Los economistas somos muy malos para predecir o pronosticar.
Una burla al gremio dice que la mitad del tiempo nos dedicamos a hacer pronósticos y la otra mitad a explicar por qué resultaron equivocados.
Las cifras parecen comprobarlo. Permítame ponerle tan solo dos ejemplos: los pronósticos respecto al PIB y la inflación en México. Pero, el caso podría hacerlo extensivo a casi todo el mundo y a otras variables.
Comparemos el pronóstico que se hizo en México a principios de cada año, desde que comenzó este sexenio respecto a esas dos variables, considerando las cifras de la “Encuesta sobre las expectativas de los especialistas en economía del sector privado” que realiza mensualmente el Banco de México.
En el año 2019 se anticipaba un crecimiento económico de 1.9 por ciento y resulto un decrecimiento de -0.2 por ciento.
Obviamente se subestimó el impacto que tuvo sobre la confianza de los inversionistas la cancelación del proyecto del aeropuerto en Texcoco y una serie de medidas tomadas por el nuevo gobierno.
En materia de inflación sucedió lo opuesto. El resultado fue mejor que lo previsto. Se anticipaba un 3.8 por ciento y la realidad resultó en 2.8 por ciento, no solo fue un punto menos sino un resultado que cayó dentro de lo aceptado por el Banco de México.
Obviamente, si hay un año en el que la realidad no se pareció nada a las previsiones fue el 2020. La pandemia cambió todo.
A principios de aquel año, aun sin tomar en cuenta los efectos de la pandemia, debido a los pobres resultados en materia económica de 2019, se estimaba un crecimiento del PIB de 1.1 por ciento.
El resultado real fue la peor caída económica desde la gran depresión de 1929-32 y el PIB se derrumbó en -8.2 por ciento en 2020.
Aunque es obvio que ni haciendo magia se podía anticipar el efecto económico de la pandemia, su erupción fue un síntoma de que hay una gran cantidad de factores en el mundo que son virtualmente impredecibles y que afectan seriamente los resultados económicos.
En materia de inflación, curiosamente, la discrepancia no fue tan grande. La previsión era de 3.5 por ciento y el resultado fue de 3.2 por ciento. Pero en este caso, la relativa coincidencia fue más por azar.
El rebote económico después de la pandemia también fue mal calibrado por los analistas.
El consenso identificado por el Banxico marcaba un crecimiento de 3.4 por ciento en 2021 y el resultado fue de 4.8 por ciento. Obviamente no se pensó que la economía mexicana y particularmente su sector exportador iban a reaccionar tan rápido.
Respecto a la inflación, hubo una clara subvaluación. Se anticipó un crecimiento de 3.4 por ciento en los precios, pero resulta que crecieron a más del doble: 7.4 por ciento.
En este caso tampoco se evaluó correctamente el efecto que la disrupción de la cadena de suministro tendría sobre los precios.
Llegamos al año de 2022 y encontramos que finalmente las previsiones de principio de año en materia de crecimiento se acercaron al resultado final. Se anticipaba 2.8 y resultó 3 por ciento.
Pero hay que señalar que a lo largo del año esa previsión fue bajando y el consenso en el mes de septiembre era que creceríamos 2 por ciento. Así que al final del año, la sorpresa fue positiva.
Pero, lo que nunca cuadró fue la previsión de inflación. Al comenzar el año se anticipaba un 4.4 por ciento y terminamos con un 7.8 por ciento.
La invasión rusa a Ucrania, que está por cumplir un año, afectó severamente los precios de diversas materias primas y generó una inercia inflacionaria que no se ha detenido.
Para 2023, el consenso marca un crecimiento de 1 por ciento y una inflación de 5.2 por ciento.
Con base en la historia que le describí, me parece que los resultados van a ser diferentes.
Confío en que la previsión respecto al crecimiento se quede corta respecto a la realidad y no me extrañaría que la inflación resultara más elevada al final del año.
Pero, tómelo con pinzas, estamos en un mundo de incertidumbres.
Como señala la frase atribuida al físico Niels Bohr: “predecir es muy difícil, especialmente el futuro”.
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