punto.
Es inevitable que este incremento provoque una pérdida en el poder adquisitivo de los ingresos de la mayoría de la población.
Pero, el problema es más grave cuando se focaliza a los segmentos de menores ingresos.
Este grupo gasta una proporción más elevada de su ingreso en comida. Y resulta que el incremento de los precios de los alimentos está cerca del 13 por ciento anual.
Pero si vemos algunos casos específicos, encontramos que las tortillas subieron poco más de 17 por ciento y el pan más de 13 por ciento. Las hortalizas frescas subieron casi 20 por ciento y las frutas lo hicieron en 31 por ciento.
El tipo de productos cuyo consumo es más frecuente entre los más pobres es el que tuvo incrementos más elevados.
No importa cuántos programas sociales reciba, el resultado será que un grupo muy amplio de muchos millones de personas se habrá empobrecido como resultado de la inflación, y sus perspectivas no son nada alentadoras para lo que resta del año.
Sería ingenuo pensar que estos hechos no van a tener repercusiones políticas.
No sabemos de qué magnitud serán ni en qué momento habrán de manifestarse, pero cuando las familias vean que su ingreso lleva menos comida a su mesa, será difícil que no busquen responsables.
Hace algunas semanas, en la conferencia mañanera, el presidente de la República coqueteó con la posibilidad de establecer controles de precios.
Afortunadamente no lo ha hecho. Hubo semanas en las que otros temas de la agenda política estuvieron en la escena con mayor peso.
Pero va a ser inevitable que este asunto no vuelva a llegar al escritorio del presidente.
Lo hará con mayor fuerza cuando observe caídas en su popularidad.
De no haber un responsable explícito y ajeno al gobierno, esas caídas serán imposibles de evitar.
Un riesgo que tiene el país es que el presidente, al observar que en su cuarto año de gobierno registra una erosión de su respaldo popular, vaya a actuar con virulencia y tome decisiones que busquen endosar el problema a terceros.
En el ambiente de encono que existe, y que ha sido alentado por el propio mandatario y amplificado por el liderazgo de Morena, una actitud de ese tipo por parte del presidente puede ser una amenaza para la estabilidad.
Hay otros temas que han ocupado la agenda en los días recientes, pero éste puede ser más complejo que la mayoría de ellos.
Y nada bueno augura para el país.