En los primeros momentos de la lectura de su mensaje con motivo del Cuarto Informe de Gobierno, el presidente López Obrador rechazó el afán “tecnocrático” de medir el crecimiento de la economía.
“… se ha desechado la obsesión tecnocrática de medirlo todo en función de indicadores de crecimiento que no necesariamente reflejan las realidades sociales. Nosotros consideramos que lo fundamental no es cuantitativo sino cualitativo…”
Y poco más adelante afirma: “el fin último de un Estado es crear las condiciones para que la gente pueda vivir feliz. El crecimiento económico, y los incrementos de la competitividad y la productividad, no tienen sentido como objetivos en sí mismos sino como medios para lograr un propósito superior, el bienestar general de la población y aún más preciso, el bienestar material y el bienestar del alma”.
Lo curioso del caso es que cuando encuentra indicadores económicos, cuyo crecimiento permita decir que ha cumplido con sus ofertas, entonces abandone el tono de prédica moral y sí refiera las cifras, como el caso de la creación del empleo formal, en donde presumió que hay 623 mil 330 trabajadores asegurados más que los que había antes de la pandemia.
O bien, el citado tema de las remesas, que siguen marcando récords o incluso el volumen de nuestro comercio con EU.
Fue interesante que en el mensaje político con motivo del Informe citara que recibió una carta de ‘su amigo’, el presidente Biden, en donde le dijo que el comercio entre ambas naciones había alcanzado este año la cifra récord de los 384 mil millones de dólares, muy por arriba de los niveles prepandemia.
Obviamente, el presidente López Obrador no iba a referir en el Informe el dato ‘tecnocrático’ del PIB, cuyo nivel al primer semestre de este año –de acuerdo con los datos del Inegi– está 1.7 por ciento por abajo del nivel que tenía en el cuarto trimestre de 2018.
Es decir, en cuatro años no se ha avanzado nada e incluso se ha retrocedido.
Pero, incluso el nivel de la pobreza laboral, con todo y que ha mejorado en los últimos trimestres no se ha logrado reducir al nivel que ya existía antes de la pandemia.
No es nueva la práctica de seleccionar los indicadores que resultan convenientes al presidente y excluir los que no. No es práctica exclusiva de este gobierno, así lo hicieron también otros.
Lo que es nuevo es la pretensión de despreciar las mediciones del crecimiento y luego acudir a ellas a la primera oportunidad.
Concluyo este comentario con la breve alusión que hizo el presidente al Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC), cuando señaló que era una de las circunstancias que habían permitido sortear con mayor éxito los efectos económicos de la pandemia.
El comentario es relevante ante la expectativa que se ha creado de que el próximo 16 de septiembre AMLO va a pronunciar un discurso radical y se va a lanzar en contra del TMEC.
El presidente va a tratar de encontrar un punto de equilibrio entre la explotación político-electoral de su discurso nacionalista y la necesidad de mandar al gobierno norteamericano un mensaje conciliador que deje perfectamente claro que no tiene intención de salir del acuerdo.
Será interesante ver qué más le dijo Biden a López Obrador en la carta a la que ayer aludió, pues difícilmente se resumiría a los datos del comercio entre los dos países.
Y resulta interesante que se haya enviado esa misiva días antes de la visita del secretario de Estado, Anthony Blinken, a México.
Pareciera que, en torno a las consultas en el marco del TMEC y el discurso del 16 de septiembre, aún hay muchas cosas que están moviéndose.